Una hija estaba pensando en su madre. Al recordar los muchos años del tierno cuidado que había recibido de su madre, un inmenso sentido de amor y gratitud la embargó. De pronto, se sintió inspirada a demostrarle a su madre su cariño. Espontáneamente le mandó flores. Algo que no había hecho durante muchos años.
Al día siguiente, recibió una llamada telefónica. Era su madre. Su voz rebosaba de alegría por la agradable sorpresa. La hija comprendió entonces cuánto significó para su madre esa muestra de cariño. Su madre nunca hacía llamadas de larga distancia a no ser que fuera absolutamente necesario, pero, esta vez, lo hizo de todas maneras.
El interesarnos por otros es realmente una parte muy importante de la Ciencia Cristiana, y progresamos en la expresión de este tierno cuidado a medida que vemos que la verdadera vida es completamente espiritual. Ya sea que se exprese en un gesto espontáneo o en una oración silenciosa, el impulso de interesarnos por otros deriva de Dios. Amamos y expresamos este tierno cuidado porque, en verdad, somos hijos del Amor divino. Cristo Jesús debe de haber reconocido que su amado discípulo (que, según la primitiva Iglesia Cristiana, era Juan) particularmente ejemplificó ese amor a la semejanza del Cristo. ¿Acaso no podemos ver el significado de este amor en una de las últimas acciones de Jesús al poner a su madre al cuidado de Juan?
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