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Derechos: ¿humanos o divinos?

[Original en portugués]

Del número de junio de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mucho se habló en la década del 70 sobre el tema de los derechos humanos, y aún hoy es noticia. En casi todo el mundo se formaron, o se forman, comités para defender los derechos humanos individuales.

El Científico Cristiano sabe que la libertad espiritual es un derecho dado al hombre por Dios. El adorar a Dios correctamente trae un sentido más amplio de libertad, pues nos libera de las creencias materialistas que siempre tenderían a limitar el advenimiento de nuestra verdadera identidad a la semejanza del Cristo. Por supuesto que, con esta clase de oración, no descuidamos las obligaciones humanas. Si los gobiernos han de actuar correctamente y ser una bendición para la humanidad, necesitarán reflejar en un grado cada vez más elevado al gobierno divino. El reconocer a Dios como el Legislador supremo, nos capacita para emular más perfectamente la voluntad divina, que siempre es buena, en toda decisión que tomemos.

Ahora mismo, nuestras oraciones pueden ser muy útiles para ayudar a liberar a la humanidad de la dominación, la imposición, la tiranía y el orgullo. Esos modelos falsos de gobierno no vienen de Dios. Se derivan de un punto de vista materialista del hombre y el universo, y pretenden imponerse tanto al gobernante como al gobernado.

La Ciencia Cristiana enseña que el mal no tiene poder ni posee identidad, sino que es un concepto erróneo, una falsa creencia limitativa, desprovista de todo poder o influencia reales. Cristo Jesús, al referirse al diablo (el mal), dice: “Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira“. Juan 8:44. El mal no tiene verdad en sí.

Jesús vivió el Cristo intensamente; puro, libre de los ardides del mal, y revelando un sólo poder, un sólo Dios, un sólo gobierno. Y, al hacer cuanto podemos para emular el carácter del Cristo que Jesús reflejaba, quedamos redimidos de todo aquello que se presente como desemejante a Dios, opuesto al bien. Nuestra oración debería incluir el reconocimiento del poder divino y de la capacidad que tiene ese poder para actuar en la consciencia humana y traer la curación. En la medida en que aceptemos el poder de Dios, podremos comprenderlo, y podremos demostrar en cierta medida su presencia en nuestras vidas.

Pero, para ayudar realmente al mundo a liberarse de la tiranía y a respetar los derechos individuales, tenemos que comenzar con nosotros mismos. Tenemos que liberarnos de la tentación de dirigir la vida ajena y de emitir opiniones, juzgar o condenar desde un punto de vista humano, y, por lo tanto, no siempre acertado. Nuestro pensamiento debe estar siempre preparado para sanar, no para hacer conjeturas humanas.

En vez de discutir para imponer nuestra religión, o de criticar a otros porque no la aceptan, podemos hacer cada vez más lo que nuestra Guía, la Sra. Eddy, dice en el Manual de La Iglesia Madre: “Yo recomiendo que cada miembro de esta Iglesia se esfuerce por demostrar con su práctica que la Ciencia Cristiana sana al enfermo rápida y completamente, probando así que esta Ciencia es todo lo que afirmamos que es”.Man., Art. XXX, Sec. 7.

El respeto por nuestra religión viene de las obras que cada Científico Cristiano realiza al practicar la verdad. El vivir esta verdad más fielmente y el sanar al enfermo son los pasos espirituales que pueden abrir el camino para que la práctica de la Ciencia Cristiana sea legalmente reconocida en otros países del mundo.

Nuestro gran Maestro dijo de su misión: “No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo”. Juan 12:47. Necesitamos imitar la forma de pensar de Jesús. Esa visión redentora salva al mundo y no lo condena. Al erradicar la justificación propia afirma a Dios como el único poder y concede oportunidades a todos aquellos que aparentemente han errado, dándoles el derecho al autogobierno bajo la ley de Dios. Ese carácter semejante al Cristo da la bienvenida al forastero y al miembro que se había alejado y que ahora regresa a nuestra iglesia. Esta visión compasiva no valora a nadie de acuerdo con normas culturales, financieras, estéticas o intelectuales, sino que ve la perfección actual del hijo de Dios. No condena al individuo, perdona; no acusa, ama.

Podemos comenzar en nuestro pensamiento a respetar la identidad de cada individuo; a reemplazar el modelo imperfecto del hombre como sujeto a fracasos, desaciertos e incapacidad, con el hombre verdadero, hecho a la imagen y semejanza de Dios, siempre puro, fuerte, capaz: la manifestación completa y divina.

Aun los pequeños casos de tiranía que a veces presenciamos, o en los que participamos, están asociados con un concepto personal de gobierno ejercido por medio de la voluntad humana, que no concede a otros el derecho de expresión y está siempre basado en premisas mortales y finitas. Este ensimismamiento ni siquiera quiere la colaboración de los demás. Es ilustrado por un falso sentido de justicia que condena, que siempre encuentra razones para odiar o criticar. Este punto de vista mortal y egoísta acerca de la vida es completamente eliminado por el Cristo, al que la Sra. Eddy define como “la divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir al error encarnado”.Ciencia y Salud, pág. 583.

Al rechazar el error de creer que el mal sea real, y al negar que haya lugar para el mal en el hombre, la expresión exacta de Dios, participamos de la redención del pensamiento humano.

Esa redención puede conducir a resultados maravillosos. La Biblia relata que Saulo de Tarso iba para Damasco, decidido a encarcelar y perseguir a los seguidores de Jesús, cuando el Cristo le habló directamente a su consciencia. Entonces, sucedió lo que al sentido humano parecía imposible: el arrepentimiento, la regeneración, y el crecimiento espiritual del hombre. Ver Hechos 9:1-22.

Podemos empezar ahora mismo a defender los derechos de la humanidad, reconociendo siempre la verdadera identidad espiritual del hombre, reemplazando las falsas bases materiales y finitas con la verdad científica y eterna. Debemos empezar a conceder a todos la oportunidad de la regeneración y el crecimiento, a limpiar de telarañas el pensar estancado y limitado, y a leudar la masa de la tiranía con nuestra levadura espiritual y bondadosa de la Ciencia Cristiana.

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