A menudo, los miembros de una familia que han vivido alejados durante todo el año, deciden reunirse en un día feriado. Como lo que motiva tales reuniones es el amor, éstas deben ser una ocasión placentera y grata. Sin embargo, algunos de los que se espera que concurran, pueden sentir que entre los participantes haya alguno que no sea de su completo agrado, ya sea por el egoísmo que ha demostrado en el pasado o en la actualidad, por su crueldad o por su falta de sabiduría. Sufren al pensar que tienen que soportar la presencia de estas personas sólo por cortesía. Pero el deseo de concurrir es motivado por el amor, amor por alguna persona que estiman y respetan, y que sufriría una gran desilusión si no llegaran a concurrir. Y este amor puede alcanzar el corazón del Amor divino, que cura la desunión.
Si algunos de los miembros de la familia creen que la reunión podría ser escenario de viejas o nuevas rencillas y celos, ellos pueden preparar cuidadosamente la atmósfera mental de la reunión, poniendo tanto cuidado como el que pondrían para preparar la comida que se va a servir. Casi todas las familias sirven platos especiales en estas ocasiones: un relleno preferido para el pavo, o un postre tradicional. ¡Cuánto mejor es que haya una atmósfera de amor que brinde una bienvenida más placentera a los invitados, que el aroma de los panecillos recién horneados de la tía Clara!
Idealmente, tanto los anfitriones como los invitados, pueden contribuir a la preparación de una reunión armoniosa por medio de la oración. Pero aunque una sola persona reconozca que la oración puede cambiar la situación, convirtiéndola en una grata ocasión, esta sola persona no tiene por qué sentirse en desventaja. Se ha dicho que “uno con Dios es mayoría”. Puesto que Dios es Amor, El seguramente estará de parte de la bondad y del amor fraternal.
Cuando oramos para envolver esa reunión en amor, podemos darnos cuenta de que, puesto que Dios está en todas partes y es el único poder, el mal en ninguna de sus formas no tiene lugar ni poder.
En realidad, el hombre es, y siempre ha sido, la imagen y semejanza de Dios, el Amor divino. Por lo tanto, en verdad, todos estamos, y siempre hemos estado, gobernados por la bondad y la sabiduría del Amor divino. Esta es la verdad. Si podemos entender esta verdad, aun en cierto grado, esto puede disminuir la historia de los errores cometidos por padres o hermanos. Y si la comprendemos aún más, eliminará estos errores.
Todo rencor o cicatriz que parezca quedar, puede disminuirse si seguimos la recomendación del Apóstol San Pablo: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal”. Rom. 12:9, 10.
Es natural que sintamos afecto por nuestros parientes. Esto será más fácil si dejamos de asociarlos con los errores pasados. Podemos tratar sinceramente de perdonarlos ahora, hasta que más adelante los perdonemos por medio de nuestra comprensión en la Ciencia de que los errores no son parte de la naturaleza verdadera del hombre. Podemos hacer más que hallar algo bueno en ellos que apreciar. Podemos darnos cuenta de que la verdadera naturaleza del hombre, totalmente buena, es la única naturaleza que tenemos. La Sra. Eddy explica cómo veía Cristo Jesús a la gente que lo rodeaban. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, ella escribe: “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos. Así Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto, que es universal y que el hombre es puro y santo”.Ciencia y Salud, págs. 476–477.
Lo mejor que podemos compartir en nuestra próxima reunión familiar es el amor, el amor espiritual que aprecia lo bueno porque Dios es bueno. Tal amor pondría fin a los sobrenombres ofensivos.
Estas reuniones familiares pueden ser ocasiones muy agradables si es el amor espiritual lo que las motiva. La Sra. Eddy nos asegura: “Los móviles rectos dan alas al pensamiento, y fuerza y soltura a la palabra y a la acción”.Ibid., pág. 454. Podemos saber que el Amor divino, que actúa por medio del Cristo, la Verdad, disuelve la mala voluntad y nos inspira a todos a hablar y actuar en un espíritu de verdadera hermandad.
Será un día festivo maravilloso, si podemos perdonarnos los unos a los otros, así como Esaú perdonó a su hermano Jacob después de muchos años de alejamiento, el que comenzó cuando Jacob robó a su hermano la progenitura y la herencia. Sin embargo, durante todos esos años, Jacob había aprendido lecciones que entrañaban grandes luchas, luchas que despejaron el camino para que los hermanos se encontraran en el perdón y en el afecto. La felicidad de ese encuentro brilla a través de las palabras de Jacob a Esaú: “He visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido”. Gén. 33:10.
Podemos orar para que en las fiestas venideras, el amor de Dios abra nuestros corazones y nuestros ojos para ver, como nunca antes, el reflejo de Dios en nuestras familias.
