Para Jesús, Dios era un Padre que estaba muy cerca: un Padre que cuenta “vuestros cabellos”, Mateo 10:30. y a quien puede llamársele “Abba, Padre”. Marcos 14:36. La palabra aramea “Abba”, la usaban los niños para llamar a su “papá”. Cada uno de nosotros puede sentirse igualmente cerca de Dios e igualmente íntimo con El. Este no es un sentimiento solamente conocido por Jesús. Pablo dijo: “Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” Rom. 8:15.
El vocablo “Principio”, usado en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) como un sinónimo de Dios, abarca todo lo que la cristiandad justamente atesora acerca de un tierno, cariñoso y atento Padre Dios; uno que consuela, sana y redime. Uno que escucha y responde a nuestras oraciones. Uno que nos abriga en Sus brazos. La Ciencia Cristiana nunca renuncia a la inmanencia de Dios por algún Principio remoto, frío o difícil de comprender. Este no es el Dios a quien se le rinde un verdadero culto.
El Principio divino no es un teorema matemático o un arreglo de contrapunto musical. Estas disciplinas humanas sólo aluden a la perfección y armonía inmutable de la Deidad. El Principio divino es Ser viviente. Las leyes de las matemáticas y de la música no lo son.
El sinónimo “Principio” nos ayuda a comprender mejor qué es la persona de Dios. Tal comprensión corrige los antiguos errores acerca de la Deidad. Principio significa que Dios nunca ha sido tribal o nacionalista, sino que siempre ha sido Espíritu universal. Significa que Dios no es en parte bueno y en parte malo, sino completamente bueno, inmutable e invariable. El Principio indica que el Hacedor del hombre no es el autor de dogmas crueles o de aflicciones físicas; El es el legislador que es todo amor, el origen de reglas y estatutos divinos que bendicen y protegen. El Principio representa a la Deidad como incorpórea; el creador que es distinto de Su creación espiritual, pero inseparable de ella. Representa al Padre divino, o Padre–Madre, íntimo, pero imparcial en Su amor para con todos nosotros.
En la Ciencia Cristiana, podemos llegar a conocer al Principio divino como a un Padre muy personal, porque al ser el Unico infinito, Dios es, y sólo puede ser, la única Persona. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, explica: “Dios es individual y personal en un sentido científico, pero no lo es en ningún sentido antropomórfico”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, págs. 336–337. Cuando oramos al Principio divino, estamos orando a Dios como a una Persona infinita. Podemos confiarle a El nuestras oraciones porque podemos confiar en el sentido científico de que la personalidad de Dios es imparcial, universal, inmutable, perfecta, infalible e infinita.
La naturaleza de Dios como Principio divino se puede encontrar a través de toda la Biblia, aunque no exactamente con la misma palabra. Y en ninguna parte se encuentra más claramente que cuando se hace referencia a la Deidad como un Dios bondadoso, como el Amor mismo. Al definir a Dios en términos relacionados con el Amor, los patriarcas, los profetas y los discípulos estaban, conscientes o no de ello, describiendo al Amor divino como Principio.
¿Cómo podían describir algo que no comprendían totalmente? ¡La misma pregunta se nos puede hacer a nosotros! La Sra. Eddy dice: “El Espíritu bendice al hombre, pero ‘de dónde viene’ no lo puede decir el hombre”.Ibid., pág. 78. Y el libro de Isaías describe el mismo fenómeno de esta manera: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste”. Isa. 45:5.
Por más gloriosa que sea la vislumbre que captemos de la naturaleza divina, siempre queda aún más que ver. Pero esta vislumbre que obtenemos del Amor divino, puede darnos, por inducción, la percepción correcta de Dios como Principio divino, quien sostiene toda la existencia verdadera.
Por ejemplo, aquel inspirado escritor que dio al mundo ese concepto de la Deidad tan claro cuando dijo: “Dios es amor”, también dijo: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. 1 Juan 4:8, 19. Aquí la Biblia indica que Dios, quien es Amor divino, también es la Causa Primera. Este Principio vivificante, o Causa Primera, es lo que nos mueve a amar a nuestro prójimo. Nos impulsa a ayudar, en toda forma que sea correcta, a cualquier desconocido que llegue a nuestra vida.
