Se estaba dando énfasis a un punto muy importante. Eso fue todo lo que yo percibí claramente y también el resto de nuestra clase de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Por supuesto que la mayoría de nuestros pensamientos se relacionaban con los asuntos de interés de la escuela secundaria o de la universidad. Pero yo sentía un gran afecto por mi maestra, y si ella nos decía que era importante que no sepultáramos nuestro sentido de infinitud, entonces yo lo aceptaba.
A menudo ella se refería a esa declaración en Ciencia y Salud donde la Sra. Eddy escribe: “Sepultamos el sentido de infinitud cuando admitimos que, aunque Dios es infinito, el mal tiene un lugar en esa infinitud, porque el mal no puede tener lugar, ya que todo espacio está ocupado por Dios”.Ciencia y Salud, págs. 469.
En ese entonces, francamente desconocía el significado de esta declaración. Solamente años más tarde comencé a vislumbrar que contenía una poderosa y eficaz verdad. Exactamente ¿qué constituye “el sentido de infinitud”? ¿Cómo lo adquirimos? ¿Cómo lo mantenemos, es decir, cómo lo conservamos vivo?
Podríamos definirlo como un sentido de Dios, un sentido del bien espiritual, un sentido de lo que es valioso y duradero. Descubrir y luego cultivar este sentido, puede exigir un profundo examen de nuestros pensamientos. Quizás hemos estado aceptando puntos de vista superficiales acerca de la vida, de nosotros y de aquellos que nos rodean. ¿Acaso Cristo Jesús hizo esto? No, todo lo que la Biblia relata acerca de sus palabras y obras indica lo opuesto. La Ciencia Cristiana explica que él buscó y vio la verdadera identidad del hombre, perfecta e ilimitada, la semejanza de Dios, jamás sujeta a leyes materiales o físicas. Solamente aceptaba el punto de vista divino, es decir, el punto de vista cristiano acerca de su prójimo como le fue revelado por medio de su profundo entendimiento de Dios, el Padre del hombre.
Quizás gran parte del desafío consista en que no estamos acostumbrados a pensar en términos de infinitud. Los diccionarios dan varias definiciones de la palabra infinito, tales como: ilimitado, perfecto, inmensurablemente grande, no sujeto a determinación externa alguna. Viendo mi maestra de la Escuela Dominical que nuestra clase necesitaba obtener un mayor entendimiento de ese concepto, cierta vez nos sugirió que pensáramos acerca de un círculo cuya circunferencia estaba en todas partes. Ciencia y Salud declara: “Dios es simultáneamente el centro y la circunferencia del ser”.Ibid., págs. 203–204.
Nada está “fuera” de lo infinito. ¿Qué significa, pues, pensar y vivir, desde el punto de vista de lo infinito? Por un lado, significa amar más, percibiendo nuestro ser verdadero que es la expresión del Amor divino ilimitado, que todo lo incluye. De esta manera, estamos menos inclinados a que los gustos o preferencias personales nos influyan. Cuando centramos el pensamiento en las personas y criticamos lo que dicen y hacen, sepultamos momentáneamente este maravilloso concepto de infinitud. No obstante, dicho concepto permanece vivo a medida que permitimos que Dios, el Amor ilimitado, nos informe lo que es verdadero acerca de nosotros y de los demás. Podemos poner en práctica este entendimiento del Amor infinito aun en medio del tráfico congestionado por el que atravesamos en nuestros cotidianos viajes del trabajo a casa o cuando esperamos en la fila para pagar en la caja de un supermercado.
Podemos razonar desde el punto de vista de lo infinito cuando pensamos acerca de nuestra provisión diaria, nuestras familias, nuestros vecinos, nuestra iglesia, nuestro país y nuestro mundo. Es una tentación pensar acerca de la provisión en términos de empleos y sueldos, fondos de inversiones o pensiones de jubilación. Por cierto que éstos deben administrarse con sabiduría y considerarse correctamente, pero la pregunta importante es la siguiente: ¿En qué dirección va nuestro pensamiento? ¿Hacia lo infinito e ilimitado o hacia lo que infunde temor y restricción?
