De entre los juegos de mi infancia que recuerdo con más cariño, está el llamado “de las escondidas”. En nuestra versión de este juego, debíamos escondernos para que al niño que oficiaba de celador de la cárcel o guarda de la valla, le fuera difícil encontrarnos. Aunque nos hallaran rápidamente, todavía era posible ganar el juego, si éramos rescatados o liberados por un compañero de juego a último momento.
Todos sabíamos que si bien se podían encontrar buenos lugares para escondernos, a la larga, todos los lugares posibles para escondernos eran descubiertos. Como adultos, a veces también podemos sentir que no encontramos buenos lugares para guarecernos del mal, de las preocupaciones del diario vivir o del sensualismo de la época en que vivimos.
Un amigo muy querido solía decirme que frecuentemente cuando oraba, se veía naturalmente impelido a estar en paz, como si estuviera en un sitio tranquilo, escondido del mundo. Entonces, él podía comulgar con Dios. Llegaba a este “lugar” como resultado de la oración y la inspiración espiritual, y, a menudo, esto era el punto de partida para una acción ulterior serena y guiada. Mi amigo también había visto que tal actitud no era egoísta ni significaba una huida de los problemas ni del mundo. Todo lo contrario, era un medio muy eficaz de encontrar soluciones para los desafíos diarios.
Cristo Jesús, nuestro Maestro, es el ejemplo sobresaliente de cómo vencer cualquier clase de prisión, hostigamiento u opresión. En el Evangelio según San Juan leemos que Jesús se enfrascó en una tirante discusión teológica. El terminó su participación en la discusión con una declaración sobre la eternalidad del Cristo, diciendo: “Antes que Abraham fuese, yo soy”. Sus interlocutores no podían comprender el verdadero alcance de su declaración e intentaron apedrearlo. El Apóstol Juan continúa diciéndonos: “Pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por medio de ellos, se fue”. Juan 8:58, 59.
No nos es necesario huir a un desierto para encontrar nuestra individualidad; ni subir a una torre de marfil o a una montaña para comulgar con Dios. Donde sí tenemos que buscar abrigo es en la realidad de nuestro verdadero ser, que actualmente está donde parece estar la oposición, la discordia. Esta tarea no es pesada ni triste, ya que Dios, el Amor divino, es el único poder y presencia verdaderos.
Buscar la dirección divina afirmando la existencia de una sola voluntad espiritual, que gobierna todas las cosas sin excepción, no es una tarea reservada para un avanzado practicante de la verdad. Es posible para cada uno de nosotros. No podemos flaquear ni por un instante, y podemos sostener en silencio o audiblemente que en este mismo momento hay un solo creador y una sola creación, un solo Padre y Sus Hijos. Probar de este alimento, trae paz y alegría; nos mueve a la acción.
Al buscar nuestra verdadera identidad, siempre tenemos a la mano la ayuda de un amigo liberador que nos rescata de la prisión del pecado, la enfermedad y la muerte. Ese amigo es Cristo, la Verdad, que viene a nuestra experiencia a ayudarnos a que nos desenmarañemos de nuestras dificultades, y a arrojar luz en nuestra vida. El Cristo nos enseña cómo liberarnos de toda cadena de dificultad. El Cristo nos muestra cómo encontrar nuestra verdadera identidad como hijos y herederos de Dios. Aprendemos a apartar con paciencia y cariño toda presunción, toda falsa seguridad que quisiera mantenernos presos del mal. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, define Cristo como “la divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir la error encarnado”.Ciencia y Salud, pág. 583.
Una noche, yo luchaba con el temor y la intranquilidad. Aunque mi hogar estaba en silencio, no podía conciliar el sueño. Oré lo mejor que pude, y luego abrí el libro de la Sra. Eddy titulado Escritos Misceláneos. Allí, en la página 152, leí: “Basados así sobre la roca de Cristo, cuando la tormenta y la tempestad batan contra esta base segura, vosotros, bien resguardados en la firme torre de la esperanza, la fe y el Amor, sois los polluelos de Dios; y El os ocultará bajo Sus plumas hasta que la tormenta haya pasado”.
Me vi tocado por el mensaje y me di cuenta de que yo, como ese polluelo, podía buscar abrigo en la roca del Cristo; que yo tenía mi lugar en esa firme torre. El cambio en mí fue instantáneo. Abandoné toda sensación de pesar, y sentí una paz y seguridad como quizás nunca antes había experimentado. Había aprendido a estar “escondid[o] con Cristo en Dios”, y comprender y captar una vislumbre del hombre espiritual, mi verdadera naturaleza.
La tarea de encontrar a ese hombre espiritual es el esfuerzo de encontrarnos a nosotros mismos, sabiendo lo que realmente somos, quiénes somos, y por qué vivimos. Es saber de una buena vez, cuál es el propósito de nuestra vida. Cuando vislumbramos nuestra naturaleza verdadera, es porque hemos llegado al punto donde, resguardados del mal, estamos lejos del pecado, a salvo de toda tormenta de enfermedad. Alcanzamos a probar de antemano la eternidad de la Vida.
El Apóstol Pablo dijo: “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. Col. 3:3, 4. Refiriéndose a este pasaje, Ciencia y Salud explica: “El significado absoluto de las palabras apostólicas es éste: Entonces se verá que el hombre, a Su semejanza, es perfecto como el Padre, indestructible en la Vida, y que está ‘escondido con Cristo en Dios’ — con la Verdad en el Amor divino, donde el sentido humano no ha visto al hombre”.Ciencia y Salud, pág. 325.
El que habita al abrigo
del Altísimo
morará bajo la sombra del Omnipotente.
Salmo 91:1