Es posible que para cierta gente, la existencia humana parezca insegura; que es como vivir al borde de un precipicio. Caminan por un sendero estrecho con la esperanza de evitar accidentes, enfermedades, violencia, relaciones penosas y desesperación económica. Pero, en el mejor de los casos, su inmunidad y libertad parecen inestables.
Pero, ¿tiene que ser ésta la expectativa diaria de la gente?
Con certeza científica podemos saber que se puede confiar en la comprensión de que Dios es la Mente infinita, el Principio perfecto, para rechazar el abatimiento terrenal de la duda, la ansiedad y el temor. Necesitamos conocer la verdad científica, como se enseña en la Ciencia Cristiana: que el hombre es la expresión espiritual de Dios, y que, como tal, es armonioso y está a salvo.
Esta Ciencia no sólo explica que el Amor divino siempre está presente; también revela que el hombre es la idea del Amor y que no puede estar separado del Amor. Quien aprende esta verdad, descubre también que el hombre no existe al borde de un precipicio, sino bajo el amparo y seguridad “del Altísimo”.
En realidad, nuestro ser jamás puede estar, ni por un momento, fuera de la bondad y totalidad de Dios. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Dios es simultáneamente el centro y la circunferencia del ser”.Ciencia y Salud, págs. 203—204.
El concepto de que el hombre es mortal, que vive fuera del reino del amor y de la perfección de Dios, es falso. Es una ilusión del sentido material y no la verdad del ser. Este falso concepto es la base de todo temor y desconfianza en el mundo. La Ciencia Cristiana nos enseña a destruir la ilusión y demostrar la verdad del ser.
Debemos confiar en Dios y sentir la fuerza y libertad que surge de esta confianza. La Biblia nos alienta a hacerlo. Declara: “Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento; reconócelo en todos tus caminos, y él dirigirá tus senderos”. Prov. 3:5, 6 (según la versión King James de la Biblia). Una palabra clave aquí es “entendimiento”. Nos apoyamos en el entendimiento divino. Confiamos en el verdadero conocimiento de Dios y del hombre a Su imagen y semejanza espirituales. Nuestra confianza es nuestra seguridad de que el entendimiento divino sana. Esta seguridad elimina el escepticismo que surge de la desconfianza, y prepare el camino para que comprendamos el cuidado de Dios.
En nuestro diario vivir, se nos exige constantemente que confiemos en muchas cosas, individuos o instituciones. Confiamos en determinadas leyes: leyes de la naturaleza, de la física, de las matemáticas y en una multitud de otras. Confiamos en la bondad de nuestros amigos. Contamos con que el banco tenga fondos disponibles cuando los necesitemos. Dependemos del piloto del avión en que viajamos y en las leyes de la aerodinámica. Pero si esta confianza no está basada en la comprensión divina que incluye seguridad perfecta, nuestra confianza humana tiene varios grados de incertidumbre.
La Ciencia Cristiana, que está de acuerdo con la Biblia, nos enseña que Dios es Amor divino, Espíritu infinito. Aprendemos a conocer que Dios es la única Mente verdadera, el Principio infalible y gobernante. El gobierno que Dios tiene del universo — incluso el hombre, Su imagen y semejanza espirituales — es eternamente armonioso, y refleja las cualidades de Su bondad.
Podemos llegar a confiar completamente en Dios mediante el Cristo, el cual revela nuestro linaje divino. A medida que comprendemos nuestra relación con el Padre, somos testigos del poder divino que incita nuestro pensamiento, ajusta lo humano con lo divino — con el amor de Dios — y efectúa la curación.
La primera vez que tuve la idea de confiar realmente en Dios, ocurrió hace algunos años. Empezaba a estudiar Ciencia Cristiana. Al volver a mi hogar después de un viaje, me vi ante una difícil situación con mi familia, aparte de tener que encarar una importante decisión comercial. Además de todo esto, padecía de un persistente dolor de espalda.
Amedrentado por estos problemas, recurrí a Dios en oración. Estaba aprendiendo que necesitaba confiar en Dios, y que, mediante el reconocimiento y la comprensión de Su bondad y omnipotencia, las soluciones de mis problemas se realizarían armoniosamente.
