En la escena humana, los individuos y las naciones puede que compitan entre sí y se clasifiquen a sí mismos de acuerdo con la fuerza que, con frecuencia, está en desacuerdo con la paz. Pero, ¿dónde está realmente la fuerza? ¿En los músculos? ¿En la riqueza? ¿En los números? ¿En los armamentos? El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, hace esta observación: “Decir que hay fuerza en la materia es tanto como decir que la energía está en la palanca”.Ciencia y Salud, pág. 485.
La fuerza, espiritualmente comprendida, no está sujeta a división y disparidad. La fuerza verdadera es poder indivisible, una manifestación del Espíritu, Dios, que es todo bien, y lo es Todo. Debido a que es espiritual, la fuerza es infinita, inagotable. Debido a que está gobernada por Dios, no está expuesta a que se haga mal uso de ella; su poder de acción sirve eficazmente los propósitos del bien solamente. Esta fuerza verdadera pertenece al hombre, el reflejo de Dios.
La fuerza espiritual es omnipotente. Por ser expresión de la totalidad del bien, no tiene mal que combatir. Por tanto, la amable fuerza que es reflejada en la creación divina, incluso el hombre semejante a Dios, nuestra identidad verdadera, está siempre en paz. Pero estar en paz entraña no sólo no estar en guerra, sino mucho más. Tan ciertamente que así como la fuerza expresa la calma armoniosa de la paz, así la paz expresa la vitalidad invulnerable de la fuerza. Toda la creación de Dios expresa las infinitas capacidades otorgadas por la Vida y el Amor divinos, y las desarrolla. Como una fuerza irresistible para bien, la sustancia de la fuerza pacífica es el único Espíritu, el cual une a toda la creación.
En la proporción en que comprendamos y demostremos nuestras habilidades espirituales, seremos liberados por el Cristo, la Verdad, de la creencia de dominar y ser dominados. Demostramos, paso a paso, que la idea de la Mente — toda identidad verdadera — refleja individualmente toda la fuerza y, por tanto, toda la paz que hay. Lo que el Salmista declaró para sí mismo es la verdad para cada uno de nosotros: “Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” Salmo 27:1.
En la realidad divina, donde sólo existe el bien, la fuerza está invariablemente en paz y no puede usarse contra nadie. En la existencia humana, donde el bien y el mal parecen coexistir, para estar en paz con el bien es necesario estar en guerra contra el mal. Pero el mal nunca es más que una mentira. Nuestra prueba de ello está en proporción con nuestro valor para afrontar nuestra propia creencia en la mentira llamada mal y en aplicar lo que comprendemos de la verdad para demostrar que una mentira es una mentira.
El progreso en esta dirección puede empezar con un firme rechazo a ceder a la agresión u opresión o ignorarlas; y tal progreso puede impulsarnos a estar decididamente en favor de la decencia humana. Pero tenemos que ir más allá del valor animal si hemos de aprovechar la fuerza espiritual y su paz invulnerable. Debemos expresar, por lo menos en cierto grado, la clase de valor moral y sabiduría espiritual que Cristo Jesús expresó en el huerto de Getsemaní. El oró sinceramente a medida que luchaba con sus propios pensamientos. El oró de hecho, por la fortaleza para someterse a su crucifixión, para que su resurrección pudiera traer a la humanidad su mensaje de esperanza y Vida indestructible. Y “se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle”. Lucas 22:43.
Cuando oramos de todo corazón, como Jesús nos enseñó a hacerlo, ángeles — o mensajes de Dios — nos fortalecen también. En nuestros momentos de lucha valerosa contra la voluntad humana y de sabio sometimiento a la voluntad divina, vienen ángeles en forma de pensamientos que nos apoyan y sostienen. Debido a que traen fortaleza espiritual, pueden bendecirnos con victoria inmediata, o pueden fortalecernos para seguir luchando hasta lograr la paz, de acuerdo con la necesidad del momento. Si bien la fuerza espiritual no sabe de conflictos, tenemos que dar testimonio de la supremacía de la Vida y el Amor divinos, hasta que toda pretensión del mal en la experiencia humana sea destruida. En esta obra, la fortaleza espiritual es tan indispensable como es invencible. Las pruebas por las que pasó Jesús aún no se habían terminado cuando el ángel lo fortaleció. Pero aun cuando estaba esforzándose poderosamente bajo gran adversidad en favor de la Verdad, sus pensamientos estaban en paz en la comprensión de que Dios es el único poder y, por tanto, tenía que predominar siempre.
Hablando de fortaleza y paz de una manera que podía muy bien aplicarse al ejemplo de nuestro Maestro de cómo vivir esas cualidades, la Sra. Eddy escribe: “En la metafísica, aprendemos que la fuerza de la paz y del sufrimiento es sublime, una convicción mental verdadera y confiable que no es ni trémula ni sumisa. Esta fuerza es como el mar, capaz de llevar navíos, no obstante, cede al toque de un dedo. Esta paz es espiritual, jamás egoísta, no es insensible ni turbulenta, sino generosa, confiable, útil y siempre a mano”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 121.
La demostración en los asuntos humanos de la fuerza que siempre está en paz, nos exige valor y sabiduría. Pero estas cualidades también derivan de Dios, y, por tanto, siempre están a nuestra disposición. Tenemos autoridad bíblica para equilibrar una alentadora declaración, tal como la de Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, Filip. 4:13. con la sabiduría de Jesús, propia del Cristo: “Separados de mí nada podéis hacer”. Juan 15:5.
El escritor de Proverbios describe verdaderamente la sabiduría al declarar: “Yo soy la inteligencia; mío es el poder”. Prov. 8:14. Tuvo que haberse necesitado mucho valor, atemperado justamente con tal sabiduría, para que la Sra. Eddy entrara en el cuarto donde un hombre estaba a punto de morir, según lo había declarado el médico, y ella lo sanara. Encaró y superó el aparente conflicto entre el testimonio de los sentidos materiales y la Ciencia que ella practicaba tan fielmente. En su relato de la curación de ese hombre, la Sra. Eddy no comparte con nosotros los pensamientos angelicales especiales que la fortalecieron. Pero continúa el relato con esta declaración: “Me ha sido demostrado que la Vida es Dios y que el poder del Espíritu omnipotente no comparte su fuerza con la materia o con la voluntad humana”.Ciencia y Salud, págs. 193–194.
Traeremos paz y curación a dondequiera que vayamos, a medida que intrépida y sabiamente sometamos nuestra vida a Dios. Mediante el ejercicio de la disciplina que exige la práctica de la Ciencia Cristiana, aprendemos a entablar batalla contra el mal, pero sólo como creencia. De esta manera, el Cristo, la Verdad, actúa mediante una comprensión correcta de la fortaleza para conquistar el temor, destruir toda creencia idólatra en el mal, y establecer sobre la tierra la paz imperturbable.