Se estaba dando énfasis a un punto muy importante. Eso fue todo lo que yo percibí claramente y también el resto de nuestra clase de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Por supuesto que la mayoría de nuestros pensamientos se relacionaban con los asuntos de interés de la escuela secundaria o de la universidad. Pero yo sentía un gran afecto por mi maestra, y si ella nos decía que era importante que no sepultáramos nuestro sentido de infinitud, entonces yo lo aceptaba.
A menudo ella se refería a esa declaración en Ciencia y Salud donde la Sra. Eddy escribe: “Sepultamos el sentido de infinitud cuando admitimos que, aunque Dios es infinito, el mal tiene un lugar en esa infinitud, porque el mal no puede tener lugar, ya que todo espacio está ocupado por Dios”.Ciencia y Salud, págs. 469.
En ese entonces, francamente desconocía el significado de esta declaración. Solamente años más tarde comencé a vislumbrar que contenía una poderosa y eficaz verdad. Exactamente ¿qué constituye “el sentido de infinitud”? ¿Cómo lo adquirimos? ¿Cómo lo mantenemos, es decir, cómo lo conservamos vivo?
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