Recuerdo una de las numerosas y continuas lecciones que aprendimos sobre este aspecto. Cuando nuestra hija cursaba los primeros años de la escuela secundaria no estaba contenta. No sucedía nada terriblemente malo, sino que sus amistades y logros generales eran más bien limitados. Un día, mi esposa me propuso que nos informáramos acerca de las escuelas privadas para ella. Esto me pareció ridículo en razón de que mi sueldo no era alto y apenas podíamos hacer frente a las cuentas mensuales. Pensé que ni siquiera podíamos considerar tal plan. Mi esposa no me presionó, pero mencionó la idea una o dos veces. Se podría decir que yo tenía mi sentido de provisión sepultado en la materia, y simplemente no podía ver cómo podíamos solventar ese gasto adicional. De hecho, me negaba a hablar de ello. De modo que la situación de la escuela continuó siendo insatisfactoria. Finalmente mi esposa me habló nuevamente y me dijo que, por lo menos, podía abrir mi pensamiento a esa idea. Esto me despertó un poco, y convine en escribir a la escuela para obtener información y una solicitud de inscripción.
Aun esta resurrección parcial de mi sentido de infinitud tuvo resultados notables. Una vez que abrí mi pensamiento a esa idea, los fondos de diversas fuentes y pudimos pagar la escuela de mi hija sin ningún ahorro extra.
¡Cuán a menudo sepultamos nuestro sentido de infinitud, y, por lo general, lo hacemos con numerosas buenas razones humanas para respaldar nuestras conclusiones! Las cifras que eran deducidas de mis cheques de sueldo y los débitos en las cuentas mensuales parecían muy desalentadoras. Pero, en realidad, esto constituía una cortina de humo creada por limitados conceptos humanos, por la mente mortal que se llamaba a sí misma mi pensamiento. El cuadro entero cambió cuando me negué a permanecer sepultado en estas creencias, y realmente abrí mi pensamiento al poder gobernante de Dios. Fue preciso orar más y hacer un esfuerzo más sincero para vivir de acuerdo con la oración que estábamos haciendo. Pero percibimos la bendición y nuestra hija prosiguió con experiencias enriquecedoras.
Es una gran ayuda hacer de vez en cuando un examen de nosotros mismos y ver si estamos aceptando el sentido de la infinitud de Dios en todos los aspectos, ya sea en nuestras relaciones en el hogar, responsabilidad en el trabajo, perspectiva de los sucesos mundiales y, especialmente, cómo estamos pensando acerca de nosotros mismos. Quizás las experiencias pasadas o el medio ambiente a nuestro alrededor durante los años de nuestro crecimiento, hayan sido consecuencia de algún determinado punto de vista. Quizás hemos aceptado la creencia de que pertenecemos a una personalidad en particular. Frecuentemente oímos la siguiente expresión: “Soy de esta manera”. O “siempre hicimos las cosas de ese modo en casa”. O, aun la siguiente declaración: “Desde ese entonces, ya nunca fui la misma persona”.
De esta manera se presentan excusas en el pensamiento y muchas parecen perfectamente justificadas. Mas la Ciencia Cristiana enseña que jamás podremos descubrir la belleza y la grandeza de nuestro ser verdadero con tal manera de pensar. El aceptar estas excusas o ser condescendientes con ellas, sólo oculta nuestro sentido redentor y regenerador de infinitud. Pero el dejar que nuestra vida se renueve al contemplar el bien infinito, la Verdad infinita, y poner cristianamente en práctica este bien infinito, nos abre el camino hacia el gozo y la libertad.
Necesitamos al Cristo, la idea divina siempre disponible para la humanidad. Sin tener en cuenta las sugestiones esclavizantes que limitan cuando las albergamos en nuestros cuerpos o en nuestra vida, podemos regocijarnos de que la infinitud existe. Debemos saber que el mal no tiene lugar ni asidero en esta infinitud. Ciertamente nada desemejante a Dios, el bien, tiene fundamento que lo apoye, lo sostenga, le dé validez o habilidad alguna para identificarse como parte de la creación de Dios. Al reconocer esto nos damos cuenta de que nuestro sentido de infinitud jamás puede ser sepultado, sino que se mantiene vivo para bendecir y sanar tanto a nosotros como a los demás.
