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Podemos mover la “montaña” del temor

Del número de marzo de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El deseo profundo de un discípulo cristiano es el de hacer la voluntad del Padre. Con una fidelidad inquebrantable y en obediencia a las enseñanzas de Cristo Jesús, el discípulo se esfuerza por avanzar con firmeza hacia la meta final que tiene el corazón de lograr una completa salvación. Si bien indudablemente es una vida de esfuerzo diligente — la de ocuparse en la redención y la curación, de compartir las buenas nuevas con otros — también está destinada a ser una vida llena de esperanza, expectativa y gozo, bendecida con la gracia del Padre.

No obstante, es posible que descubramos que a lo largo del sendero que va hacia el Espíritu, hay lo que a veces pudiera parecer como montañas que necesitan ser eliminadas: tal vez enfermedad, pecado, escasez, y así por el estilo. Pero a medida que el sendero se despeja, el resultado es siempre una vista más radiante del reino de Dios, una vista menos estorbada por las obstrucciones de la materialidad. Las “montañas” no tienen por qué ser causa de desaliento o desesperación, pues cada una de ellas puede ser una oportunidad para confirmar el cuidado de Dios, para comprender la omnipresencia del Espíritu infinito. La eliminación de las barreras nos revela los escalones que conducen a la realidad. Nuestra percepción de la espiritualidad se vuelve más vívida, y nos acercamos más al Dios Todopoderoso al demostrar el poder de la verdad inmortal de que el ser del hombre es Su imagen y semejanza espirituales.

Una de las montañas que los discípulos del cristianismo científico son llamados a mover — a eliminar de la consciencia humana, de nuestro sendero hacia el Espíritu — es la montaña del temor. ¿Cómo movemos este montón de piedras de apariencia formidable? El punto de partida es un grano puro de fe en la bondad y omnipotencia de Dios. Cristo Jesús enseñó: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”. Meteo 17:20. Un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana, tomado de uno de los poemas de Charles Wesley, incluye estas líneas sobre la fe, que es considerada como una cualidad activa de la vida cristiana:

Las acciones mostrarán
de la fe la santidad.
Con amor podréis mover
las montañas del temor.Himnario, N.° 273.

La Ciencia del Cristo aúna la fe con la comprensión espiritual; y mediante esta unión en nuestra vida, la demostración práctica de dominio sobre el temor, el mal y la enfermedad, se manifiesta progresivamente. La comprensión creciente de la realidad divina nos capacita para ver el temor por lo que realmente es: una mentira, un espejismo de la llamada mente mortal.

El temor es esencialmente un producto del magnetismo animal, que la Ciencia Cristiana explica como la acción mesmérica de la mente carnal que quisiera impedir el progreso espiritual. El magnetismo animal quisiera sugerir que hay una base razonable para nuestras dudas, preocupaciones y ansiedades. Pretendería justificar las supersticiones y exagerar fraudulentamente los peligros que la mente humana no ve o desconoce. Y si se tiene temor, uno podría ser inducido a sentirse separado de Dios, o sentirse débil, desamparado, insignificante. El temor quisiera agotar nuestra energía y esperanza.

Pero, en realidad, el magnetismo animal y el temor son impotentes. Esa acción errónea y ese falso testimonio de los sentidos corpóreos jamás son reales o sustanciales. ¿Cómo podemos contrarrestar la evidencia falsa? Comprendiendo lo que es la verdad del ser, proclamándola y viviéndola. Y mediante la oración, empleamos a nuestro abogado para que defienda el caso del lado del bien omnipotente. El Cristo es ese abogado, que nos trae consuelo y la gracia perfecta del Amor divino. El Cristo, el mensaje salvador de Dios, llega a la consciencia humana y cancela las pretensiones del magnetismo animal. El Cristo nos da el valor moral para resistir las sugestiones del mal y derrocar las creencias mortales.

La verdad del ser revela que el hombre no es un mortal débil, ni tiene una mente mortal. El hombre es el poderoso representante de Dios, la Mente infinita, la Vida todopoderosa. Dios es la única Mente del hombre, y la verdadera consciencia del hombre no está cargada de males y sombras y misterios tenebrosos. El hombre vive en la luz radiante de la Verdad divina donde no hay tenebrosidad de creencias mortales que atemoricen al hijo de Dios. El sentido espiritual del hombre comunica solamente la evidencia verdadera, y ésta es siempre buena.

Otro elemento necesario para tener dominio sobre el temor, es un creciente amor por el bien y nuestra expresión de ese amor hacia otros. Como la Primera Epístola de San Juan proclama en la Biblia: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. 1 Juan 4:18. Un corazón que está lleno del amor puro que refleja al Amor divino, no deja lugar que pueda ocupar el temor.

La Ciencia Cristiana da muchos consejos sabios sobre cómo vencer el temor. Nos instruye sobre la necesidad de invertir las mentiras de la mortalidad, y así descubrimos que el mal y el temor son dos por medio de la lógica irrefutable de la oración científica (ver, por ejemplo, La unidad del bien por la Sra. Eddy, pág. 20).

La destrucción del temor es también esencial para tener éxito en la práctica de la curación por la Ciencia Cristiana, pues el temor puede causar o perpetuar la enfermedad. En Retrospección e Introspección la Sra. Eddy nos aconseja: “La Ciencia Cristiana declara que la enfermedad es una creencia, un miedo latente que se manifiesta en el cuerpo en diferentes formas de temor o enfermedad”. Luego, en el siguiente párrafo, encontramos un argumento científico y específico para encarar y erradicar el temor. Nuestra Guía escribe: “La Ciencia dice al temor: ‘Tú eres la causa de toda enfermedad; pero eres una falsedad autoconstituida ―eres oscuridad, nada. Estás sin “esperanza y sin Dios en el mundo”. No existes y no tienes derecho de existir, porque “el perfecto Amor echa fuera el temor” ’ ”.Ret., pág. 61.

Nuestro derecho otorgado por Dios es el de estar libres del temor y sus efectos. Poseemos la fortaleza, la paz y el valor espirituales que nuestro Padre, la Mente omnipotente, siempre tiene a nuestra disposición. Cuando enfrentemos al enemigo con la Verdad, el temor huirá. La montaña se pasará, y sentiremos el amor de Dios, como el calor del sol, que nos renueva, inspira y sana.

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