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Puesto que la demostración en la Ciencia Cristiana* no consiste...

Del número de agosto de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Puesto que la demostración en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) no consiste tanto en que ciertas “grandes” curaciones ocurran en el transcurso de una existencia, sino más bien consiste en la espiritualización diaria de la vida, ha llegado el momento de compartir nuevamente algunos de los maravillosos frutos que mi familia ha obtenido: “Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre” (Salmo 30:12).

En cierta medida, cada uno de los miembros de nuestra familia ha comprobado, durante los últimos meses y años, la omnipresencia de Dios, al vencer las formas de limitación impuestas por un falso sentido mortal del ser. El bienestar espiritual, derivado de la comprensión en la Ciencia de que Dios es perfecto y que el hombre lo es también, se ha manifestado en constante buena salud, vida útil y productiva y abundante provisión; todo lo cual ha contribuido a que cada miembro de la familia haya tenido la capacidad de alcanzar una manera mejor de servir a Dios y a la humanidad.

Al comprender que el hombre es la imagen espiritual de la Vida, Dios, la única Mente — que jamás es un originador o creador, sino que siempre es el reflejo de su Hacedor — he encontrado una creciente liberación del falso sentido personal de responsabilidad, incluso de la tensión, confusión, presión, opresión y el temor que generalmente lo acompañan. Esta liberación ha hecho posible que llevemos a cabo, con alegría y sin dificultad, nuestros deberes cívicos y de familia, de iglesia y de trabajo. Además, a medida que nuestros hijos han crecido y cada uno ha seguido su propio camino, la comprensión de que la Mente divina, el Amor, que siempre ha sostenido nuestros pasos, está, en cierto sentido, “ubicando” ahora los de ellos, me ha dado consuelo, liberación de las preocupaciones y confianza en el cuidado de Dios. Pero mi agradecimiento más profundo es por haber alcanzado una comprensión más amplia de que no hay dos creaciones — eternamente en conflicto — sino una sola, la de Dios, el Espíritu, el Todo-en-todo.

Hace algún tiempo, al mudarnos de una ciudad a otra, mi esposo y yo íbamos conduciendo dos automóviles a través del país. Aunque era a mediados del invierno, el clima había sido excelente, con cielo claro y brillante, y las carreteras habían estado completamente secas, sin nieve o hielo. Al atardecer de un día brillante y bello, escuchaba yo cassettes [producidas por La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts] de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. En un momento dado, estaba considerando una declaración que acababa de escuchar (páginas 214–215): “Ni la edad ni los accidentes pueden perjudicar a los sentidos del Alma, y no existen otros sentidos que sean verdaderos. Es evidente que el cuerpo, como materia, no tiene sensación que le pertenezca, y no hay olvido para el Alma y sus facultades. Los sentidos del Espíritu están sin dolor y siempre en paz. Nada puede ocultarles la armonía de todas las cosas y el poder y la permanencia de la Verdad”. Me di cuenta de que éstos no eran simplemente pensamientos enaltecedores, sino hechos espirituales del ser, presentes en todas partes como ley divina.

Luego, al llegar el auto a lo alto de una pequeña cuesta, inesperadamente me encontré sobre hielo, el cual no se veía debido a que la espesa nieve soplaba fuertemente como a unos treinta centímetros arriba del pavimento. Las líneas pintadas en la carretera estaban totalmente ocultas por la nieve que levantaba el viento. Sin darme cuenta de que estaba sobre hielo, pensé que sería mejor disminuir la velocidad y pasarme al carril exterior, en donde podría usar el borde de la carretera como guía. Sin embargo, el más leve toque de los frenos sobre el hielo invisible era suficiente para que el auto girara en redondo, que fue precisamente lo que ocurrió. Pero en el mismo momento en que no pude controlar el vehículo, sin el menor indicio de temor, calladamente me vino al pensamiento: “Dios está aquí”. En seguida, el coche girando en redondo en la carretera y rodando en la ancha zanja medianera, quedó dado vuelta y lleno de nieve que entró por una de las ventanas que se había roto.

