En realidad, todo el bien que está ocurriendo es obra de Dios, y El es el gran hacedor de todo lo que realmente se está haciendo. En consecuencia, el poder siempre presente de la bondad de Dios, por su naturaleza misma, tiene que ser una fuerza sanadora, una benévola ley de salud, una destrucción inevitable para cualquier clase de enfermedad. Esta acción sanadora es el Cristo, que llega a la consciencia humana de acuerdo con el estado de disposición allí presente. El Cristo llega a quienes han obtenido un cierto grado de espiritualidad.
La disposición de aceptar la revelación de Dios de la curación por el Cristo, exige más que la mera declaración de lo que se desea. Necesitamos poner en práctica nuestra comprensión de la naturaleza divina mediante oración consagrada, devoto estudio de la verdad: obediencia al Cristo en pensamiento y obra, en nuestro corazón y en nuestra vida. Se nos exige expulsar características carnales y tendencias mundanas. El amor por la bondad tiene que gobernar el pensamiento y la observación. A medida que progresemos en reflejar las cualidades del Cristo, seremos capaces de implementar las corrientes divinas de curación en la experiencia diaria.
Si a pesar de todos nuestros esfuerzos por asemejarnos a Cristo, la oración a Dios en busca de curación parece difícil — incluso ardua — podemos encontrar alivio en la seguridad de que la curación es siempre la obra de Dios. Es necesario dejar que El se haga cargo y revele la verdad del ser. Entonces vemos cómo demostrar la ley divina.
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