Pensemos en Pablo. Los naufragios, los encarcelamientos y los azotes que soportó, hubieran hecho a la mayoría de las personas volverse presurosos al terreno más seguro de los dogmas comúnmente aceptados y las creencias religiosas que no son tan radicalmente espirituales. Pero Pablo, uno de los primeros cristianos, decía de esas penurias: “De ninguna cosa hago caso”. Hechos 20:24. Para tener éxito en medio de pruebas como las que él soportó, se requiere una comprensión profunda del cuidado de Dios, junto a una cualidad especial que podríamos llamar “vigor espiritual”.
Si el vigor espiritual hubiera sido logrado solamente por Pablo y otros gigantes de la Biblia, esta cualidad tendría poca importancia hoy en día. Pero ésta es una fortaleza que nos es posible obtener porque Dios, quien es Espíritu, se expresa a Sí mismo por medio del hombre. La fortaleza espiritual, siendo un aspecto de la verdadera naturaleza semejante al Cristo que el hombre creado por Dios posee, es posible para cada uno de nosotros en la medida en que la reclamemos con energía. La persona que sabe que, en realidad, es el hombre creado por Dios, posee toda la vitalidad, fortaleza, flexibilidad — vigor espiritual — que necesita. A medida que comprendamos que el hombre es realmente el reflejo de Dios, la Vida, quien es fuente de todas las cualidades espirituales, obtendremos lo que se requiere para conquistar la cumbre de cualquier desafío, así sea grande como una montaña. Aunque sea difícil o impopular, podemos ponernos del lado de la verdad, y con éxito podemos desarraigar del pensamiento todo lo que sea débil y sin energía.
Aunque usted conozca la Biblia superficialmente, es probable que esté familiarizado con algunas ilustraciones de la cualidad que estamos hablando. Repetidas veces, la fe que una persona tenía en Dios, fue la causa de que la apresaran, que la echaran en un foso de leones o en un horno de fuego ardiendo. Pero estos personajes bíblicos no se quedaron en la prisión, ni en el foso, ni en el horno. En cada caso, la misma fe firme en Dios, que aparentemente había provocado la prueba, también trajo la liberación, así como mayores bendiciones. Inevitablemente, el efecto final que el triunfo sobre un obstáculo tiene sobre la integridad espiritual, es una mayor fortaleza y no debilidad. “Cada prueba de nuestra fe en Dios nos hace más fuertes”,Ciencia y Salud, pág. 410. nos dice la Sra. Eddy.
El vigor espiritual es el resultado de las épocas de pruebas. Al escalar una montaña, desarrollamos más de lo que necesitamos para continuar escalando montañas. Al igual que aquellos personajes bíblicos, nosotros también obtenemos mayor fortaleza y vigor espirituales a medida que hacemos frente a los desafíos difíciles con una comprensión de nuestra relación real e indestructible con Dios, la Vida y el Espíritu divinos.
No hay ningún otro camino. No podemos, en realidad, ser seguidores de Cristo Jesús y, a la vez, estar de acuerdo con el pensamiento basado en la materia. El ciclo histórico que se extiende desde Belén al Gólgota, y desde allí al refrigerio matutino junto al Mar de Galilea, se destaca por su testimonio de confianza radical en Dios, la Vida. Este es un ejemplo que debemos emular, y para hacerlo se requieren las cualidades espirituales otorgadas por Dios, que en realidad todos poseemos como Su reflejo. La firme vitalidad espiritual que Jesús y, en gran medida, Pablo y otros ejemplificaron, es el objetivo que nos permite demostrar con valentía la presencia y el poder de Dios.
Cuanto más divisamos mentalmente, y por medio de la oración, nuestra relación con Dios, la Vida divina, como Su expresión perfecta, tanto más podemos hacer que nuestra vida armonice con el pensamiento basado en lo que es espiritual. Esta clase de pensamiento no se amedrenta, no sigue a la multitud cuando la multitud niega la omnipotencia y omnipresencia de Dios. Quien tiene vigor espiritual permanece firme, aunque esto signifique quedarse solo con Dios.
A veces, se requiere vigor espiritual para abogar por la curación mediante la oración, en lugar de seguir el camino comúnmente aceptado de la medicina. Ese camino se ha popularizado mucho. Pero, el menos transitado, el de confiar en la oración a Dios, trazado por Cristo Jesús, es de probada eficacia. La Ciencia Cristiana reafirma la eficacia de la oración, la de reconocer enérgicamnete la presencia y el poder de Dios, la Vida divina, y Su cuidado por Su creación. La Ciencia no recomienda hacer el débil pacto de poner la mitad de nuestra fe en Dios y la otra mitad en alguna institución humana de ayuda.
Mirando hacia las épocas pasadas, en las que tal vez no fuera tanta la obsesión con la enfermedad y la salud física, la Sra. Eddy comenta: “Si un pensamiento fortuito que se autodenomina dispepsia, hubiese tratado de tiranizar a nuestros antepasados, habría sido desechado por la independencia y laboriosidad de ellos. En aquel entonces la gente disponía de menos tiempo para dedicarlo al egoísmo, a los mimos y pláticas enfermizas de sobremesa”.Ibid., pág. 175.
Hoy en día, las pláticas de sobremesa pueden ser complementadas con la televisión, que incluye dosis de noticias orientadas hacia la medicina, intercaladas con la publicidad de remedios para todo tipo de enfermedad. A veces parece que primero se divulgara la enfermedad y luego el medicamento para curarla; ésta no es exactamente una atmósfera saludable de pensamiento para aceptar sin objeción. Es muchísimo mejor participar del pensamiento espiritualmente independiente que nos fortalece. En lugar de albergar “al egoísmo, los mimos y pláticas enfermizas de sobremesa”, podemos eliminar todo eso. O podemos expulsarlos enérgicamente de nuestro pensamiento, si se han introducido secretamente cuando no estábamos alerta. Para vigilar el pensamiento de esta manera es preciso tener la seguridad de que Dios, la Vida divina, es la fuente de todo el bien, la fuente de la salud misma. Y podemos tener esta certeza cuando sabemos que Dios es Todo y no hay nada que se oponga al cuidado que El tiene para con el hombre.
El resultado será una mejor manera de pensar, más espiritual e independiente, y una mejor y más robusta salud; y, obviamente, tendremos mejores pláticas de sobremesa.
A medida que reclamemos y luego ejercitemos nuestro vigor espiritual otorgado por Dios, encontraremos, en grado creciente, que podemos abordar con éxito los desafíos que creímos demasiado grandes para nosotros. Y encontraremos que tenemos todo lo que se requiere para triunfar.
    