Cristo Jesús constantemente les indicaba a sus discípulos y a los que sanaba que recurrieran a Dios, a quien describió como el Padre, la fuente de todo bien. Y después de su resurrección le dijo a María Magdalena: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Juan 20:17.
En la Ciencia Cristiana aprendemos que Dios no es un ser humano glorificado. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La Ciencia Cristiana da gran énfasis al concepto de que Dios no es corpóreo, sino incorpóreo, es decir, sin cuerpo”.Ciencia y Salud, pág. 116.
Si Dios no es material, entonces, ¿qué es? Es Espíritu, como nos lo dice la Biblia. Y el hombre es el linaje espiritual de Dios. En realidad, nuestra sustancia espiritual proviene de Dios, y tiene que ser invariablemente buena.
Jesús demostró que la creación material no es la verdad acerca del hijo de Dios. Nos mostró que las leyes materiales relativas al nacimiento y a la muerte no provienen de Dios; en realidad, no son en modo alguno una ley. Jesús sanaba por la autoridad de Dios. Si la salud y la armonía no hubieran sido un mandato de Dios, Jesús no habría podido realizar ni una sola curación.
La incorporeidad que es nuestra primogenitura no es sólo una nebulosa esperanza del futuro. Y no existe como “un agregado” a nuestros cuerpos humanos. Es la única realidad. Jesús demostró que el hombre es inmortal, y nosotros también podemos demostrar hoy en día este hecho en el grado en que lo comprendamos. Este es nuestro propósito: aprender y demostrar la naturaleza espiritual del hombre como Cristo Jesús lo enseñó. Podemos hacerlo porque vivimos en este mismo instante — y eternamente — en el reino del Espíritu.
La declaración de Jesús: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy”, Juan 8:58. ilustra que ni la edad ni el concepto humano del factor tiempo tienen significado alguno en el reino del Espíritu. Si en realidad la edad no tiene significado, entonces no se puede pensar acerca de los hijos de Dios como jóvenes o viejos. En efecto, no hay generaciones en el universo de Dios, aunque parecieran existir en el concepto mortal. Al reconocer que nuestra identidad espiritual es eterna, sin las limitaciones o separaciones impuestas por el concepto de generaciones, podemos superar las creencias relativas al nacimiento humano o a condiciones hereditarias. La comprensión acerca de la verdadera creación espiritual, actúa como un agente sanador en cualquier situación humana.
Dios es el Padre de todos. Dios es el origen de todo ser real. Los hijos de Dios derivan de su única fuente todas las perfectas y buenas cualidades de su único Padre perfecto y bueno. Es natural que amemos a nuestros padres, pero es también sabio reconocer que no son ellos la fuente de nuestra verdadera herencia espiritual. Y, en realidad, ningún hijo de Dios es más viejo que otro; todos son eternos. Una idea no crea o procrea a otra: las ideas de Dios coexisten y son completas y perfectas.
Si aceptamos el nacimiento humano como nuestro verdadero origen, damos la espalda a nuestra verdadera herencia de eterna inmortalidad. Un punto de partida mortal nos limitaría a un período de vida que tendría que tener fin. Las dificultades relacionadas con la concepción y el embarazo son parte de las sugestiones erróneas de que el hombre no vive eternamente bajo la ley inexpugnable del bien inmortal, sino que nace en un mundo de casualidades y peligros. Esto sería lo mismo que decir que Dios temporariamente deja de ser una ley para el bien en nuestra vida y que, por lo tanto, abdica Su poder en ciertas ocasiones. Pero la Ciencia Cristiana mantiene el hecho de que nuestro Padre celestial es el bien inmutable, el Amor invariable.
La vida de Jesús muestra que Dios no es solamente Amor, sino también omnipotencia, todo poder. Si Dios es todo poder, y este poder es Amor, no puede haber un poder opuesto capaz de crear inarmonía de ninguna clase. Cuando comprendemos el amor y la omnipotencia de Dios, entonces podemos superar cualquier creencia de que el nacimiento puede causar daño, a la madre o al niño.
Una joven familia fue inmensamente bendecida al comprender que los llamados accidentes relacionados con el nacimiento humano o el embarazo, no son una ley en nuestra vida. Un parto difícil había dejado a su nuevo bebé incapacitado para mover la cabeza.
Durante seis meses los padres consultaron médicos especialistas en una de las ciudades más grandes del país. En más de una ocasión se les dijo que era necesaria una operación, y fueron advertidos de la posibilidad de un retardación mental.
Los padres sintieron en su corazón que tenía que existir un camino mejor. El papá había sabido acerca de la Ciencia Cristiana por medio de un pariente, y le sugirió a su esposa que fuera a hablar con una practicista de la Ciencia Cristiana antes de tomar otros pasos.
Llevaron a la nenita con ellos a la casa de la practicista. La pusieron en el suelo acomodada en una frazada, mientras ellos escuchaban las verdades acerca de Dios y del hombre que la practicista compartía con ellos. La practicista accedió a orar por la niña y apoyar a los padres en sus comienzos en la Ciencia Cristiana.
Una noche, antes de haber transcurrido una semana, cuando los padres, antes de irse a dormir, fueron a cerciorarse de que todo estaba bien con la niña, vieron que había movido la cabeza por primera vez desde su nacimiento. Desde ese momento, el progreso fue constante. Todas las predicciones médicas fueron superadas o evitadas. La niña creció y fue una excelente alumna en sus años escolares; se graduó en la universidad y estuvo muchas veces en la lista de honor.
En realidad, todo lo que tenemos proviene directamente de Dios y es mantenido por El. Y recibimos sólo el bien de parte de Dios. Esto quiere decir que, aun cuando nuestros padres humanos nos pueden ayudar y guiar en el camino correcto, el bien llega al hombre directamente de Dios, el único padre y madre; el hombre no tiene parientes de una segunda generación; no tiene “nietos”, por así decirlo. El hombre es la expresión directa de Dios.
Aunque los padres expresan amor por sus hijos y los hijos por los padres, la fuente fundamental de todo amor es Dios. El amor que sentimos realmente no se origina con nosotros; es la natural efusión del amor abundante de Dios para con Sus hijos. Nosotros no somos los creadores del amor; en realidad, lo reflejamos.
De igual manera, no recibimos vida de nuestros padres o damos vida a nuestros hijos. La verdad es que todos reflejamos, sin ningún intermediario, solamente la Vida que es Dios. La Vida es la primogenitura de los hijos de Dios.
Es una maravillosa liberación el saber que “nuestros” hijos son, en realidad, los hijos de Dios. En el universo del Espíritu, eterno y verdadero, ellos no vienen después de nosotros, por tanto, no pueden recibir de nosotros ninguna herencia humana, ya sea buena, mala o mediocre. Podemos demostrar que Dios es la única fuente de todo, y la herencia que recibimos de El es completamente buena.