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Amor en la iglesia

Del número de diciembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante siglos la fe religiosa ha inspirado a la gente a edificar iglesias magníficas. A mucha gente hoy en día le gusta viajar largas distancias y contemplar algunas de esas elevadas estructuras. No obstante, para amar a la Iglesia verdadera, tenemos que viajar, no por oceános o carreteras, sino largas distancias que van de las creencias populares hacia una humilde comprensión de la verdad pura. Como resultado de este viaje tenemos el privilegio de ver una estructura que es más grandiosa e imponente que cualquier edificio material.

Nos ayuda a amar esta estructura, o Iglesia, el comprender la entidad incomparable que la Iglesia realmente es. Una definición de la palabra “estructura” como “algo construido o edificado”, puede ayudarnos a ampliar nuestro concepto de Iglesia. Si una estructura es diseñada por un arquitecto, puede ser espléndida u ordinaria, según su inspiración. Pero cuando el creador de la estructura es Dios, el bien supremo, y está hecha de todo lo que El incluye dentro de Sí mismo como realidad, entonces esta estructura, o Iglesia, será inmaculada, eterna e universal. Cuando se ve que la acción y el arreglo de la Iglesia son espirituales — la expresión de El, la Verdad divina y el Amor divino, y no de la materia — se puede ver que la Iglesia perfecta expresa la armonía de la acción de Dios y el orden y unidad de todas Sus ideas.

Es natural sentir cálido afecto por la Iglesia. Su belleza, diseño, simetría y así por el estilo, son cualidades espirituales perfectas totalmente separadas de la materia y completamente superiores a cualquier forma de materia. Ciertamente la Sra. Eddy fue inspirada por el Amor divino para ver totalmente más allá de todo concepto material de estructura, como edificios o personas, para captar la esencia total de la Iglesia verdadera, la cual ella expresa en estas pocas palabras: “Iglesia. La estructura de la Verdad y el Amor todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él”.Ciencia y Salud, pág. 583.

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