Siempre me había preguntado qué haría yo, como Científica Cristiana, si tuviera que enfrentarme a una enfermedad grave y dolorosa. ¿Tendría el valor de apoyarme totalmente en la Verdad, o escogería la medicina material para mitigar las molestias?
Una noche, hace varios años, desperté con un fuertísimo dolor de cabeza. A continuación le siguieron cinco días de tormento físico. Sin embargo, con la ayuda que me prestaron varios practicistas de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) en distintas ocasiones, cuando las cosas parecían de lo más críticas, pude ponerme del lado de Dios y obtener la victoria.
Lo que se me hizo claro a través de todo esto fue que nada podía estorbar mi creciente confianza en que Dios es Todo y que es capaz de cuidarme por completo bajo cualquier circunstancia, sea lo que fuere. También se desarrolló en mí una creciente convicción de que mi verdadero ser, como el eterno reflejo de la Vida eterna, nunca había nacido en la materia, no estaba ahora viviendo en ella, y, por lo tanto, no podía salir de la materia por medio de la muerte.
Creo que fue de especial ayuda para el logro de la curación total, el meditar atentamente sobre el Himno N.° 85 del Himnario de la Ciencia Cristiana, el cual nos asegura:
Para hallar la senda hoy
seguiremos Tu consejo,
hallaremos solución
de problemas con Tu ayuda;
Aprendemos en Tu Ciencia
humildad, valor, paciencia.
(Leí todo el Himnario durante este período de cinco días.) También me ayudó un discurso en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany por Mary Baker Eddy, el cual incluye esta declaración llena de consuelo para La Iglesia Madre (pág. 132): “Oh, que esta hora sea prolífica, y que ahora y en cada corazón venga esta bendición: Ya no tienes que apelar más a la fuerza humana, ni esforzarte con agonía; Yo soy tu libertador. ‘El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad’ ”. Además, esta declaración de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy significó mucho para mí (pág. 249): “O bien no hay omnipotencia, o la omnipotencia es el único poder”.
Una noche, pasé por un momento crítico cuando parecía que iba a fallecer. Un amigo, que es practicista, llegó a mi cabecera. Me alentó a que repitiera con él que yo era la expresión amada y normal del Amor en ese mismo momento, y repetí esto hasta que pude hablar claramente. (Desde hacía dos o tres días no podía tragar ni hablar claramente.)
Media hora después de que el practicista dejó mi cabecera, pasó una sustancia por mi garganta, y todo dolor cesó. Dormí plácidamente por primera vez en muchos días, y desperté, sintiéndome libre, pero con la sensación de no tener paladar. Al cabo de dos días de haber recibido continuo tratamiento en la Ciencia Cristiana, el paladar fue totalmente restaurado. Volví a hacer mi vida normal, completamente recuperada y sin señales de debilidad o enfermedad.
No pensé más en esta experiencia, sino hasta unos tres meses más tarde. En esa oportunidad, al irme a hacer una limpieza dental de rutina, el dentista me preguntó si había tenido una operación en el paladar. Me dijo que no quería alarmarme, pues la condición había sanado. Pero a él le pareció que yo había sido operada de cáncer en el paladar blando.
No es necesario decir que mi gratitud a Dios por la Ciencia Cristiana y por nuestros maravillosos practicistas no tiene límites. También quisiera expresar gratitud por mis padres, quienes fielmente me apoyaron a través de esta experiencia por medio de su propia amorosa y científica convicción de la Verdad.
“Recuerda que no puedes ser puesto en situación alguna, por grave que sea, en la que el Amor no haya estado antes que tú, y en la que su tierna lección no te esté esperando. Por tanto, no desesperes ni murmures, porque aquello que procura salvar, curar y liberar, te guiará, si buscas esta guía” (Miscellany, págs. 149–150).
Gracias, Dios, por sostener mi vida, y, más importante aún, por la transformación del carácter que comienza aun con una sola vislumbre de la certeza de la inmortalidad.
Summit, Nueva Jersey, E.U.A.