Por muy refinado o sencillo que sea nuestro estilo de vida, mientras la base de nuestra manera de pensar y de vivir sea material, nuestra comprensión de la felicidad, paz y armonía será muy tenue. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “El reino de lo real es el Espíritu. Lo desemejante del Espíritu es la materia, y lo opuesto de lo real no es divino — es un concepto humano. La materia es un postulado erróneo. Ese error en la premisa conduce a errores en la conclusión en toda proposición en que entra”.Ciencia y Salud, pág. 277.
Es la ignorancia de la humanidad acerca del Espíritu — y de la relación del hombre con el Espíritu como su idea espiritual y perfecta — lo que causa la inseguridad e incertidumbre que caracterizan a gran parte de la sociedad hoy en día. Generalmente sometido a un modo de ver la creación del cual la presencia y el poder del Espíritu están casi totalmente excluidos, el pensamiento humano está mesmerizado por un sentido material de la existencia que es irreal, destructivo y destructible.
No hay seguridad en el sentido material de la existencia. Todos sus elementos están sujetos al deterioro y a la discordia. Tarde o temprano, todo lo que él incluye tendrá que terminar. Pero, en realidad, el hombre es espiritual, la imagen y semejanza de Dios, quien es el Espíritu. Nuestra verdadera identidad es el reflejo del Espíritu. Si el hombre y el universo fueran materiales, lo mejor que podríamos aspirar a obtener sería un sentido de seguridad temporal y precario, que en cualquier momento podría ser aniquilado. Sin embargo, nuestra individualidad espiritual y genuina jamás se puede destruir, pues su permanencia y seguridad descansan totalmente en la sustancia del Espíritu.
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