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[Original en español]

Conocí la Ciencia Cristiana cuando era muy joven.

Del número de mayo de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Conocí la Ciencia Cristiana cuando era muy joven. Un familiar muy querido, quien vio que yo estaba enferma, me llevó a una practicista de la Ciencia Cristiana. Por medio de las oraciones de la practicista, sané de una afección pulmonar y de un quiste muy doloroso. Sin embargo, yo no conocía ni entendía nada de esta maravillosa Ciencia. Y a pesar de estas maravillosas curaciones, no comencé a estudiar la Ciencia Cristiana.

Pasaron muchos años antes que la semilla sembrada en aquel entonces germinara. Un día me comunicaron que un nietecito mío se encontraba muy enfermo y que había que tenerlo en brazos toda la noche. De acuerdo con el médico, si acostábamos al niño, corríamos el riesgo de que se asfixiara. Cuando me tocó a mí tenerlo en brazos, recordé que había aprendido un pasaje, la “exposición científica del ser”, que se encuentra en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y que concluye así (pág. 468): “El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto el hombre no es material; él es espiritual”. Oré y reflexioné sobre esta declaración toda la noche. Sané del temor.

Cuando el médico vino al día siguiente, le dijo a la madre del niño que éste ya estaba fuera de peligro. Dijo también que la situación había sido muy grave, puesto que pocos bebés se salvaban de esa enfermedad. Debido a la suprema gratitud que sentí por esta curación, me dediqué totalmente al estudio consagrado de la Ciencia Cristiana.

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