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La adoración que cambia al mundo

Del número de diciembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Cuándo fue la última vez que pensó usted acerca de la adoración a Dios? (¿Tiene que pensarlo mucho?)

Probablemente, a muchos les costaría menos responder a una pregunta sobre la oración, sobre concurrir a la iglesia o creer en Dios.

Pero hay una diferencia importante entre creer en Dios y adorar a Dios. Tal vez podamos tener una idea de lo limitativo que es hablar a la ligera sobre creer en Dios, si consideramos lo que significaría decir que hemos “creído” en un amigo o amiga. En otras palabras, si simplemente expresáramos nuestra creencia de que él o ella existiera, perderíamos de vista por completo la esencia de nuestra vinculación con él o ella. Esto de ninguna manera sería adecuado para describir la riqueza y amplitud de lo que significa esa amistad.

En las encuestas de opinión pública, con frecuencia se pregunta si uno cree en Dios. ¡Uno puede marcar su respuesta junto con la edad, escala de ingresos y partido político al que pertenece! No obstante, descender a una manera de pensar en esos términos indicaría menoscabar involuntariamente en nuestras vidas el significado de la palabra “Dios”. Significaría tener un Dios muy pequeño, uno que encajara fácilmente en nuestro cuadro humano de la cosas, en vez de ser el que transforma nuestras vidas por completo y abarca nuestro ser.

Por supuesto, la Biblia nos dice que “es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay”, Hebr. 11:6. y Jesús habló de la necesidad de creer en Dios, o tener una confianza firme y constante en El.

Sin embargo, hoy en día la gente usa la palabra “creer”, dándole un significado muy diferente del que le daba Jesús, como si creer fuera meramente una opción momentánea que se pone en práctica. Si Dios es verdaderamente Dios, la bondad y el Amor infinitos, ¿es suficiente hablar de creer en El como la gente a menudo lo hace? Realmente, no. Mary Baker Eddy comenta en Ciencia y Salud con Calve de las Escrituras: “El sempiterno Yo soy no está limitado ni comprimido dentro de los límites estrechos de la humanidad física, ni puede ser comprendido correctamente por medio de conceptos mortales”.Ciencia y Salud, pág. 256.

Conocer a Dios es ver que Su existencia misma redefine inevitablemente todo lo demás en nuestras vidas. Empezamos a comprender que no es que optemos por creer en El, sino que Su ser maravilloso obtiene nuestro amor, exige que aumente nuestra comprensión, y que nosotros respondamos. Realmente crecemos, y, entonces, sentimos lo que tuvo que haber sentido el Salmista en su cántico de alabanza: “Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; adorad a Jehová en la hermosura de la santidad”. Salmo 29:2.

Por extraño que parezca, es posible discurrir acerca de Dios, incluso considerarlo y describirlo en términos metafísicos, y, aún así, no sentirse realmente movido por el sentido de reverencia y adoración que sintió el cantor de los Salmos. Pero cualquier vivencia de Dios, abre ampliamente nuestro pensamiento, y hace que la religión sea mucho más que palabras, un deber o una débil esperanza. De pronto, las palabras que conocemos tan bien adquieren un extraordinario significado. Entonces, la religión llega a ser mucho más de lo que nos corresponde hacer; es el testimonio que damos de lo que Dios hace. Y ver algo de lo que Dios hace, es querer adorar, es decir, responder con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, lealtad y amor.

Jesús se refirió a los verdaderos adoradores, quienes “adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”. Juan 4:23. Por tanto, la verdadera adoración ciertamente tiene que ser parte de una genuina experiencia espiritual. Sabemos que lo es, porque cuando despertamos a la omnipresencia de nuestro Dios — y dejamos de tener un Dios tan pequeño que se ajuste a un sentido rutinario de vida humana y mortal — somos atraídos a adorarlo de una manera natural. De hecho, una actitud mental y espiritual de adoración indica la magnitud del concepto acerca de Dios que abrigamos en el pensamiento.

Fue esta magnitud de Dios, abriéndose paso a través de todas las definiciones convencionales de la Deidad, lo que sanó a la Sra. Eddy y la guió al descubrimiento de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Al comienzo, ella luchó con el lenguaje para que pudiera comunicar el alcance de lo que le fue revelado. Gradualmente encontró el camino. Utilizó términos sinónimos para ayudar al pensamiento a comprender a Dios: Vida, Verdad, Amor, Mente, Alma, Espíritu, Principio. Más tarde escribió: “.. . venero aquello que puedo concebir, primero, como un bondadoso Padre y Madre; después, a medida que el pensamiento asciende la escala del ser a una consciencia más divina, Dios llega a ser para mí lo mismo que lo fuera para el apóstol que dijo: ‘Dios es Amor’ — el Principio divino, que yo venero; ‘y así sirvo al Dios de mis padres’ ”.Escritos Misceláneos, pág. 96.

La adoración, entonces, no disminuye con nuestra creciente comprensión de Dios y nuestra creciente proximidad a El. Continúa y se profundiza. Un gran pensador religioso escribió en cierta ocasión que, cuando aprendemos a amar a Dios, sentimos una realidad que se eleva por encima del concepto meramente mental acerca de Dios. Ver Martin Buber, “The Love of God and the Idea of Deity,” Eclipse of God: Studies in the Relation Between Religion and Philosophy (New York: Harper & Row, Publishers, 1952), pág. 62.

La Sra. Eddy declara en Ciencia y Salud que “para el cristiano el único espíritu verdadero es semejante a Dios”. Después dice: “Ese pensamiento incita a una adoración y a una abnegación más elevadas”.Ciencia y Salud, pág. 203. ¿Por qué abnegación? Porque el sentido equivocado que dice que el hombre es una entidad mortal y material, tiene que ser reprendido, disminuido. Este sentido no es semejante a Dios en su espíritu, y obstruiría la comprensión de cómo son las cosas realmente, incluso haría a Dios pequeño e inferior a su propio sentido falso de vida. Pero la abnegación obediente y la adoración elevada a nuestro Dios, quien es el Amor infinito y el Principio divino del hombre y el universo, abren nuestros ojos a la naturaleza de Dios como nuestra Vida verdadera.

Entonces, tenemos a un Dios que es “lo suficientemente grande” en nuestro pensamiento como para sanar la enfermedad, salvar del pecado y reducir el mal aparente a la nada. Cuando amamos a Dios por lo que El es, y ya no creemos simplemente en El, vemos que nuestro punto de vista del mundo cambia más allá de todo lo que hubiéramos soñado que es posible. Entonces nos ocurre lo que Cristo Jesús enseñó a los discípulos: las enfermedades y las pruebas de la vida humana empiezan a disminuir y a disolverse bajo la nueva luz y comprensión de todo lo que Dios es y lo que El realmente significa para la humanidad.

¡Cuán increíblemente importante es, entonces, pensar en adorar a Dios! Es tan importante que la Sra. Eddy lo cita como uno de los principales artículos de fe de la Ciencia Cristiana: “Reconocemos y adoramos a un solo Dios supremo e infinito”.Ibid., pág. 497.

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