Es posible que muchas personas en el mundo industrializado consideren que la vida es razonablemente agradable. Aunque tal vez tengan muchas quejas — y algunas de ellas muy serias — la mayoría bien podría decir que la vida no es tan mala.
Pero muchos son sensibles a las agonías del mundo: millones de personas que sufren de inanición, multitudes están sin hogar, los niños son maltratados y hasta se abusa de los recursos naturales. No están satisfechos con simplemente hablar sobre esos problemas, o sentirse heridos o perturbados por ellos; anhelan profundamente ayudar a sus hermanos y hermanas de una manera sincera y práctica.
Algunas personas puede que expresen su compasión contribuyendo con su tiempo a causas nobles, mientras que otras puede que dediquen toda su vida a prestar servicios desinteresados. Pero quizás muchas de estas personas también anhelen, con un cierto desasosiego interior, hacer más de lo que están haciendo. Tal vez sientan que no sólo su empeño más sincero es insuficiente, sino que su empeño más intenso también lo es.
Todos podemos hacer más. Podemos orar. Podemos recurrir con un deseo humilde al único Padre que es todo amor, para sanar estos problemas que hacen sufrir al mundo.
Pero, ¿es esto práctico? ¿Puede la oración de un ser humano que vive confortablemente en un lugar de la tierra, verdaderamente ayudar a aliviar una situación trágica del otro lado del mundo? Tal vez la respuesta dependa de la calidad de la oración. Cuando los alimentos son buenos y nutritivos, alimentarán al hambriento. Cuando la oración está llena del nutrimento de la humilde comprensión espiritual, ayuda a aliviar profundamente el sufrimiento.
Aparentemente mucha gente lo duda. Lamentablemente, hoy es común dudar de Dios. La fuerza penetrante del materialismo en muchas de sus formas, parece haber disminuido en muchos de nosotros el candor y la inocencia. Si hay algo que no podemos ver, tocar ni oír, se nos hace difícil creer que es real. Y, a la inversa, todo lo que muchos de nosotros vemos y tocamos, lo aceptamos como una realidad indiscutible. El antiguo dicho “ver para creer”, para muchos parece ser la autoridad máxima. El resultado de esto quizás sea que mucha gente que se interesa por los demás ve la ayuda humana sólo en términos de ayuda física o económica.
Sin duda, ese tipo de ayuda es importante. Pero tal vez necesitemos ver que la oración tiene un papel indispensable; no sólo para sacar a luz el medio más eficaz para proporcionar tal ayuda, sino para bendecir a la humanidad con la percepción del cuidado amoroso de Dios.
Cristo Jesús fue el hombre más compasivo que jamás anduvo por esta tierra doliente, y también fue quien la ayudó más eficazmente. El dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Mateo 11:28. Una multitud de gente lo hizo y fue sanada.
Quizás para algunos, aún más grande que el liberarse del sufrimiento, fue el despertar al Cristo eterno, la Verdad. El Cristo, ejemplificado tan perfectamente por Jesús, nos eleva hasta que, al menos, vislumbremos que Dios es el bien infinito y que el hombre es realmente Su hijo amado, no un mortal desdichado o, aun, alegre.
Para satisfacer nuestro deseo natural de ser compasivos de la manera en que lo enseñó Jesús, tenemos que progresar en aquella comprensión espiritual, pureza y gracia que dieron energía a su afecto. No podemos influir al mundo en el grado práctico más profundo sin comprender cuál es la verdadera identidad del hombre, el linaje espiritual de Dios. Por medio de esta comprensión llegamos a ver que, debido a que Dios y Su creación perfecta lo es todo, el sufrimiento es una imposición sobre el pensamiento y la vida humanos, y no tiene base en la realidad divina. Cuando percibimos claramente esto en lo profundo de la oración sincera, en ese mismo instante estamos ayudando al mundo, y a nosotros mismos, de una manera profunda.
La Sra. Eddy anhelaba vehementemente ayudar a la humanidad. Ella escribe: “A los lisiados, los sordos, los mudos, los ciegos, los enfermos, los sensuales y los pecadores quise salvar de la esclavitud de sus propias creencias y de los sistemas educativos de los faraones, quienes hoy, como antaño, tienen a los hijos de Israel en servidumbre”.Ciencia y Salud, pág. 226.
Todos podemos satisfacer los frutos de nuestra compasión más profunda por el mundo. Tal vez nunca se lea sobre nuestras vidas en los titulares de los periódicos. Pero mediante la oración basada en la humilde comprensión espiritual, podemos bendecir al mundo a un nivel donde quizás ninguna otra ayuda pueda llegar.
