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Paz permanente: la que nace del corazón

Del número de mayo de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante este siglo veinte ha habido “guerras y rumores de guerras”, desde escaramuzas fronterizas hasta revoluciones y guerras mundiales; y aun cuando nuestro propio país no haya estado envuelto en ningún conflicto, durante la mayor parte de nuestra era siempre ha habido ejércitos luchando en algún lugar de la tierra. Por ejemplo, un año típico y reciente fue 1983, que para muchos puede que haya parecido ser un año relativamente pacífico. No obstante, un estudio reveló que de las ciento sesenta y cuatro naciones que hay en el mundo, por lo menos cuarenta y cinco estuvieron envueltas en conflictos armados “con más de 4 millones de soldados directamente trabados en combate”.The Boston Herald, 22 de marzo de 1983.

No es de sorprenderse que la gente se sienta agobiada por la incertidumbre. Por otra parte, algunos se encuentran adormecidos por un falso sentido de seguridad, pensando que no es necesario preocuparse mucho simplemente porque su nación no está en guerra. En ambos casos, el resultado es que se tiende a no hacer nada, cuando, en verdad, hay mucho que hacer.

La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) nos muestra una mejor manera para que pensemos y un curso de acción verdaderamente poderoso. Entre otras cosas, la Ciencia Cristiana señala claramente que el asumir la responsabilidad individual cuando se presenta la necesidad de sanar es algo normal y trae buenos resultados. Esto es verdad, ya sea necesario vencer la enfermedad o el pecado en nuestra experiencia inmediata, o encarar asuntos de mayor alcance en nuestra iglesia, comunidad, nación o en el mundo en general.

Cualquiera que sea la dificultad a la que nos enfrentemos, para ser realmente útiles necesitamos empezar por nuestra propia consciencia. ¿Qué estamos pensando, o no estamos pensando, acerca de una determinada situación? ¿Estamos conscientes y alerta a lo que está ocurriendo a nuestro alrededor? ¿Estamos mirando por debajo de la superficie para ver realmente cuáles son las causas subyacentes de una determinada dificultad? ¿Qué estamos albergando en nuestros corazones?

Las respuestas a tales preguntas, desde un punto de vista metafísico, son tan importantes para promover los esfuerzos individuales hacia el establecimiento de la paz mundial, como lo son para traer paz a algún disturbio en nuestro cuerpo o en nuestra familia.

En la Ciencia Cristiana aprendemos que cuando corregimos nuestra manera de pensar acerca de la naturaleza de la realidad — cuando nuestro pensamiento se conforma al Cristo, la Verdad — se realizan cambios inmediatos en nuestra vida. Mediante la oración, la transformación de nuestro pensamiento también transforma el cuerpo, los negocios, el hogar o cualquiera que sea aquel aspecto de nuestra experiencia que necesite ser elevado y redimido, incluso la esfera más amplia de los asuntos mundiales en la cual todos tenemos un interés en común. El propósito de la curación es transformar, regenerar e impulsar el progreso espiritual.

Una de las biografías de Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Iglesia de Cristo, Científico, señala que ella manifestaba un obvio interés por los problemas que la humanidad enfrentaba en su época, incluso la necesidad urgente de paz entre las naciones. Habló y escribió acerca de los temas que la preocupaban a fines del siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte. Pero, como declara la biografía: “Para la Sra. Eddy, la curación del individuo aún era la base sobre la cual tiene que descansar la curación de las naciones. ‘Cuando eso [es decir, la curación individual] se haya afirmado en la humanidad’, dijo en 1886 a un alumno interesado en los temas sociales, ‘lo otro, con el tiempo, se cumplirá como resultado inevitable’ ”. Robert Peel, Mary Baker Eddy: The Years of Authority (Nueva York: Holt, Rinehart and Winston, 1977), pág. 138.

Es de fundamental importancia dejar que el Cristo, la Verdad, nos guíe a la comprensión del ser verdadero para que esta curación, esta transformación individual de la consciencia, se lleve a cabo. Es necesario que nos apartemos conscientemente de esa manera de pensar que cree que la vida está construida por la materia, y gobernada por ella. Entonces, mediante la oración, el Cristo nos lleva al reconocimiento inspirado de que la Vida es Dios, Espíritu y Mente ilimitables, y que el universo, incluso el hombre, siendo Su creación, tiene que ser enteramente espiritual.

Cristo Jesús, que era el Príncipe de Paz, demostró mediante su ministerio sanador que la vida del hombre está realmente gobernada por la Mente divina, el Principio perfecto. El comprender esta realidad del ser libera progresivamente al individuo de la creencia (y sus aparentes efectos) de que la existencia es sólo una serie de circunstancias fortuitas, sujetas a la casualidad, al capricho o accidentes, y que está formada por mentes limitadas por la ignorancia, la desconfianza, la agresión, el odio, el prejuicio y demás.

Sólo a medida que esos males sean eliminados de los corazones individuales, desaparecerán por completo del corazón de la humanidad. A medida que el Cristo llena nuestro corazón con amor espiritual y verdadera buena voluntad, somos animados para actuar en bien de la humanidad como pacificadores. Nuestras oraciones son nuestro poste indicador; y nuestra visión de la realidad espiritual confiere fortaleza, dominio y sentido de dirección a nuestros esfuerzos.

El percibir la realidad en sus dimensiones espirituales más profundas, el comprender que el hombre es la semejanza pura del Amor divino, no nos aísla como si estuviéramos en una torre de marfil. Nos coloca en medio del combate, en donde tomamos las armas — las verdades espirituales que aniquilan el error — y empezamos a cambiar la manera en que llevamos nuestra vida, la manera en que respondemos a la familia, a los amigos y a todos aquellos con quienes tenemos trato. Como escribe el Apóstol Pablo: “La paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos”. Col. 3:15.

Entonces, de corazón a corazón, la paz de Cristo puede crecer hasta que todo hombre, mujer y niño sea incluido, y ya no se considere que la paz es meramente un ideal humano evanescente, sino que se vea que es una cualidad de Dios, que está siempre presente y que jamás se puede quebrantar. El cimentar la paz sobre la tierra, haciéndola surgir del corazón, proporciona una base que no puede ser desgastada cuando el corazón individual se llena primero con el gran don de Cristo: la propia paz espiritual y eterna de la Verdad. Aun en una era nuclear, especialmente en una era nuclear, el camino del Cristo es el único camino hacia la paz que es verdaderamente permanente.


Considera al íntegro,
y mira al justo;
porque hay un final dichoso para el hombre de paz.

Salmo 37:37

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