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¿Busca usted la felicidad?

Del número de octubre de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era un día como cualquier otro. Nada en especial había ocurrido. Y, sin embargo, de pronto, mi pensamiento estaba pletórico de la felicidad más extraordinaria. No es posible expresar en palabras la totalidad del gozo que sentía. Y no parecía haber una razón obvia para esto.

Mientras meditaba en el significado de esta experiencia, me vino a la mente una frase de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. La Sra. Eddy escribe: “La tierra tiene poca luz o gozo para los mortales antes que la Vida se comprenda espiritualmente”.Ciencia y Salud, pág. 548. Entendí claramente que la felicidad que estaba sintiendo era el resultado natural de lo que había estado aprendiendo acerca de mi verdadera naturaleza como el hombre incorpóreo de Dios y de mi relación con Dios.

La mayoría de nosotros nos sentimos felices por algún acontecimiento maravilloso. Pero nada puede compararse con esos momentos sublimes cuando entendemos — cuando realmente sentimos — nuestra unidad espiritual con Dios. Y el gozo que nos viene de esos momentos es duradero. Como dice Ciencia y Salud: “Cuando se logra lo real, lo cual es anunciado por la Ciencia, la alegría ya no tiembla ni nos defrauda la esperanza”.Ibid., pág. 298.

La felicidad que está basada exclusivamente en acontecimientos, a menudo está sujeta al flujo y reflujo de esas mismas condiciones, y realmente podríamos temblar ante su inestabilidad. Sin embargo, la felicidad que se basa totalmente en verdades espirituales permanece con nosotros para siempre. Es nuestra herencia otorgada por Dios. Quizás podamos decir que el gozo verdadero es una de esas dádivas celestiales que el Padre siempre nos está dando. La Biblia nos dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Sant. 1:17.

Puesto que todo el mundo desea la felicidad verdadera e invariable, podemos preguntarnos, ¿cómo podemos sentir este gozo constantemente? Quienes estudian Ciencia Cristiana se dan cuenta de que la felicidad coexiste con el entendimiento de la realidad espiritual. Cuando descubrimos que la Vida es Dios, el Espíritu, y que nuestra naturaleza verdadera es incorpórea y espiritual — la expresión inmortal del Amor divino — vemos, cada vez más, que es imposible ser desdichados. No podemos creer en dos cosas opuestas al mismo tiempo, es decir, en la realidad de Dios, el bien, y en la realidad del mal. O aceptamos la revelación del Cristo de que Dios, el bien, gobierna, o somos suceptibles a experimentar las miserias de una vida basada en la creencia errada de que el mal tiene legitimidad y poder.

Si estamos pasando por un período de desdicha, puede ser que necesitemos aprender más acerca de Dios. Ciencia y Salud dice: “Nuestra ignorancia respecto a Dios, el Principio divino, es lo que produce la aparente discordancia, y comprenderlo a El correctamente restaura la armonía”.Ciencia y Salud, pág. 390.

El aprender más acerca de Dios restaura la armonía y la felicidad porque este entendimiento nos muestra que Dios, o el Amor divino, está siempre presente. Por tanto, los males que parecen tan opresivos en nuestra vida no pueden tener realidad verdadera. El mal debe desaparecer gradualmente ante el entendimiento inspirado de que Dios, el bien, es Todo-en todo y que el hombre es Su semejanza. Nuestra espiritualizada comprensión acerca de Dios nos trae el conocimiento de Su bondad que todo lo abarca, de Su pureza y sabiduría divinas. Y porque el hombre es el reflejo de Dios, todo lo que aprendemos de Dios aparece invariablemente en nuestra vida y en nuestro pensamiento. En cierto sentido podríamos decir que sentimos el gozo puro que procede de la Mente misma.

En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy declara: “Cuanto más se aproxima a la pureza una mente, así llamada, que yerra, tanto más consciente se vuelve de su propia irrealidad, y de la gran realidad de la Mente divina y de la felicidad verdadera”.Esc. Misc., págs. 362–363. La pureza y la felicidad se asocian de manera natural. Pero la pureza, en su más profundo significado, es más que expresar un elevado sentido moral, por importante que esto sea. La pureza es un santo estado de consciencia que no incluye para nada la creencia en la mortalidad y el mal.

Los seres humanos aún no han demostrado completamente esa pureza absoluta. Pero como, en realidad, somos la imagen de Dios, es nuestro deber demostrarlo en la proporción en que nos alejamos de todo lo que sea desemejante a Dios, de lo impuro que tanta desgracia trae. La crítica trivial, el egoísmo, la envidia, un deseo constante de atención y excitación, son los causantes de la falta de felicidad. Nos impiden servir a Dios — de hecho, amar a Dios — quien es la única fuente de la felicidad que puede y debe ser tan naturalmente nuestra. Debemos admitir la irrealidad de todos los pensamientos que contradicen la bondad de Dios, y estar dispuestos a abandonar, de una vez por todas, esa manera de pensar.

El estudio de Ciencia Cristiana, con su énfasis en la perfección de la incorporeidad y bondad divina de Dios, muestra cómo desenmascarar y abandonar el pecado. Eleva nuestra consciencia hacia el reino de Dios, en el que la armonía y el gozo son las condiciones naturales de todo el ser. Entonces hallamos la felicidad que hemos estado buscando.

Primero, hallamos ese sentido íntimo de gozo que sabe de la bondad de Dios para con el hombre. Tal gozo no depende de razones humanas para su existencia. Está presente en nuestro corazón debido a que estamos conscientes de lo que es divinamente verdadero: que el hombre es el bienamado reflejo de Dios.

Y, segundo, descubrimos que tal gozo íntimo impulsa los actos externos de amor que nos asocian afectuosamente con otras personas. Cristo Jesús tenía un conocimiento verdadero de la felicidad. Cuando fue guiado por Dios a lavar los pies de los discípulos, mostrando así cuán importante es expresar amor desinteresado por otros, les dijo que ellos debían repetir ese amoroso ministerio. Y luego agregó: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”. Juan 13:17.

El gozo que surge dentro de nuestra consciencia cuando crecemos en nuestro entendimiento espiritual de la relación del hombre con Dios, nunca está aislado. Debido a que ese gozo deriva de Dios, todos deben compartirlo. No podemos encerrar la felicidad en nuestros corazón así como no podemos encerrar la luz solar en nuestros puños. La felicidad espiritual que trae la Ciencia Cristiana nos pertenece a todos y cuanto más la expresemos o la compartamos, más felices seremos.

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