Puesto que Dios ya nos ha amado primero — puesto que El inicia todo el amor que realmente podemos sentir y expresar — no tenemos que esperar a que alguien nos aprecie antes de que nosotros podamos sentir un amor genuino hacia él. En la parábola del buen samaritano, Ver Lucas 10:25–37. Cristo Jesús enseñó que el afecto verdadero no consiste en demostrar bondad sólo hacia aquellos que son bondadosos para con nosotros. El buen samaritano no tuvo necesidad de que hubiera una amistad previa para prestar ayuda al hombre herido, ni tampoco dispensó su ayuda de una forma limitada. El hecho de que el amor prístino de Dios nos alcanza a todos, es razón suficiente para que nos ocupemos de las necesidades de nuestro prójimo.
El Amor, que es la Causa Primera, siempre puede verse en acción en aquel que es primero en decir “lo siento”, y que realmente es sincero en su expresión. Puede verse en el que es primero en perdonar y olvidar; en el que va primero en ayuda de su prójimo y en el que primero se retira cuando la ayuda ha sido dada. Tal persona está demostrando su herencia como hijo de la única Causa Primera: el Principio divino y generador, el Amor.
Siglos atrás, Jeremías declaró la palabra de Dios: “Con amor eterno te he amado”. Jer. 31:3. El Dios que nos ama eternamente debe ser eterno, tolerante, inmutable. Debe ser el Amor permanente, el Principio fijo. Santiago se refirió a la Deidad eterna como el “Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Sant. 1:17.
El sentir, en cierta medida, la naturaleza divina en nuestra vida, es demostrar en mayor medida un continuo amor hacia nuestro prójimo. Todo llamado amor que es variable y veleidoso, emocional o frío, no es una cualidad del Principio inmutable y, por lo tanto, no es típico de nuestra verdadera naturaleza, el hombre creado a la imagen de Dios. Lo que la humanidad necesita desesperadamente por sobre todo, es un amor incesante, sin lapsos de temor, ira, lujuria o sentimientos heridos; un amor que no conoce límites ni palabras hirientes y terminantes; un amor que es tan duradero como su fuente, el Principio divino.
El profeta Oseas proclamó a Dios como diciendo: “Te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia”. Oseas 2:19. El hombre unido a Dios es la metáfora bíblica de la unión del Principio e idea, causa y efecto. Al declarar la unión de la misericordia y la justicia, la Biblia también ilustra que el Amor divino es sinónimo del Principio; que Dios es a la vez Pastor y Juez, Madre y Padre; y que el hombre, el hijo e idea de este Principio divino, incluye en su mismo ser los elementos tanto de la ley como del amor.
Esta es la razón por la cual todo aquel que tiene un amor genuino hacia su prójimo, es siempre respetuoso de la ley. Siempre es un ciudadano bien informado, que vota de acuerdo con su consciencia; es el comerciante honrado que obtiene ganancias con integridad; son los padres cariñosos que no malcrían a sus hijos; es el hijo obediente que honra a sus padres al honrar primero a Dios.
La Sra. Eddy se refiere al evangelio como “la unión de la justicia y el afecto”.Ciencia y Salud, pág. 592. Este es el evangelio que todos somos llamados a predicar y practicar. El seguidor fiel de Jesús, es el que busca aquel equilibrio mental que evita los extremos humanos. Tal seguidor está aprendiendo que el Principio es radical, pero no extremista. Encuentra su paz y compleción en la unidad — en la sinonimia — del Amor y el Principio.
La Ciencia Cristiana no busca más allá de la Palabra revelada de la Biblia para obtener su autoridad al definir la persona de Dios como Principio divino, el Amor; como el eterno Padre, o Abba, que nos ama primero y eternamente, y que combina la misericordia con la justicia.
