Mi madre falleció poco después de mi nacimiento, y como no tuve la oportunidad de conocerla, no experimenté el sentido de pérdida en mis primeros años. Sin embargo, con el pasar del tiempo, hubo innumerables ocasiones en que pensaba acerca de ella y me preguntaba qué clase de relación hubiéramos tenido, particularmente cuando yo veía las íntimas y calurosas relaciones que mis amigas tenían con sus madres. Mi padre rara vez habló de ella. (Me di cuenta más tarde de que él todavía estaba afligido, y esto hacía que se mantuviera en silencio.)
Yo ansiaba conocer a alguien que hubiera conocido a mi madre bien y que compartiera su amistad conmigo. Pero esto no sucedió. El anhelo de saber más acerca de ella aumentó con el pasar del tiempo, y comencé a sentir un profundo sentido de pérdida.
Me había criado en una religión ortodoxa, pero ésta nunca tuvo arraigo en mí. La iglesia a la que yo asistía, parecía muy rígida y ritualista, y veía a Dios como un padre justiciero, tiránico y temible. Finalmente decidí que esa iglesia no era para mí.
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