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“El salario del miedo”

[Original en español]

Del número de marzo de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día, asistí a la exhibición de una película intitulada “El salario del miedo”. Se desarrollaba con tanta realidad, y era tanto el suspenso, que sentí miedo y angustia. Sin darme cuenta, había hecho mía la farsa tan bien preparada. Cuando se encendieron las luces, respiré hondo y sentí verdadero alivio. Esta película puede compararse con la que pretenden presentar los sentidos materiales para que la aceptemos.

La mente mortal, el sueño adámico, puede considerarse como la película. El ocultismo, la astrología, la hechicería y el magnetismo animal, si bien existen sólo dentro de esta “película” ilusoria, también actúan como directores, libretistas y distribuidores. Los artistas contratados son los cinco sentidos materiales, los que actúan con gran astucia en el papel de falsedad, resentimiento, hipocresía, voluntad humana, enfermedad: en fin, toda la gama del pensamiento erróneo que pretende aparecer en la pantalla de la consciencia humana.

Pero esa pantalla tiene que estar a oscuras para poder exponer sus imágenes de ansiedad y temor. Es suficiente que se encienda la luz del Cristo para que se desvanezca el “salario del miedo”.

¿Cómo puede la humanidad liberarse del “salario del miedo”. la creencia de que somos mortales que nos enfermamos y morimos? ¿Cómo puede ganar su salario verdadero, su herencia divina?

Para ambas cosas, la humanidad tiene que abrir la puerta de su consciencia al Cristo. Entonces ya no dependemos de los sentidos carnales; espiritualmente vemos lo infinito, la gloria de Dios. Oímos al Cristo, olemos el perfume de la gratitud, tocamos el manto de Cristo, gustamos las delicias del banquete espiritual, la infinitud y gloria del Amor. Hemos comenzado a aceptar nuestra presente herencia espiritual. En realidad, tenemos nuestro ser en Dios, en la Vida eterna. Dios, Amor, nos cuida y protege; El no nos deja en el camino. Sólo necesitamos aceptar Su bondad, cumplir con Su ley y estar llenos de gratitud. Su trabajo es cuidarnos, y el nuestro es confiar en El. El Cristo nos inspira, nos guía y nos da testimonio del Amor infinito, que envuelve a toda la humanidad, destruye lo erróneo, sostiene lo verdadero y revela la gloria de Dios en toda Su plenitud.

Dios, la única Mente, es infinito, supremo, el Todo-en-todo. El hombre es Su idea, imagen y semejanza, y refleja todas las cualidades, facultades y atributos del Principio divino.

De esta manera, queda eliminada la creencia de que hay una mente mortal que quisiera operar por medio de la errónea influencia del magnetismo animal. El hombre espiritual vive en la Mente divina en completa libertad, porque es la perfecta manifestación del Amor. Es inseparable del Principio porque está identificado activamente con la Verdad, que nos sostiene, no gobierna y nos da gozo. El comprender que nosotros somos, en realidad, este hombre, nos da dominio sobre sugestiones mesméricas de enfermedad y pecado.

Generalmente se nombra lo humano y lo material como si fueran una y la misma cosa, cuando lo humano es, en un aspecto, algo que puede ser salvado. Lo mortal, producto de la creencia de vida en la materia, puede considerarse como irreal, el salario falso. Este error desaparece de la consciencia humana ante la presencia del Cristo, a través del cual lo divino abraza lo humano, redimiendo y salvando a la humanidad. Cuando comprendemos y aceptamos el poder que tiene la Mente divina sobre la creencia material, percibimos que no hay error que resista.

La falsa educación, el ambiente, los credos, las influencias, nos dicen que vivimos en la materia; que oímos, vemos, gustamos, por medio de los sentidos materiales y que dependemos de ellos. Esa creencia nos proporciona el salario del miedo: la enfermedad, el pecado y la muerte. Pero la Sra. Eddy nos dice: “No les es posible a los sentidos corporales tener conocimiento ni de la realidad espiritual ni de la inmortalidad”.Ciencia y Salud, pág. 488.

Cualquier pensamiento erróneo que aceptemos y mantengamos en nuestra consciencia no permitirá que la armonía se manifieste en nuestra vida. Hasta las pequeñas cosas que permanecen depositadas en los rincones oscuros de la consciencia, si no las desalojamos, pueden socavar nuestros esfuerzos y convertirse en “las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas”. Cant. 2:15.

Puedo hablar por experiencia. Con un abuelo paralítico y una madre semiparalítica, desde mi juventud se me había sugerido de que alguien en la familia tenía que heredar esa condición. Y así, poco a poco, empecé a padecer de los mismos síntomas. No existía medicina que no conociera para calmar mis dolores. Un día, los médicos diagnosticaron, basándose en seis radiografías, que mi curación era imposible. Pero dijeron que existían muchos calmantes y que, con el tiempo, los medicamentos calmarían mis sufrimientos.

Siempre estaré agradecida por ese “ultimátum”, pues fue lo que me llevó a la Ciencia Cristiana. Me habían hablado mucho de esta Ciencia, pero tenía miedo de dejar veinte años de medicina material. Ahora no me quedaba otro camino, de manera que me decidí probar la Ciencia Cristiana. Y lo que no conseguí en veinte años, lo conseguí en tres días. No acepté más medicamentos, y comencé a leer Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. En la página 375 leí: “La parálisis es una creencia de que la materia gobierna a los mortales y que puede paralizar al cuerpo inmovilizando ciertas partes del mismo. Destruid la creencia, mostrad a la mente mortal que los músculos no tienen poder que perder, porque la Mente es suprema, y curáis la parálisis”.

Con esa magnífica declaración, comprendí lo que en realidad es Dios y lo que era yo para El. Me levanté, instantáneamente libre de todo dolor, dueña de todos mis movimientos, pudiéndome doblar hasta tocar el piso. Mi Dios ahora no era un Dios que enviaba el bien y el mal, que castigaba. El era — y es — Mente, Espíritu, Alma, Principio, Verdad, Vida y Amor, el único creador. Por lo tanto, todo es perfecto, armonioso, bueno, porque Dios es el bien.

No puede haber ninguna ley que separe al hombre de su unidad con la Vida divina. Todas las cosas son nuestras porque, en la verdad, reflejamos la totalidad del infinito. El temor, la angustia, la desesperación, no pueden entrar en el reino de Dios, donde todo está protegido, incluido en el Amor. A medida que avanzamos en el conocimiento de la Verdad, todo lo que pretenden presentar los sentidos materiales nos parecerá una mala película, que no tiene poder para influirnos.

Cuando confiamos totalmente en Dios, ya no hay lugar para el “salario del miedo”, porque el Cristo está diciendo, aquí y ahora: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Apoc. 3:20. Amigos, abramos la puerta. Con el corazón lleno de gozo, aceptemos la promesa de Cristo Jesús: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Juan 14:27.

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