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La curación por el Cristo: obra de Dios

Del número de mayo de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En realidad, todo el bien que está ocurriendo es obra de Dios, y El es el gran hacedor de todo lo que realmente se está haciendo. En consecuencia, el poder siempre presente de la bondad de Dios, por su naturaleza misma, tiene que ser una fuerza sanadora, una benévola ley de salud, una destrucción inevitable para cualquier clase de enfermedad. Esta acción sanadora es el Cristo, que llega a la consciencia humana de acuerdo con el estado de disposición allí presente. El Cristo llega a quienes han obtenido un cierto grado de espiritualidad.

La disposición de aceptar la revelación de Dios de la curación por el Cristo, exige más que la mera declaración de lo que se desea. Necesitamos poner en práctica nuestra comprensión de la naturaleza divina mediante oración consagrada, devoto estudio de la verdad: obediencia al Cristo en pensamiento y obra, en nuestro corazón y en nuestra vida. Se nos exige expulsar características carnales y tendencias mundanas. El amor por la bondad tiene que gobernar el pensamiento y la observación. A medida que progresemos en reflejar las cualidades del Cristo, seremos capaces de implementar las corrientes divinas de curación en la experiencia diaria.

Si a pesar de todos nuestros esfuerzos por asemejarnos a Cristo, la oración a Dios en busca de curación parece difícil — incluso ardua — podemos encontrar alivio en la seguridad de que la curación es siempre la obra de Dios. Es necesario dejar que El se haga cargo y revele la verdad del ser. Entonces vemos cómo demostrar la ley divina.

La bondad armonizadora de Dios que obtenemos, está incesantemente a disposición de todos en todas partes. Pero la habilidad de recibirla consiste en la habilidad de percibirla, acompañada de la admisión contrita de la inhabilidad del mero esfuerzo personal. A medida que nos sometemos a la afirmación del Cristo de perfección divina, obtenemos la seguridad de su eficacia sanadora y atestiguamos la perfección divina en salud corporal y vidas meritorias. La Biblia nos dice: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”. Sant. 4:10.

Cristo Jesús nada hizo de sí mismo; él incorporó, comprendió y demostró plenamente al Cristo curando la enfermedad y salvando del pecado. Muchos todavía no están familiarizados con la bondadosa provisión de Dios para la humanidad, la cual permite a cada individuo descubrir su verdadera identidad y bienestar permanente, dependiendo completamente de Dios; pero la Ciencia Cristiana revela esta comprensión del Cristo (la cual enseñó y vivió Jesús) y abre el pensamiento individual para recibirla.

Dios está enviando Su Palabra a todas partes y en todo momento, con resultados sanadores donde es aceptada. La Palabra es hecha carne (visible a la humanidad) cuando el pensamiento se abre a la espiritualidad. Nuestra vida evidencia nuestra aplicación del poder de Dios. La habilidad de curar no es un arduo esfuerzo personal sobre una base humana, sino un compromiso inspirado de mantener el pensamiento en la incesante plenitud de la consciencia verdadera. Entonces podemos, calmada y confiablemente, refutar las falsas sugestiones de malestar o incapacidad. A medida que expresemos la luz reflejada que nos otorga Dios, convencidos de su poder sanador, nuestro pensamiento se llenará de salud y santidad radiantes, excluyendo los síntomas de enfermedad. La confianza humilde y tranquila reconoce la efusión del amor de Dios para cada uno de nosotros que nos llega mediante Su Cristo. Es la base de la oración que sana.

Podemos estar agradecidos por saber que no estamos separados de esta percepción del Cristo sanador. El Cristo ya es la naturaleza y consciencia verdaderas del hombre. En consecuencia, cuanto más sabemos, mediante la Ciencia, lo que realmente somos, tanto más dispuestos estaremos a dejar que prevalezca la infinita bondad de Dios, la Verdad. En la medida en que firmemente mantengamos el reconocimiento de la Verdad divina como el estado de nuestra manera de pensar, dejaremos que la Verdad venza las apariencias de enfermedad en nuestra experiencia y en la de los demás.

Comprendiendo que la identidad verdadera sólo conoce los puros conceptos de Dios, podemos confiar en que esta verdad espiritual expulsará cualquier dificultad que parezca enfrentarnos. Al empezar a comprender que estamos reflejando, no originando, esta verdad sanadora, no seremos inducidos a pensar que tenemos algún poder propio; nuestra capacidad viene de Dios. Nuestro reconocimiento del mensaje del Cristo sobre la irrealidad de la discordia y la escasez pone en foco la curación. Nos estamos dando cuenta del valor de separar lo real de lo irreal, poniendo así el cuadro material en la categoría que le corresponde, o sea, la suposición hipnótica de que hay un opuesto al bien infinito.

A medida que dependamos de la Mente divina para gobernar nuestros pensamientos, podremos ver a través de la aparente neblina de un cuerpo normal, anormal o deformado, nuestra verdadera identidad semejante al Cristo, que ya está presente, que es espiritual y no afectada por las ilusiones de los sentidos materiales. La manera eficaz de curar trasciende toda creencia de poder personal; exige aceptar la curación más bien que efectuarla. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy nos da esta explicación: “La curación física en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma”.Ciencia y Salud, pág. xi.

El esforzarnos meramente sobre una base humana para sanarnos pondría una barrera a la curación espiritual. La total confianza en la Verdad evita la ansiosa obstinación. La obstinación es la base de la enfermedad, no su sanador. Pero el amor de Dios impone la obediencia a Su voluntad de que haya salud, y restaura la fe en la supremacía de la Verdad divina. Nuestra confianza en la Verdad, otorgada por Dios, incluso ante las amenazas más crueles del error, trae la influencia del Cristo en la experiencia terrenal: como curación, protección y regeneración.

