El estudio de Ciencia Cristiana me ha traído muchos años de felicidad, salud y satisfacción. Hace años, cuando mis amistades vieron que yo tenía una gran necesidad de mejorar mi salud, persistieron en invitarnos a mi esposo y a mí para que fuéramos a conferencias y cultos de la Ciencia Cristiana con ellos. Después de haber aceptado sus invitaciones varias veces, una vislumbre de la realidad espiritual permaneció conmigo, y comencé a estudiar la Lección Bíblica publicada en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana.
En esa época, teníamos un bebé y un niño de dieciocho meses, y yo no podía cuidarlos debido a la enfermedad que me había tocado en suerte durante casi toda mi vida. (Anteriormente, los doctores les habían dicho a mis padres que yo no viviría hasta ser adulta.) Más o menos por este tiempo, el médico de nuestra familia me dijo por teléfono que fuera a su consultorio para hacerme un examen. El examen, que incluyó tomar rayos X, reveló una mancha en un pulmón, y esto nos preocupó, ya que se sabía con certeza que había habido casos de tuberculosis en mi familia.
Entonces, mi esposo y yo comenzamos un estudio muy serio de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Por medio de nuestras oraciones y nuestro estudio, encontramos esperanza e iluminación, pues el libro de texto iluminó el significado espiritual de la Biblia.
Pronto mi salud empezó a mejorar y, finalmente, sané. Cuando estuve embarazada por tercera vez, se vio, mediante un examen médico, que yo gozaba de buena salud; la mancha en el pulmón había desaparecido. El doctor, muy sorprendido, me preguntó qué había hecho. Le dije que estaba estudiando Ciencia Cristiana, y él me animó a que siguiera haciéndolo. Salí del consultorio regocijándome en mi dominio como hija amada de Dios.
Cuando nuestra tercer nena tenía tres años, parecía que se había roto un brazo. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, pidiéndole ayuda para calmar mi temor, y mencioné mi preocupación acerca de la manera de tratar la situación. Yo sabía que teníamos libertad de buscar a un cirujano que pusiera el hueso en su lugar; o podíamos apoyarnos en Dios como nuestro médico, lo cual habíamos estado haciendo durante varios años. Nuestra familia decidió que Dios era el mejor cirujano y médico, y que trataríamos el problema solamente por medio de la oración. Después de unas pocas horas, la niña estaba libre del dolor, y podía usar el brazo. Nos regocijamos por este progreso.
Sin embargo, más o menos una semana después, se vio claramente que todavía era necesario hacer más trabajo. Continué trabajando con la practicista, quien me calmó con varios pasajes consoladores tomados de la Biblia, incluso uno que recuerdo claramente (Isaías 40:4): “Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece y lo áspero se allane”. Cada vez que se me presentaba la sugestión de que la curación no estaba completa, mantenía en el pensamiento ese pasaje y no miraba el brazo. Pronto sentí que todo estaba bien; toda preocupación se desvaneció. Un día, poco después de esto, noté que el brazo estaba tan perfecto como antes. Le di gracias a Dios por esta maravillosa y demostrable verdad.
Recientemente, unos amigos nos invitaron a mi esposo y a mí a ir de excursión a unas montañas y pasar allí la noche. En la mañana en que íbamos a partir, me desperté, sintiéndome muy enferma. Sabía que ya se habían hecho reservaciones para nosotros, y que las otras personas estaban ansiosas por disfrutar la gran belleza de los bosques. La otra pareja no eran Científicos Cristianos. Oré para saber qué debía hacer, pues íbamos a salir en unas dos horas.
Llamé a una practicista, y ella me iba a apoyar en mis oraciones. También me recomendó que considerara las palabras: “Paz y buena voluntad” del himno N.° 310 del Himnario de la Ciencia Cristiana. No pude tomar nada en el desayuno, pero canté himnos mientras me preparaba para el viaje.
Salimos. Yo hacía esfuerzos por darme cuenta del reino de Dios y de la belleza de Su universo, y seguí afirmando “paz y buena voluntad”. Para cuando nos detuvimos a comer al mediodía, yo ya estaba bien, y disfruté del resto del viaje en paz y armonía. Le doy gracias a Dios por los dedicados practicistas que nos ayudan a comprender nuestra verdadera identidad a la manera del Cristo.
Con el correr de los años, hemos tenido muchas curaciones maravillosas, pero estoy muy agradecida por haber obtenido una mayor comprensión espiritual mediante el estudio diario de la Ciencia Cristiana.
Nuestro Mostrador del camino, Cristo Jesús, es mi modelo, y tengo la esperanza de continuar siendo mejor cristiana y testigo de la verdad.
Kent, Washington, E.U.A.