Carlitos tenía una hermosa bicicleta negra con rayas doradas. Desde que empezó quinto grado, estuvo ahorrando la mayor parte de su dinero para comprarla. Carlitos iba a todas partes en su bicicleta. Hacía toda clase de piruetas en el medio de la calle para que su mamá pudiese verlo desde la ventana de la cocina. La bicicleta era lo suficientemente fuerte como para poder llevar los periódicos en su recorrido alrededor del pueblo, y lo suficientemente rápida para permitirle llegar a su casa antes de que se encendiesen las luces de la calle.
Una tarde, Carlitos fue a casa de Roberto a la salida de la escuela. Estacionó su bicicleta en la entrada para autos de la casa de su amigo. Al atardecer, los muchachos, que habían estado en el sótano de la casa, subieron, y Carlitos fue a buscar su bicicleta.
“¿Dónde está mi bicicleta?”, murmuró. “Roberto, ¿dónde está mi bicicleta? ¿Qué sucede? ¡Ayúdame a buscar mi bicicleta!”
El y Roberto salieron a buscarla en distintas direcciones. No había ni rastros de la bicicleta. Los muchachos se quedaron parados en la entrada para autos, mirando el lugar donde había estado la bicicleta. A Carlitos se le llenaron los ojos de lágrimas. Murmuró: “Creo que va a ser mejor que me vaya a casa, Roberto. Hasta pronto”, y se marchó desconsolado.
Estar solo era un alivio. Carlitos comenzó a tener algunos pensamientos buenos. Uno fue de la Biblia: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Salmo 46:10. Otro buen pensamiento fue que él podía saber lo que era la verdad y no pensar en cosas que no eran verdaderas. “Dios está a cargo de todo”, eso era verdadero y bueno. Y Carlitos sabía que no podía ser verdad que alguno de los hijos de Dios pudiese robar.
Carlitos comenzó a sentir que podía perdonar, y que cada uno era realmente el hijo de Dios. Esto lo hizo sentirse mejor.
“Ya está oscuro. ¿Por qué viniste tan tarde?”, le dijo su mamá cuando llegó a casa. Cuando él le contó lo que había sucedido, ella lo abrazó. “Sé lo que sientes. Y también sé que el hombre de Dios es veraz. Puede escuchar todas las ideas buenas de Dios. Eso quiere decir que tú puedes hacer eso, y también puede hacerlo quienquiera que haya tomado tu bicicleta”.
Esa noche, un policía vino a la casa debido a un llamado del papá de Carlitos. Les dijo a él, a sus hermanos y a sus padres, que habían visto ladrones en los alrededores conduciendo grandes camiones y robando bicicletas. Advirtió a la familia que perdiesen toda esperanza de volver a ver la bicicleta de Carlitos.
Al cabo de dos semanas, casi todos habían perdido la esperanza de que apareciera la bicicleta. Pero había por lo menos tres estudiantes de Ciencia Cristiana — Carlitos, su mamá y su maestro de la Escuela Dominical — que no estaban dispuestos a darse por vencidos. Habían puesto su confianza en Dios, y esperaban que Sus buenos pensamientos reemplazarían la mentira de que alguien quisiera robar.
Terminaron las clases, y comenzaron los largos días de verano. Un amigo de Carlitos se ofreció para hacer en su lugar el recorrido del reparto de los periódicos todas las tardes, después de que Carlitos los hubiese empaquetado. Pasaron los días. Y no había ni rastros de la bicicleta.
Durante su clase en la Escuela Dominical, dedicaban algún tiempo para hablar acerca de la manera en que se debía orar y cómo dar tratamiento en la Ciencia Cristiana. Carlitos dijo que su tratamiento para solucionar el misterio de la bicicleta era saber que el hombre de Dios es perfecto y veraz.
Terminado el verano, Carlitos comenzó su sexto grado: nuevos maestros, libros más pesados, caminar ida y vuelta a la escuela. Un día, más o menos cinco meses después de que había desaparecido la bicicleta, Carlitos decidió volver a su casa por un camino totalmente distinto. Al dar vuelta en una esquina, vio una casa que en el frente tenía un gran jardín bordeado por un seto. Sobre el césped, como si hubiese sido puesta allí para que sólo sus ojos la vieran, había una reluciente bicicleta negra con rayas doradas. Carlitos no podía hablar. ¿Su bicicleta? Se acercó, y luego inspeccionó la bicicleta buscando aquellas marcas especiales que sólo el dueño conoce. Estaban allí. Sintió ganas de gritar.
“Oh, gracias, Dios”, oró él. “¡Gracias, Tú nunca me abandonaste! Tú eres mi mejor amigo”. Carlitos se dirigió hacia la puerta principal y tocó el timbre. La señora que le abrió la puerta le dijo que lo había estado mirando por la ventana. “Sabes, esa pequeña bicicleta apareció ayer por la mañana en mi jardín. No sé quién la puso allí. Pensé que lo mejor sería dejarla allí y esperar a que su dueño pasara por aquí”.
Carlitos le explicó que era su bicicleta, y se fue a su casa en ella. Comenzó a pensar en lo que diría en su clase de la Escuela Dominical. “ ‘Allí estaba,’ les diré, ‘esperando a que yo llegara. ¡Dios es lo más grande que existe!’ ” Carlitos había aprendido que lo mejor que se puede hacer, es confiar en Dios.
Las experiencias de curaciones en los artículos del Heraldo se verifican cuidadosamente, incluso en los artículos escritos por niños o para niños.
