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Si los recuerdos quisieran obsesionarlo

Del número de mayo de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Con frecuencia, la vida de la gente parece estar tejida por los telares del pasado. Parece que el lugar donde una persona ya ha estado en su experiencia humana, determina el curso que debe seguir para llegar al lugar a donde se dirige. La gente lleva consigo un gran número de recuerdos, algunos buenos y agradables, y otros que no lo son.

Entre los recuerdos desagradables que quizás obsesionen a alguien y estorben su progreso, podría haber un recuerdo atemorizante de una enfermedad o accidente angustioso, incluso cuando la persona ya no está sufriendo físicamente. También, puede ser la muerte de un ser querido, el fracaso en nuestra carrera, el rompimiento de relaciones amistosas con otra persona, o un pecado cometido años atrás; tales recuerdos parecen, a veces, asir a las personas en el puño de un pasado sombrío.

Es indudable que aprendemos lecciones apropiadas de experiencias pasadas, incluso de errores y fracasos (y aprendemos a no repetirlos). La Sra. Eddy escribe: “Es bueno dialogar con nuestras horas pasadas y saber qué clase de informe nos traen, y cómo hubieran informado sobre un desarrollo más espiritual”.Escritos Misceláneos, pág. 330.

Pero si algo en nuestro pasado intenta dominar nuestra manera de pensar, nos obsesiona con temores implacables o constantemente nos ataca con perturbadores cuadros mentales, necesitamos liberarnos de esta esclavitud, liberarnos para llevar una vida más útil y satisfactoria. Pues sólo cuando somos liberados para conocer la verdad de nuestro presente estado como hijo amado de Dios, Su imagen y semejanza espiritual, podemos realmente glorificar a nuestro Padre y cumplir con Su gozoso propósito para cada uno de nosotros.

La Ciencia Cristiana indica el camino de liberación del yugo de los malos recuerdos. Enseña que Dios es Mente divina, la única Mente, y que el hombre es la idea de esa Mente única, buena, infinita y omnipotente. Lo que Dios, la Mente, sabe acerca de Su creación es solamente bueno, el infinito bien presente, el bien continuamente en desarrollo y eternalidad de todo ser. La única consciencia verdadera del hombre incluye la comprensión espiritual de esta bondad presente e inmortal. Y la pura consciencia del hombre, su identidad espiritual, no incluye historia pasada de error mortal, enfermedad, pecado o muerte.

Mediante la oración consagrada, reconociendo tales hechos espirituales, recibimos con agrado el mensaje del Cristo — el divino mensaje salvador de gracia y verdad — y abrimos nuestros corazones para comprender más lo que realmente somos. Y verdaderamente llegamos a sentir la presencia del Cristo, la Verdad. Nos sentimos dignos, amados, elevados, en paz; libres de los recuerdos obsesionantes.

Si estamos luchando con el recuerdo de un pecado pasado, quizás sea necesario enfrentarlo. Incluso si un pecado ya no es cometido, debemos estar seguros de que no lo mantenemos secretamente en un rincón de nuestro pensamiento. La Sra. Eddy indica en sus escritos la necesidad de que progresemos tanto en pensamiento como en acción. En el capítulo “Los pasos de la Verdad” del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, nuestra Guía escribe: “Si los mortales no progresan, los fracasos pasados se repetirán, hasta que toda labor deficiente sea borrada o rectificada”. Y más adelante dice: “El método divino de saldar la paga del pecado consiste en desenmarañar nuestros enredos y aprender por experiencia a distinguir entre los sentidos y el Alma”.Ciencia y Salud, pág. 240.

A medida que sinceramente nos arrepentimos de obrar mal y de pensar mal, a medida que purificamos nuestros móviles y aspiraciones, a medida que nos esforzamos por hacer sólo la voluntad del Padre, vemos que estamos desenmarañando los enredos. Mediante nuestra regeneración, podemos llegar a comprender que el concepto mortal acerca del hombre no es nuestra identidad verdadera. La Ciencia del Cristo nos enseña que la verdad acerca del hombre — de cada uno de nosotros individualmente — es que el hombre de la creación de Dios es completamente espiritual. El hombre de Dios no es capaz ahora, ni jamás ha sido capaz, de hacer nada que no sea lo que Dios ha ordenado. Y el Amor divino jamás ha designado que el pecado sea un concomitante del ser del hombre verdadero. La naturaleza de Dios es absolutamente impecable; Él no conoce pecado. Por tanto, el hombre, el reflejo de Dios, es impecable y no conoce pecado.

Cuando empezamos a comprender que estas verdades científicas se ajustan directamente a nuestra experiencia ahora, el Cristo nos guía tiernamente hacia una manera de vivir que da testimonio visible de la utilidad práctica de la ley espiritual. Vivimos libres de cualquier pecado que pudiéramos haber temido y libres de la obsesionante degradación de pasadas obras malas, porque hemos sido redimidos y sanados. Ya no pecamos. Hemos sido renovados, como lo dice la Biblia.

Si el recuerdo de una enfermedad pasada o catástrofe personal nos ha mantenido atemorizados o dominados, podemos sentirnos alentados al ver que una bendición más grande nos espera aun ahora. Tenemos la oportunidad de experimentar curación completa. Y estar libres — no solamente de una condición dolorosa, sino incluso de la perturbadora imagen mental de su pasado acontecimiento — es por cierto una bendición. Comprueba el resonante poder regenerador del Cristo de Dios que elimina toda limitación de nuestro progreso espiritual.

La completa curación viene cuando oramos con la profunda convicción y comprensión de que Dios es la causa infinita, la causa omnipotente de la bondad verdadera, ahora, siempre y únicamente. La enfermedad y la catástrofe jamás tuvieron una causa, un origen, o un lugar en el reino sagrado de Dios. Por lo tanto, esos errores no tienen lugar en el ser o consciencia del hombre.

No hay poder en el error (eso que es demostrado falso en la Ciencia) para atemorizar u obsesionar el recuerdo de quien, en cierta medida, está imbuido del espíritu del Cristo. Y animados con la inspiración de la Verdad divina, nos damos cuenta de que podemos decir con el Apóstol Pablo: “Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Filip. 3:13, 14.

Mediante la oración y una vida dedicada a servir a Dios, podemos dejar atrás todo lo que sea inservible o nocivo. Todos podemos proseguir a la meta, ¡libres y sanos!

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