Todo aquel que haya estado luchando por largo tiempo con algunas desafiantes dificultades físicas o mentales, tal vez piense: “¡Si tan sólo pudiera ir hacia Cristo Jesús. El no pediría mucho de mí, y me sanaría inmediatamente!”
Si se leen superficialmente los relatos bíblicos de las obras sanadoras de Jesús, pareciera que las personas que necesitaban curación no tenían mucho que hacer para obtener la ayuda de Jesús. Consideremos esta ilustración en Lucas: “Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios”. Lucas 13:10-13.
A pesar de que estos cuatro versículos nos dan muy pocos detalles, revelan que la mujer tuvo que hacer algo para poder recibir su curación. Y lo que hizo puede ser un ejemplo útil para mostrarnos lo que debemos hacer para recibir el toque sanador del Cristo.
Pero primero tenemos que comprender que hoy en día todavía es posible recibir la curación del Cristo. La verdad que Jesús enseñó ―que el hombre es el amado hijo de Dios, la imagen del ser puro y perfecto de Dios― está todavía con nosotros. Esto es lo que nos sana: el Cristo, la Verdad, que penetra nuestros pensamientos y nuestras vidas con la comprensión espiritual de que el hombre es, en realidad, la expresión de Dios, la Vida divina. La Sra. Eddy, refiriéndose a Jesús, escribe en Ciencia y Salud: “Sabía que la materia no tenía vida y que la Vida verdadera es Dios; por tanto era tan imposible separarle de su Vida espiritual como extinguir a Dios”.Ciencia y Salud, pág. 51.
Y lo que es verídico acerca de Jesús ―que, en realidad, él nunca podía ser separado de la Vida divina― también debe ser verídico acerca de nosotros. Pero tenemos que escuchar y responder a la Verdad antes que este hecho se evidencie como curación en nuestra vida.
Volviendo a la ilustración de la mujer que Jesús sanó, vemos algunos pasos que ella tuvo que dar y que la llevaron a obtener su curación. Primero, estaba en la sinagoga. Estaba donde Jesús estaba. La Biblia nos dice que era natural para Jesús estar en la sinagoga en el día de reposo: “En el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre”. Lucas 4:16. No sabemos qué impulsó a la mujer a estar en la sinagoga ese día de reposo: deber, o quizás amor por lo que allí encontraba, o, a lo mejor, una esperanza de ver a Jesús. De todas maneras, estaba allí.
¿Estamos nosotros donde está el Cristo sanador, la Verdad? El Cristo, por supuesto, como idea del Dios omnipotente, está en todas partes. Pero, ¿abrigamos verdaderamente al Cristo en nuestros pensamientos?
Sentimos la presencia del Cristo especialmente en la iglesia, porque allí podemos dedicar toda nuestra atención a considerar devotamente las ideas espirituales. Pero el Cristo no está confinado a un edificio de iglesia. En realidad, estamos donde está el Cristo cuando nuestros pensamientos reflejan al Amor divino. Podemos estar en la iglesia regularmente, pero si nuestros pensamientos están llenos de creencias de celos, descontento y enfermedad acerca de nosotros o de otros ―o si estamos simplemente desperdiciando el tiempo con cavilaciones personales y mundanas― mentalmente todavía estamos afuera de la iglesia. El Cristo puede estar presente en el culto de esa iglesia, pero nosotros no lo estamos.
Para estar donde está el Cristo, la Verdad, debemos desear el bien espiritual, anhelar conocer a Dios, esforzarnos por amar a nuestro prójimo. Esa sincera espiritualidad que emerge en nosotros, nos pone en la atmósfera del Amor, donde mora el Cristo sanador.
Otro punto importante inferido en estos versículos bíblicos es el siguiente: Cuando Jesús vio a la mujer, “la llamó”. Ella escuchó su llamado. ¿Estamos nosotros silenciosa y devotamente, día a día, atentos a escuchar el mensaje de la perfección del hombre como la idea de Dios, mensaje que constantemente nos está impartiendo el Amor divino? El mensaje de que el hombre es la idea pura, saludable e inmortal de la Vida, se encuentra en la Biblia y en Ciencia y Salud. El mensaje de que el hombre, como reflejo de Dios, es indestructible, habla al mundo mediante las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, los cultos religiosos, las reuniones de testimonios, las conferencias, y también habla a los estudiantes de Ciencia Cristiana mediante la instrucción en clase. Y, por sobre todo, cada uno puede escuchar el mensaje del Cristo mediante su devota comunión con Dios. El mensaje está siempre presente, pero, para escucharlo, debemos mantener nuestros pensamientos tranquilos, libres de imaginaciones insensatas y de la palabrería morbosa de la mente humana no regenerada. Podemos silenciar el entrometido ruido del pensamiento mortal cuando comprendemos que el hombre espiritual, nuestra verdadera identidad, está gobernado solamente por Dios, la única Mente, y que sólo escucha Su voz. La Biblia nos dice: “Desde los cielos te hizo oir su voz, para enseñarte”. Deut. 4:36.
Otra indicación sanadora que nos otorga este tierno relato bíblico es la inferencia de que cuando Jesús llamó a la mujer, ella fue hacia él. El relato no dice que Jesús fue hacia ella, sino que ella respondió a su llamado. ¿Acaso no necesitamos todos responder al llamado del Cristo sanador?
Para lograr la curación debemos ir al Cristo con humildad, con amor, con paciencia y con disposición a escuchar y a obedecer el mensaje que Dios nos está dando. Muy a menudo deseamos que Dios se reconcilie con nosotros, a lo que queremos ser y hacer en nuestra vida. Pero el compasivo Cristo nos reconcilia a nosotros con la voluntad de Dios. Y podemos estar seguros de que la voluntad de Dios para con el hombre es que éste exprese la Vida eterna, porque Dios es la Vida. El hombre está siempre libre de las cadenas limitativas y restrictivas de la materia, porque el hombre refleja a Dios, que es Amor divino, Espíritu ilimitado. Y la voluntad de Dios es que el hombre exprese libertad, armonía y salud.
La mujer en la sinagoga fue sanada. Estaba donde Cristo Jesús estaba; escuchó su llamado; respondió a su llamado; y “se enderezó luego, y glorificaba a Dios”.
Nosotros también podemos ser enderezados mental, física y moralmente al escuchar y responder al llamado sanador y al toque sanador del Cristo. Y porque esto es verdad, no tenemos que esperar hasta que veamos la manifestación física de la curación para glorificar a Dios. Podemos glorificar y agradecer a Dios en este mismo momento que el Cristo sanador, hoy en día, está presente donde nosotros estamos. Y podemos escuchar y responder al mensaje de la perfección del hombre porque, en realidad, somos la idea perfecta de Dios ahora.