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Durante el verano de 1983, mi familia y yo fuimos a América Latina...

Del número de agosto de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante el verano de 1983, mi familia y yo fuimos a América Latina a pasar nuestras vacaciones. Una semana antes de que regresáramos me enfermé. Algunas personas creían que tenía malaria. Varios de mis familiares insistían en que mis padres me dieran medicamentos. Ellos decían que si no tomaba algún medicamento, los resultados serían trágicos. Pero toda nuestra familia, incluso yo, decidimos confiar sólo en la Ciencia Cristiana para la curación.

En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana siempre se me ha enseñado que en cualquier momento que tenga un problema, por muy grande que sea, puedo confiar en Dios completamente. Como en el país que estábamos visitando no había iglesia filial de Cristo, Científico, ni ningún estudiante de Ciencia Cristiana conocido, recaía sobre mi familia el ayudarme mediante la oración científica. (Sin embargo, no era fácil para mis padres hacerlo ya que les angustiaba verme sufriendo.)

Mi hermana se ofreció a leerme de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Me leyó durante varias horas. De toda aquella lectura, lo que recuerdo es la alegoría de un caso en la corte, que se encuentra en las páginas 430–442. Mi hermana leyó aquellas páginas con tal fuerza y convicción espirituales que media hora más tarde yo estaba completamente bien. Cesó la fiebre, y también desaparecieron rápidamente los otros síntomas. Pude probar que las palabras de la alegoría eran verdaderas: “El Amor divino había echado fuera el temor. El Hombre Mortal, que ya no estaba enfermo ni preso, salió — sus pies ‘hermosos... sobre los montes,’ como los de uno ‘que trae alegres nuevas’ ” (Ciencia y Salud, pág. 442).

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