La solicitud que Dios tiene por nosotros es constante e inagotable. El nos cuida aun cuando nos sentimos incapaces de orar. Yo he tenido una prueba convincente de este hecho, y la comparto con la esperanza de que otros, que quizás ahora se sientan desvalidos o vulnerables, puedan sentirse alentados.
Hace varios años, cuando un amigo y yo volvíamos en auto a nuestra universidad al final del período de vacaciones que hay entre semestres, empecé a sentir síntomas agudos de apendicitis. Pocos días antes de que saliéramos, había sentido una pequeña molestia, pero me había sentido mejor a tal grado que me pareció que estaba bien regresar a la universidad. Al promediar el viaje (alrededor de tres horas después de haber dejado mi casa), no podía moverme, pensar y ni siquiera orar. Mi amigo, también Científico Cristiano, continuó manejando y, estoy seguro, orando como mejor podía acerca de esta situación.
Nuestra universidad era para Científicos Cristianos, de modo que fui llevado inmediatamente a la enfermería de la universidad, en donde me atendió una enfermera de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Llamaron por teléfono a mi madre, quien vino a quedarse conmigo, y llamé a una practicista para que se encargara del caso.
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