Como nueva estudiante de Ciencia Cristiana, y no muy segura de toda su terminología, me hice de valor y visité por primera vez a una practicista de la Ciencia Cristiana registrada en el The Christian Science Journal. Yo estaba completamente preparada para divulgar mi historia pasada, y, ya sentada en su oficina, empecé a desenredar mi relato de infortunio. Después de unos momentos, la practicista me interrumpió y me dijo que yo era la hija perfecta de Dios.
El concepto de que yo era perfecta, desintegró por completo la imagen distorsionada que tenía de mí misma. La practicista, percibiendo que la perfección era una nueva idea para mí, siguió explicándome que cada uno de nosotros realmente tiene un solo Padre, y que ese Padre es Dios. Por lo tanto, expresamos solamente cualidades divinas. Todo lo que no sea divino, no tiene poder sobre nosotros. Dijo enfáticamente que sólo Dios tiene poder.
Esta idea era tan nueva para mí, que me sentí perpleja y le dije que estaba divorciada, que tenía una hija muy pequeña, y que mi ex marido no nos estaba manteniendo. Todo lo que yo tenía era un diploma de la escuela comercial de segunda enseñanza. Luego, para estar segura de que realmente había comprendido mi difícil situación económica y emocional, agregué: “Mi situación es realmente desesperada”.
Nuevamente me dijo que era la hija perfecta de Dios. Me sentí calmada y receptiva a estas verdades espirituales, que me cubrían cual suaves olas.
La practicista me preguntó si conocía el Salmo veintitrés. Le contesté que sí. Entonces tomó un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y lo abrió en la página 578. Luego, leyó en voz alta el Salmo veintitrés, como la Sra. Eddy lo cita para explicar el sentido espiritual de la Deidad. Después, me dio el libro para que yo pudiera seguir el hilo de pensamiento con ella.
A partir de ese momento, la hora con la practicista pasó volando. Por primera vez, oí estos sinónimos de Dios que la Ciencia Cristiana da: Principio, Espíritu, Alma, Mente, Vida, Verdad y Amor.
“[El Amor Divino] es mi pastor; nada me faltará”, leí. La sensación de que era una víctima sin esperanzas de la violencia y de las circunstancias pareció desvanecerse.
Al salir de la oficina de la practicista, tuve una vislumbre de comprensión de lo que es la inteligencia verdadera. Mis pensamientos se elevaron. La inteligencia es algo que Dios nos da y que podemos utilizar cada momento, día tras día. La inteligencia que yo necesitaba para hacer decisiones y para progresar, ya estaba completa, siempre intacta. Lo que yo tenía que hacer era utilizar mi nueva comprensión de la verdad en cada oportunidad.
Mi consciencia se llenó de admiración; una sensación de bienestar me envolvió como una tibia manta; me maravillé de la paz que sentí. ¡Me sentí tan diferente! Hubo un cambio definitivo en mi pensamiento durante esa hora que pasé con la practicista.
En otro salmo, el Salmista exhortó: “Considera al íntegro, y mira al justo”. Salmo 37:37. Me había sido difícil ver la perfección no sólo en mí misma, sino también en mis vecinos, amigos y parientes. Pero el estudio continuo pronto me demostró que, como Ciencia y Salud declara: “La Verdad hace una nueva criatura en quien las cosas viejas pasan y ‘todas son hechas nuevas’ ”.Ciencia y Salud, pág. 201.
Una y otra vez, volví al Salmo veintitrés en Ciencia y Salud:
“En lugares de delicados pastos [El Amor] me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará.
“[El Amor] confortará mi alma [sentido espiritual]; [El Amor] me guiará por sendas de justicia por amor de Su nombre”.
Las imágenes de delicados pastos y aguas de reposo aquietaron los sentidos materiales, y me aferré con agradecimiento a esas imágenes de tranquilidad y ternura. Mi sendero era guiado hacia lo alto, hacia la luz, la animación y el gozo.
Hacia fines de ese verano, sin estar específicamente en procura de una curación, sino estudiando diligentemente cada día la Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, sané de un caso de conjuntivitis aguda recidiva, de la que sufría desde hacía tiempo. Al pensar acerca de esta nueva liberación, comprendí que “ojos”, de acuerdo con el Glosario de términos bíblicos de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, pueden significar: “Discernimiento espiritual — no material, sino mental”.Ibid., pág. 586.
Durante todo el verano, había estado rechazando como irreales los aspectos negativos de mi vida y poniendo mi pensamiento en la verdad. Aun cuando la evidencia material no siempre se invertía inmediatamente, el cambio se estaba llevando a cabo.
Al enfrentar un problema, estaba aprendiendo a ver sólo como reales las cualidades espirituales y divinas que se estaban expresando. A medida que el cuadro verdadero de perfección se me fue revelando, el concepto que tenía de mí misma y de los demás se invirtió, y mi sentido de irritación desapareció. Pude ver a la gente sin juzgarla sobre la base de sus aparentes limitaciones. Estaba aceptando la promesa de la Biblia: “Sabiduría y ciencia te son dadas”. 2 Crón. 1:12.
El Salmo veintitrés en Ciencia y Salud continuó repitiéndose en mi pensamiento. “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque [El Amor] estará conmigo; la vara [del Amor] y el cayado [del Amor] me infundirán aliento”. Todos los días reclamaba ese aliento.
En momentos en que mi hija tenía dificultades, una sensación de apremio y de insuficiencia parecían aferrarse a mí cual percebes a un barco. Cada vez que esto ocurría, buscaba inspiración en la Biblia y en los escritos de la Sra. Eddy.
Cuando, cada noche, le leía y cantaba a mi hijita himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, otras cargas empezaron a desaparecer. Las pesadillas de mi niñez y de las golpizas que había recibido, se acabaron por completo, y con cada himno, que tanto me tranquilizaba, despertaba un poco más de la creencia que por tanto tiempo había tenido acerca de mí misma, de que había sido una niña maltratada.
La comprensión llenaba mi consciencia, trayendo pensamientos más puros, pensamientos de santidad, amor y poder espiritual. La esperanza que yo tenía en el bien era intensa. Cada año que pasaba, hacía progresos en pos de mis metas de empleo, y, en la actualidad, soy aspirante al título de Doctora en Filosofía. He podido demostrar cada vez más la inteligencia infinita de Dios.
Cuando, en el transcurso de los años, las sugestiones falsas querían quitarme la paz, el gozo y la armonía, recordaba el Salmo veintitrés, y éste me traía consuelo. “[El Amor] adereza mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; [El Amor] unge mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando”.
Al tratar de demostrar tranquilamente, en todos los aspectos de mi vida, el bien abundante que poseo eternamente como hija espiritual de Dios, cada día he gozado de un hogar bien establecido y de armonía. Me volví a casar, y nuestra familia conjunta está constituida de seis hijos y una nieta. Me he esforzado por expresar mayor humildad y amor en toda situación que enfrento, y por tener un sentido profundo de la protección divina.
Cada uno de los cambios maravillosos y radicales que ocurrieron en mi vida, se realizaron por medio de un apacible desarrollo del bien, muy parecido a la manera en que un capullo se abre para florecer totalmente. La posibilidad de que nuestras capacidades florezcan totalmente siempre está presente en todos nosotros. Cuando alimentamos nuestras buenas cualidades ponemos en movimiento nuestro crecimiento espiritual.
Cada día oro: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa [la consciencia] del [Amor] moraré por largos días”.