Lo más lindo de visitar a Beatriz, la amiga de la mamá de Haydeé, eran los gatos, la playa y la sopa de almejas. A Haydeé le gustaban mucho los gatos, pero no les permitían tener ninguno en el departamento que tenían en la ciudad, de modo que era toda una fiesta ir a ver de vez en cuando a Malt, Ramsey y Sherlock. A Malt en especial, un hermoso gato grande y moteado que siempre ronroneaba cuando Haydeé lo acariciaba.
Pero lo mejor de todo era cuando Beatriz llevaba a Haydeé y a su mamá a la playa en el auto. Era hermoso ver los árboles, las flores, el océano y la arena. Y Beatriz le había prometido a Haydeé que le enseñaría a nadar.
Durante esta visita, Haydeé pensó que ya era hora de aprender a nadar. Tenía nueve años, y la mayoría de sus compañeros de clase ya sabían hacerlo. Era un día caluroso de julio, sin una sola nube en el cielo. El océano estaba casi más azul que el cielo, y estaba calmo, con unas pequeñas olas que lo ondulaban. Ella estaba contenta; así estaba mejor para nadar.
Cuando entró en el agua, la sintió helada y comenzó a temblar. Pero cuando le llegó a la cintura, ya se había acostumbrado al frío. Beatriz le ayudó a acostarse en el agua, mientras la sostenía por la espalda con su brazo.
Beatriz le dijo: “Primero, debes aprender a flotar”.
Era como para asustarse. Haydeé sentía que el agua le salpicaba la cara y a veces se le metía en la boca. Pero no estaba realmente asustada. Había aprendido que Dios está siempre en todas partes; El cuida a Sus hijos y es tanto Madre como Padre para ellos. En realidad, Haydeé ya había tenido algunas demostraciones del amor de Dios, al sanarse de enfermedades y otros problemas.
La clase de natación no pareció ser tan larga, pero Beatriz dijo que era suficiente por ser la primera vez, y que Haydeé había estado muy bien.
“Aprender a nadar requiere más de una lección”, le dijo Beatriz, “pero estás aprendiendo rápido”.
Haydeé no hubiera querido irse nunca. Le gustaba muchísimo jugar con la arena y correr en el agua. Era muy agradable estar al sol, y el océano parecía inmenso. Se prolongaba hasta donde ella alcanzaba a ver, y allá, lejos en el borde, había un barco rojo y grande. Se preguntaba si habría algo más hermoso que el océano.
Cuando regresaron a la casa de Beatriz, la mamá le dijo a Haydeé que subiera al dormitorio para cambiarse el traje de baño, mientras ella y Beatriz preparaban la cena.
Pero al estar sola, Haydeé comenzó a sentirse rara y descompuesta, y sin ningunas ganas de cenar. Había estado esperando el momento de comer su sopa favorita en la galería cubierta que daba al jardín del fondo. Y ahora, algo estaba tratando de arruinar ese día tan lindo.
Pero pensó en algo mejor. Si Cristo Jesús hubiese estado allí, no le hubiera permitido sentirse enferma ni por un minuto. Los relatos de la Biblia explican que Jesús sanó a mucha gente, y ella pensó que también se podía sanar. Tenía en su bolso una Biblia y el libro de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud, y los sacó. Encontró algo que recordó de Ciencia y Salud: “Al igual que el gran Modelo, el sanador debiera hablar a la enfermedad como quien tiene autoridad sobre ella...”Ciencia y Salud, pág. 395. La frase completa es: “Al igual que el gran Modelo, el sanador debiera hablar a la enfermedad como quien tiene autoridad sobre ella, dejando que el Alma domine los falsos testimonios de los sentidos corporales y afirme sus reivindicaciones sobre la mortalidad y la enfemedad”. La frase continuaba — acerca de cómo Dios sana — pero esa primera parte era justo lo que ella necesitaba en ese momento. Ella sabía que el “Modelo” era Cristo Jesús, y que él había mandado a sus seguidores que hiciesen las obras que él había hecho. Haydeé también sabía que “tener autoridad” significa tener dominio; del mismo modo que un rey tiene control sobre su reino.
Decidió que no iba a permitir que un pensamiento de enfermedad la dominara. Le hablaría con autoridad, de la manera en que lo hacía Jesús. Cuando los enfermos venían a Jesús, él los veía perfectos, tal como Dios los había creado; y se sanaban. Jesús sabía que Dios no había creado la enfermedad. El sabía que es una mentira acerca del hijo de Dios. Haydeé también recordó que la Sra. Eddy dijo: “El error es un cobarde ante la Verdad”.Ibid., pág. 368. Un cobarde huye. Y eso es lo que hace la enfermedad o cualquier otro error cuando uno lo enfrenta con la verdad. La verdad es que Dios nunca creó la enfermedad; por lo tanto, no es real. Una mentira no puede estar presente donde está la Verdad, y la Verdad está en todas partes. ¿Por qué? Porque Dios es la Verdad.
Malt saltó a la cama, se puso junto a ella y comenzó a ronronear. Haydeé pensó qué dulce era el gatito. A pesar de que ella aún no se sentía del todo bien, le dio unos pequeños cabezazos; era una especie de juego que a él siempre le gustaba.
Su mamá subió a ver por qué tardaba tanto en cambiarse. Haydeé le explicó que aparentemente se sentía mal, pero que sabía que era una mentira y estaba orando para comprenderlo. Estaba segura de que se pondría bien, y dijo a su mamá: “Comiencen a cenar. Yo bajaré enseguida”.
Alrededor de diez minutos después, Haydeé salió a la galería con una gran sonrisa y con Malt detrás de ella. (El a veces seguía a la gente, como si no estuviera seguro de si era un perro o un gato.)
“¿Queda algo de esa sopa?”, preguntó Haydeé. Beatriz le sirvió la sopa, y ella se la comió toda, aunque le llevó bastante tiempo terminarla por todo lo que habló y se rió mientras la comía.
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