El deseo profundo de un discípulo cristiano es el de hacer la voluntad del Padre. Con una fidelidad inquebrantable y en obediencia a las enseñanzas de Cristo Jesús, el discípulo se esfuerza por avanzar con firmeza hacia la meta final que tiene el corazón de lograr una completa salvación. Si bien indudablemente es una vida de esfuerzo diligente — la de ocuparse en la redención y la curación, de compartir las buenas nuevas con otros — también está destinada a ser una vida llena de esperanza, expectativa y gozo, bendecida con la gracia del Padre.
No obstante, es posible que descubramos que a lo largo del sendero que va hacia el Espíritu, hay lo que a veces pudiera parecer como montañas que necesitan ser eliminadas: tal vez enfermedad, pecado, escasez, y así por el estilo. Pero a medida que el sendero se despeja, el resultado es siempre una vista más radiante del reino de Dios, una vista menos estorbada por las obstrucciones de la materialidad. Las “montañas” no tienen por qué ser causa de desaliento o desesperación, pues cada una de ellas puede ser una oportunidad para confirmar el cuidado de Dios, para comprender la omnipresencia del Espíritu infinito. La eliminación de las barreras nos revela los escalones que conducen a la realidad. Nuestra percepción de la espiritualidad se vuelve más vívida, y nos acercamos más al Dios Todopoderoso al demostrar el poder de la verdad inmortal de que el ser del hombre es Su imagen y semejanza espirituales.
Una de las montañas que los discípulos del cristianismo científico son llamados a mover — a eliminar de la consciencia humana, de nuestro sendero hacia el Espíritu — es la montaña del temor. ¿Cómo movemos este montón de piedras de apariencia formidable? El punto de partida es un grano puro de fe en la bondad y omnipotencia de Dios. Cristo Jesús enseñó: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”. Meteo 17:20. Un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana, tomado de uno de los poemas de Charles Wesley, incluye estas líneas sobre la fe, que es considerada como una cualidad activa de la vida cristiana:
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