Beatriz, que cursaba el segundo año de secundaria, era la hija mayor de la familia. Su tarea era cortar el césped cada dos semanas. Entre los árboles que bordeaban el césped, había un azufaifo chino, con unas raíces muy largas que se extendían por el pasto. De estas raíces salían pequeños brotes. Si al aparecer los brotes, Beatriz los hubiera cortado de raíz con todo cuidado, no hubieran crecido. Pero, si por el contrario, pasaba la cortadora de césped por encima de los brotes, cortando únicamente la parte de arriba, los brotes se transformarían en plantas pequeñas y fuertes con agudas espinas.
Un día, mientras Beatriz jugaba con un platillo volador con su hermana menor, pisó descalza una de estas plantas de azufaifo, y se le clavó una espina en el dedo del pie. Su mamá le sacó la espina, pero Beatriz se quejaba de que aún le dolía el pie. Su mamá le dijo: “Entonces, tendremos que saber la verdad, ¿no es cierto?”
Como era Científica Cristiana, Beatriz sabía lo que quería decir su mamá. “Saber la verdad” significaba poner en orden nuestros pensamientos acerca de quién es Dios y de lo que esto nos dice sobre nuestra propia identidad como Su hijo. Esto requiere oración y estudio. Beatriz se fue rengueando hasta su cuarto, tomó Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y comenzó a leer “la exposición científica del ser”, que comienza diciendo: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”.Ciencia y Salud, pág. 468. Sin embargo, mientras leía, Beatriz dejó vagar sus pensamientos, en vez de aplicar estas verdades.
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