A pesar de la evidente catástrofe, yo estaba completamente consciente y perfectamente bien. No sufrí desorientación alguna ni reacción emocional, ni más tarde sufrí lo que se llama trauma. Tampoco tuve la sensación de estar de cabeza. Cuando el vehículo se detuvo, simplemente apagué el motor. Luego, me di cuenta de que el auto parecía estar lleno de una paz y quietud iluminadas por el sol, y sentí la presencia del Cristo, y un inefable sentido del amor y del cuidado de Dios.

Muy pronto, escuché voces afuera, que indicaban la presencia de ayuda inmediata. “¿Está bien?”, me preguntaban repetidas veces, a lo cual yo contestaba: “Sí, lo estoy”, sabiendo que la Verdad divina afirma su propia autoridad, la que es completamente aceptable a su idea, el hombre. Los que me rescataron trataron de abrir la puerta del lado opuesto al que yo estaba, sin lograrlo. Entonces trataron de abrir la puerta que estaba de mi lado. Como tampoco pudieron abrirla, comenzaron a pedir palas. Pero les aseguré que sí podían abrir la puerta, y que trataran de nuevo. Esta vez, la puerta se abrió fácilmente y pude salir.

Durante la quietud, antes de que llegara ayuda, oí una suave voz, algo distante, hablando en tono acompasado. Me di cuenta de que venía de mi grabadora, que seguía funcionando, ¡aun bajo toda esa nieve! Yo sabía que las poderosas verdades que esas palabras estaban expresando — el Principio puro, perfecto, presente y viviente del cual hablaban — me gobernaba a mí y a todos. De hecho, estaba tan completamente consciente de la Vida indestructible que lo abarca todo, que durante esta experiencia nadie sugirió que se buscara ayuda médica, ambulancia o primeros auxilios. Simplemente recibí una ayuda pronta y amable.

Cuando llegué a nuestra pequeña casa rodante, que mi esposo había hecho retroceder hasta donde yo estaba, el joven que me había ayudado a salir del auto me dijo: “Señora, mire su cara”. Lo hice, y vi que sangraba debido a pequeñas heridas, que no había sentido. Centrada en la completa consciencia del bien y del poder de Dios, sabía perfectamente que no había otra creación aparte de la creación de Dios, y que no había lugar alguno para que algo hipotéticamente opuesto existiera. Esto borró toda sugerencia material que se hubiera presentado, entonces o más tarde. Las heridas dejaron de sangrar inmediatamente. Me lavé la cara, y a la mañana siguiente, no tenía ni la más pequeña huella de estas heridas, ni siquiera una más grande que había tenido en el cuello. Tampoco sufrí otras consecuencias, tales como contusiones o entumecimiento.

Al anochecer de ese día, el viento soplaba con violencia y, por consiguiente, disminuyó la visibilidad. Muchos automóviles y camiones se resbalaban girando en redondo en ese mismo lugar, cayendo algunos en las zanjas de los lados, al este y al oeste de este tramo congelado. Un policía patrullero predijo graves consecuencias antes de que los camiones con arena pudieran llegar allí. Otra vez, la profunda consciencia del gobierno absoluto de Dios, calmó mis pensamientos. Más tarde supimos que no había habido lesionados esa noche, a pesar de que los remolques habían tenido que separar a muchos vehículos que estaban trabados.

Estoy agradecida por la permanente, infatigable e inspirada presencia de ánimo de mi esposo. El también tomó medidas eficaces para ayudarnos a nosotros y a otros viajeros.

Esta experiencia fue una nueva prueba de que “grande es en medio de ti el Santo de Israel” (Isaías 12:6). Cada día, como lo descubrió la Sra. Eddy y fielmente lo demostró en la Ciencia Cristiana, las promesas de Dios se cumplen. Ella dice en Ciencia y Salud (pág. 131): “El hecho central presentado por la Biblia es la superioridad del poder espiritual sobre el poder físico”.

Las leyes de Dios permanecen con nosotros en todo momento, para que las amemos y las obedezcamos, y liberan a la humanidad de todas las mentiras del supuesto mal. Cuando reconocemos estas leyes y las cumplimos, como Cristo Jesús, nuestro amado Maestro, enseñó, nos revelan en términos tangibles el Amor que es Verdad, y la Verdad que es omnipotente: un Principio divino, que nos rodea a nosotros, a nuestras familias y a nuestros vecinos, desde los más cercanos hasta los que están en los confines de la tierra.


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