El deseo de una vida abundante es natural, puesto que la abundancia indica expansión, crecimiento, provisión, y para los de ánimo espiritual, amplias oportunidades para servir y bendecir a la humanidad. Tal como una represa tiene que desbordarse por canales provistos para la distribución de agua en zonas áridas, así la demostración de abundancia en cualquier aspecto de nuestra vida debe resultar en un constante desbordamiento de bien, dirigido hacia el mejoramiento del mundo en general.
Unidos al concepto verdadero de abundancia están el acto de compartir, es decir, el engrandecer el bien de otros, y la convicción de abundancia permanente. No obstante, un sentido permanente de abundancia nunca puede lograrse partiendo de la base de que la materia es sustancia, porque la materia, incluso en el mejor de los casos, lleva a la limitación. Considerar la provisión como material la pone en la categoría de cosas que perecen, cosas que no tienen valor permanente y que están a la merced de las circunstancias, caprichos personales y acontecimientos imprevistos.
Muchas personas han tenido tristes experiencias que han confirmado esto. Quizás un hogar edificado a través de años de esfuerzo haya sido destruido. O un negocio floreciente haya fracasado, y, aparentemente debido a circunstancias fuera del dominio del propietario, él se haya visto ante una crisis financiera. O tal vez la mala salud haya sobrevenido donde había salud y provecho abundantes.
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