Casi todos los fines de semana, Marquitos y Juanita iban con sus padres a una casa en las cercanías del bosque. Toda la semana, los niños esperaban ansiosamente que llegara el día de ir a ese lugar que tanto les gustaba. Tenían un hermoso jardín. Y, ¡cuánto silencio y paz había! La presencia de Dios se sentía muy real. A veces, por las noches, todos en la familia se sentaban en el patio y cantaban canciones; algunas de ellas eran himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Juanita le enseñaba a su hermanito la letra.
Durante el día, estaban ocupados realizando toda clase de actividades, incluso tareas para ayudar en la casa. Una tarde, cuando el papá había ido a juntar hongos, la mamá necesitaba leña para el fuego. Tomó un hacha y trató de cortar la leña. De pronto, dio un grito. Se había cortado la mano gravemente. Al ver la sangre, Marquitos empezó a llorar, pero Juanita fue muy valiente.
Dijo: — Cúbrete la mano, mamá, y siéntate aquí en la silla, por favor —. Juanita fue corriendo a la casa y tomó una Biblia y un ejemplar de Ciencia y Salud. Recordaba bien lo que había aprendido en la Escuela Dominical sobre los accidentes: que no tienen absolutamente ningún lugar en el reino de Dios. Le temblaban las manos y apretó fuertemente los labios, haciendo un esfuerzo para no llorar, pero le dijo a su hermanito: — Marquitos, ahora tienes que orar un poquito. Después, vamos a cantar algunos de los himnos que aprendimos ayer.
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