Conocí la Ciencia Cristiana cuando era muy joven. Un familiar muy querido, quien vio que yo estaba enferma, me llevó a una practicista de la Ciencia Cristiana. Por medio de las oraciones de la practicista, sané de una afección pulmonar y de un quiste muy doloroso. Sin embargo, yo no conocía ni entendía nada de esta maravillosa Ciencia. Y a pesar de estas maravillosas curaciones, no comencé a estudiar la Ciencia Cristiana.
Pasaron muchos años antes que la semilla sembrada en aquel entonces germinara. Un día me comunicaron que un nietecito mío se encontraba muy enfermo y que había que tenerlo en brazos toda la noche. De acuerdo con el médico, si acostábamos al niño, corríamos el riesgo de que se asfixiara. Cuando me tocó a mí tenerlo en brazos, recordé que había aprendido un pasaje, la “exposición científica del ser”, que se encuentra en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y que concluye así (pág. 468): “El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto el hombre no es material; él es espiritual”. Oré y reflexioné sobre esta declaración toda la noche. Sané del temor.
Cuando el médico vino al día siguiente, le dijo a la madre del niño que éste ya estaba fuera de peligro. Dijo también que la situación había sido muy grave, puesto que pocos bebés se salvaban de esa enfermedad. Debido a la suprema gratitud que sentí por esta curación, me dediqué totalmente al estudio consagrado de la Ciencia Cristiana.
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