Apartamos el yo del motivo mortal de curar personalmente cuando comprendemos que nuestro papel es aceptar sin reservas nuestro estado verdadero. El método de curar por la Ciencia Cristiana es primero, último y siempre el de sustentar nuestro sentido del Cristo impersonal que actúa sobre el pensamiento, borrando apariencias materiales con la realidad espiritual.

Si alguien se pregunta cómo obtener esta comprensión del método correcto de la curación divina, encontrará la respuesta en las palabras del Maestro. Cuando los discípulos de Jesús fracasaron en su intento de curar un caso de epilepsia, que él curó subsecuente e inmediatamente, ellos le preguntaron por qué habían fracasado. El les dijo que necesitaban tener fe, y agregó: “Pero este género no sale sino con oración y ayuno”. Mateo 17:21. Nuestra oración en procura de fe y comprensión es respondida por el tierno amor de Dios, haciéndonos ver que esta fe absoluta ya está incluida en nuestra consciencia verdadera. Un deseo humilde de conocer a Dios y de servirlo abre el pensamiento para conocer y sentir el gobierno divino ya presente en todo elemento de nuestro ser. Aceptamos que la infinitud de Dios es suprema.

Así vemos que podemos demostrar la santa acción de Dios, el bien, al abandonar un sentido materialmente personal del bien. Se nos exige ayunar para sacrificar un sentido egoísta del yo. Podríamos resumir el ayuno que Dios exige para la curación cristiana en las palabras del profeta del Antiguo Testamento: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo?”. Isa. 58:6.

¿Quién necesita ayunar? El que ha de curar. El tiene que quitar de su pensamiento la mancha del fariseísmo y la creencia en la realidad del mal. El mal tiene que ser visto como una impostura irreal, una mentira acerca del hombre y de la creación de Dios. Despertando de la fealdad del pecado, quitando la máscara al fariseísmo y contrarrestando la animalidad, buscamos y encontramos al Cristo. El sanador se mantiene firme ante la faz del engaño del mal, obediente a la voluntad divina para expresar pureza moral. Esta es la manera de liberarse de toda forma del enviciamiento inmoral.

Si queremos “soltar las cargas de opresión” y “dejar ir libres a los quebrantados”, necesitamos liberarnos a nosotros mismos de la creencia en la realidad de cualquier esclavitud de un sentido de las cosas, material, mortal o personal. El ayuno que ha de consumarse es el sacrificio de la creencia en un opuesto al bien infinito, a la obra de Dios. La dominación y la opresión, ya sea por sugestiones de enfermedad, escasez o injusticia, son desconocidas para el omnisapiente Dios.

Nos oponemos a cualquier creencia de que crueles mentes mortales puedan, en realidad, hacer exigencias insoportables, mental o físicamente, de las cuales el Cristo, la Verdad, no puede liberar ni al practicista ni al paciente. Y nosotros no creemos que nadie pueda realmente estar en una situación en que la solución sea imposible. Estamos seguros de que la ley del Cristo, la Verdad, está en todas partes y está en acción para levantar al agobiado y guiar hacia el camino fuera de la esclavitud. Para “[romper] todo yugo” de materialidad, nos ponemos el yugo del Cristo, sujetando el pensamiento a la voluntad de Dios, dejando humildemente que Su ley traiga libertad. El ayuno consiste siempre en negarse a creer que puede haber oposición a la buena voluntad de Dios para con Sus hijos.

En estos días necesitamos estar alerta a las pretensiones de la “curación” hecha por uno mismo, de manera que estemos listos con respuestas satisfactorias si alguien nos preguntara sobre la curación espiritual. En contraste con el motivo e ímpetu desinteresados de la verdadera curación cristiana, los sistemas materiales de autocuración no ofrecen redención ni curación permanente. Tales sistemas incluyen tratamientos médicos autoadministrados, autohipnosis, meditación egocéntrica y muchos más.

En el libro de los Hechos se relata que siete exorcistas invocaron el nombre del Señor Jesús sobre uno que tenía un espíritu malo. Pero el hombre en quien estaba el espíritu malo dijo que no los conocía y los golpeó. El espíritu malo no respondió a la repetición personal de palabras (ver Hechos 19:13–17).

Hoy en día hay algunos que pretenden curar mediante el sistema de autocuración al decir lo que ellos creen que son palabras mágicas para exorcizar tormentos. Tal fue el caso de una mujer que llamó a un Científico Cristiano. Dijo que ella era miembro de un culto oriental pero que leía Ciencia y Salud para curarse a sí misma. Ella preguntó: “¿Pero cómo se libera uno del temor?” Precisamente ¿cómo puede uno liberarse del temor si uno considera que por sí mismo está haciendo la curación? La curación del temor, como la curación de la enfermedad, resulta de la acción de Dios mediante Su Cristo, que revela el hecho de que todo lo que existe es el bien. La verdadera curación no se efectúa con repetir el mismo sonsonete o meramente decir palabras.

El pensamiento, influido por el Cristo, percibe que no hay nada que temer. El espíritu del sanador cristiano podría ser compendiado en estas palabras de Ciencia y Salud: “Contemplando las infinitas tareas de la verdad, hacemos una pausa — esperamos en Dios. Luego avanzamos, hasta que el pensamiento ilimitado se adelante extasiado y a la concepción libre de trabas le sean dada alas para remontarse a la gloria divina”.Ciencia y Salud, pág. 323.

El gran hacedor de todo está exigiendo que se obedezca Su voluntad de ser Todo-en-todo, y a medida que estemos preparados para aceptar y demostrar Su Cristo sanador, bendeciremos a toda la humanidad. La esencia de la curación por el Cristo es el espíritu de la obra de Dios.

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