Oré para ver a través de la ilusión de que era un mortal con una responsabilidad personal. Me aferré firmemente a la comprensión de que el hombre es espiritual, bajo el cuidado de Dios. ¡Esto sí era confianza! Tenía que deshacerme del agobiante sentido de complicaciones humanas. Cuando lo hice, sentí un alivio que me llenó de satisfacción y paz. Sabía que todo estaba bien.
A los pocos días, la situación familiar se solucionó por sí sola. Pude hacer la decisión comercial con confianza. Sané del dolor de espalda, y pude moverme completamente bien como antes.
Quizás nos preguntemos por qué tiene Dios que interesarse por nuestros problemas individuales, cuando hay tantas situaciones importantes en el mundo que requieren Su atención. ¿No indica esa pregunta la necesidad de comprender mejor la naturaleza de Dios? Dios no es una persona corpórea, consciente de circunstancias materiales. No es un monarca absoluto cuyo trabajo es determinar la prioridad de los problemas humanos que necesitan solución. El es la Mente divina que conoce Su creación espiritual y cuida de ella, incluso del hombre como Su idea perfecta.
A medida que percibimos más claramente la naturaleza de Dios y la nuestra, nos es más fácil ver que ningún problema, pequeño o grande, individual o universal, es superior a la aptitud sanadora de Dios. Este afectuoso Principio gobernante, la Mente perfecta, está perpetuamente activo y es justo. En Ciencia y Salud, leemos: “Dios es Amor. ¿Podemos pedirle que sea más? Dios es inteligencia. ¿Podemos informar a la Mente infinita de algo que no comprenda ya? ¿Esperamos cambiar la perfección?”Ciencia y Salud, pág. 2.
Al recurrir a Dios y a lo que El sabe — y al apartarnos de lo que los sentidos materiales creen que está ocurriendo — somos capaces de ver que toda dificultad siempre surge de la falsa creencia de que la vida y la inteligencia están arraigadas en la materia y que la identidad del hombre es física, sujeta a una mente aparte de Dios. A medida que abandonamos estas nociones a cambio de la comprensión del universo espiritual de Dios y de lo que Dios sabe, descubrimos las leyes espirituales que disipan el temor, la confusión y la duda. Ocurren cambios en la experiencia humana que concuerdan con las leyes divinas del bien que nos gobiernan.
El problema jamás es algo que está “allí afuera”. Puede parecer que lo causa alguna otra persona o que se debe a una cuenta bancaria menguante. Puede parecer que está “allí afuera” en nuestro cuerpo o en la situación general del mundo. Cualquiera que sea su aparente naturaleza, la dificultad no es sino una sugestión, una falsa creencia, albergada en la consciencia humana. Y es allí donde la solución — la curación — tiene que efectuarse.
La curación se efectúa a medida que nuestra comprensión de lo que es Dios se vuelve más que fe y es fortalecida por la firme confianza o convicción espiritual. Se efectúa a medida que comprendemos mejor que la naturaleza de Dios es Amor divino y damos lugar a que opere en la consciencia humana.
Es esencial que escuchemos la dirección de Dios. El poder que nos impele a recurrir a Dios es el Cristo. El Cristo siempre nos está hablando. Ciencia y Salud declara: “El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”.Ibid., pág. 332. Este mensaje del Cristo “que proclama al bien”, nos eleva a la comprensión que sana a medida que estamos verdaderamente deseosos de abrir nuestro pensamiento y continuar escuchando, afirmando la verdad espiritual y las ideas sanadoras que nos vienen.
La humildad es con frecuencia la clave para escuchar al Cristo, la verdadera idea de Dios. Es el punto de partida para confiar en Dios. Es la buena voluntad de dejar que la Mente divina gobierne. La humildad verdadera no es falsa modestia. Incluye el abandono del falso concepto de que somos mortales llenos de argumentos y de dudas, para confiar, en su lugar, en la presencia y sabiduría de Dios, y someternos a ellas.
Cuando nuestra comprensión de lo que es Dios es puesta a prueba, y nuestra confianza es desafiada, podemos apartarnos del problema mediante la oración y afirmarnos más en la verdad espiritual del ser del hombre. He aquí una seguridad que nos da la Biblia: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. Rom. 8:28. A medida que aceptemos esto, tendremos confianza en que el verdadero conocimiento de Dios lleva en sí la confianza completa que bendice, inspira y sana.
    