Mis padres habían sido estudiantes de Ciencia Cristiana por seis años cuando yo nací; por lo tanto, fui criado en estas enseñanzas desde mis primeros días. Para el tiempo en que comenzó la Segunda Guerra Mundial, yo había sido un alumno de la Escuela Dominical de una iglesia filial por dieciséis años. También me había hecho miembro activo de esa iglesia, y había recibido instrucción en clase de la Ciencia Cristiana. A lo largo del camino, yo había estudiado esta Ciencia sinceramente, y aplicado sus enseñanzas cuando surgían necesidades. Siempre me sentí agradecido por haber sido criado en la Ciencia Cristiana, pero acontecimientos subsiguientes me dieron oportunidades para realmente hacer mías estas enseñanzas.
Durante los comienzos de la guerra, y luego, mientras estaba estacionado en Londres sirviendo en el ejército británico durante los severos bombardeos, tuve muchos ejemplos de protección. En la primavera de 1941, fui enviado al Mediterráneo para unirme a las fuerzas británicas que estaban en la isla de Creta. Llegué ahí, once días antes de que el enemigo invadiera esa isla.
La invasión se llevó a efecto en una escala sin precedente: doce días de intenso ataque aéreo por medio de bombas y ametralladora que continuaba, sin parar, durante el día hasta el anochecer. Durante todo esto, oré y me sentí divinamente protegido.
Al final de seis días, nuestras fuerzas comenzaron a retirarse al otro lado de la isla. Con motivo del intenso ataque aéreo durante el día, y la necesidad de llevar a efecto esta retirada bajo cubierta de la oscuridad sobre una región montañosa sin caminos, era imposible para las tropas permanecer juntas. Yo quedé separado de mi regimiento. Para el tiempo en que alcancé el punto de evacuación, había caminado unos 100 kms. durante cuatro noches, había estado sin alimentos por cinco días y veinticuatro horas sin agua.
Entonces recibimos las quebrantadoras noticias de que el proceso de evacuación no se podía continuar. La decisión de rendirse había sido hecha por el alto comando militar. Nos dijeron que nos considerásemos virtualmente como prisioneros de guerra, y que esperáramos instrucciones posteriores de nuestros captores.
Mi inmediata reacción mental a estas noticias fue de completa incredulidad de que los maravillosos ejemplos de protección que yo había experimentado los doce días anteriores, hubieran de terminar de esta manera. Aunque yo había perdido todas mis posesiones materiales, con excepción de las pocas cosas que llevaba puestas, me fue posible retener mis ejemplares de la Biblia, y de Ciencia y Salud y los otros escritos por la Sra. Eddy. También tenía el ejemplar actual del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana.
Justamente rompía el alba cuando nos dieron la noticia oficial de rendirnos. Decidí que sería sensible el apartarme de aquel sitio en particular y proseguir hacia la costa, que quedaba como a unos 8 kms. Allí podía yo explorar las posibilidades que habían en aquella dirección. Así lo hice, y caminé por espacio de tres horas. Entonces sentí que había llegado el momento de detenerme, y seriamente trabajar este problema por medio de la oración en la Ciencia Cristiana.
Era domingo por la mañana, y la temperatura era gloriosa. Mi primer pensamiento fue de que si éste hubiera sido un domingo normal, sin las condiciones de guerra, yo hubiera estado en el culto religioso en una iglesia filial. Así que lo natural para mí era leer primero la lección del Trimestral. El tema era “Denuncia de la nigromancia antigua y moderna, alias mesmerismo e hipnotismo”.
Mientras la estudiaba, me maravillé de cuán apropiada era toda la lección. Justamente me gritaba “¡libertad!” Por ejemplo, la Lectura Alternativa incluía estos versículos de Salmos (124:7, 8): “Nuestra alma escapó cual ave del lazo de los cazadores; se rompió el lazo, y escapamos nosotros. Nuestro socorro está en el nombre de Jehová, que hizo el cielo y la tierra”. Y de Salmos 125 (versículo 1): “Los que confían en Jehová son como el monte de Sión, que no se mueve, sino que permanece para siempre”.
Cuando hube finalizado de leer la lección, sabía, sin ninguna duda, que la libertad es el estado natural de la idea de Dios. Sentí que yo había hecho la decisión correcta y que debía seguir adelante con el conocimiento de que nada puede quitar esta herencia dada por Dios. Así que seguí adelante por el camino que escogí, con la clara realización de que el Amor divino estaba guiándome, y que debía escuchar y seguir la dirección del Amor.
Por casi tres meses, viví escondido en las colinas, cuidado por los isleños, quienes corrieron increíbles riesgos por ayudarme. Mis necesidades fueron todas satisfechas de muchas y notables maneras. Al final de ese tiempo, se me presentó una oportunidad maravillosa de escapar por la noche en un submarino británico, y fui llevado a Africa del Norte, donde reanudé mi servicio en el ejército. Casi no es necesario añadir que después de esta demostración, durante los siguientes cuatro años de guerra, recibí numerosas y sobresalientes pruebas de la protección y del cuidado del Amor.
Naturalmente, me sentí muy agradecido por la forma en que el problema de Creta finalmente se resolvió. Durante los tres meses que permanecí escondido, pasé las horas del día en el estudio intensivo de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy. A través de ese estudio, aprendí más de mi unidad con el Amor divino, y de la imposibilidad de que el hombre pueda estar jamás separado del Amor divino.
Tambien encontré este mensaje alentador de la Sra. Eddy en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (págs. 149–150): “Recuerda que no podéis estar en ninguna condición, por más severa que ésta sea, donde el Amor no haya estado antes que tú, y donde su tierna lección no esté aguardándote. Por lo tanto, no desesperes ni murmures, porque aquello que busca salvar, sanar y librar, te guiará, si buscas esta guía”.
No hay palabras que puedan expresar adecuadamente la gratitud que siento hacia Dios por su amoroso cuidado y guía.
Londres, Inglaterra
