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En busca de soluciones

Del número de mayo de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando la mente humana enfrenta exigencias espirituales, tiende a permanecer inerte. A veces es necesario sacudirla y encaminarla hacia las cosas del Espíritu. En lugar de suponer que es poco lo que podemos hacer para resolver el problema del ser, o vacilar para emprender la tarea, podemos sentirnos profundamente agradecidos de que, al poner en práctica la Ciencia Cristiana y su revelación de la perfección universal, podemos resolver los problemas de la existencia. Tenemos los medios para sanar y para vivir una vida más espiritualmente rica; y ayudar a otros a hacer lo mismo.

Esta apreciación profunda por las posibilidades de las leyes del Amor, impulsa nuestra determinación para lograr una mayor comprensión de esas leyes, de identificarlas, regocijarnos por su infalibilidad y ponerlas en práctica en momentos de discordia, ya sea en nosotros o en los demás.

Dios sólo conoce Su propio ser inmaculado y la integridad e idealidad de Su creación. En ese sentido, El no nos muestra directamente cómo establecer un hogar o un negocio, o cómo encontrar la universidad apropiada para seguir estudios para graduados de nuestra elección, o cómo hacer en otros casos. Mas el Amor divino es la fuente inagotable de toda inteligencia, ley y amor que necesitamos a fin de ver la armonía de Dios expresada en nuestra vida.

Por lo visto, la actividad de quien pone en práctica la Ciencia Cristiana, no es ni pasiva ni neutral. No es cuestión de sentarse y simplemente disfrutar del bien que es tan infinito como Dios, que es Dios. Lo perdurable y bueno, por lo general, no nos cae del cielo como lluvia fortuita. Tenemos que “sembrar” las nubes cargadas de lluvia de la ley científica con nuestra genuina espiritualidad. El recurrir a Dios para que nos guíe, vigilar la tendencia de nuestro pensamiento, vencer la materialidad que parece innata en los mortales, nos conducen a los beneficios de esas leyes. Tenemos que cambiar el sentido material y personal del ser por el espiritual, y someter la indiferencia con un afecto más grande.

Estas exigencias de la Ciencia puede que estén en conflicto con nuestros instintos y deseos. Pero aceptamos esos requisitos a medida que maduramos espiritualmente. “La Verdad está revelada”, nos asegura la Sra. Eddy. Agrega: “Sólo es menester practicarla”.Ciencia y Salud, pág. 174.

La finalidad, para cada uno de nosotros, la cual logramos después de un gran desarrollo espiritual, es la ascensión, es decir, el abandono total de lo humano y mortal por lo divino; verdaderamente ser — consciente y permanentemente — el reflejo del Principio, gobernado por el Principio, satisfecho por el Principio, mantenido por el cuidado y la belleza del Amor. Esto es vivir en el reino de los cielos.

¿Cómo fue que Cristo Jesús pudo ascender al cielo?

Resistió las tentaciones del diablo; recorrió grandes distancias sanando toda clase de discordias; mantuvo su amor frente al odio exediendo los límites de nuestra comprensión, el odio del mal hacia la idea de Cristo; venció las lesiones y la muerte después de su crucifixión. Comprendió las leyes divinas y vivió de acuerdo con ellas, vivió con ellas. Demostró la validez y el poder restaurativo de estas leyes una y otra vez. Tal fue el preludio de su ascensión. El es nuestro Mostrador del camino.

La Sra. Eddy, sin embargo, escribe acerca de él: “El ser consciente y verdadero de Jesús nunca dejó el cielo por la tierra. Moraba por siempre en las alturas aun cuando los mortales creían que estaba aquí abajo”.No y Sí, pág. 36. Incluso mientras estamos cediendo a las exigencias de la Verdad y el Amor, es alentador saber que, en nuestra verdadera y única individualidad divina, ya estamos en el cielo, y nunca lo hemos dejado. No tiene que ser un infierno todo el camino hacia el cielo. El hombre verdadero no llega al cielo por vía del sufrimiento. Jamás ha dejado el cielo de la presencia tierna del Amor infinito.

Podemos demostrar esto al salir de tribulaciones con la certeza de que, a pesar de lo que aparenta, el mal jamás tuvo comienzo; no está en operación ahora; jamás ha perjudicado a Dios ni a Su reflejo: el hombre. El mal siempre ha sido nulo, impotente e irreal.

La Sra. Eddy no ha ideado ni inventado las leyes de la Ciencia. Las identificó en la Biblia, las discernió por revelación, se adhirió a ellas, las explicó y enseñó a otros, las utilizó para sanar, durante las épocas difíciles de su vida fueron su guía. Las presentó a la humanidad en Ciencia y Salud y demás obras. Las leyes no son ni arbitrarias ni variables ni abrumadoras. Son la revelación constante y tierna del Amor ilimitado, Dios. Dios Se revela a Sí mismo en Su ley. Su ley, entendida y practicada, descubre ante la vista humana Su hombre y creación ideales.

Esta es una enseñanza para el que busca la Verdad firmemente. El sentido personal resiste las exigencias del Amor. Pero nuestro innato sentido espiritual las acepta. Nuestro cristianismo las demuestra. La ley divina, puesta en acción, subordina las llamadas leyes físicas de limitación y muerte; quebranta su tiranía. Nos muestra las realidades de la libre existencia espiritual. Regenera nuestros móviles y relaciones. Mediante el desarrollo ético, moral y espiritual, nos volvemos testigos más firmes de la operación de la ley divina. Demostramos la naturalidad del bien. Nuestro privilegio es aceptar las ideas que emanan de la Mente, permitir que sean reales para nosotros, y demostrar que lo son mediante nuestra firmeza, amor y desinterés, simplemente hallando soluciones a los problemas humanos. “Quienquiera que entienda una sola regla en la Ciencia, y demuestre su Principio de acuerdo con la regla, es dueño de la situación. Nadie puede negar esto”.Escritos Misceláneos, pág. 265. Las palabras de la Sra. Eddy están llenas de esperanza.

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