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El pago de nuestros impuestos

Del número de junio de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos los años, cuando se acerca la época de pagar los impuestos, es muy fácil sentirnos abrumados por las demandas que se hacen sobre nuestras reservas. Los impuestos parecen llegarnos de todas partes: impuestos sobre ventas, impuestos sobre las ganancias e impuestos territoriales. Algunas personas creen firmemente que los impuestos son muy elevados, que están distribuidos injustamente o que son innecesarios.

Cualquiera que sea nuestra opinión, hay una forma de abordar el asunto que pone a los impuestos personales sobre una perspectiva totalmente nueva. Esto significa reemplazar la presunción de que hay demasiadas exigencias sobre nuestras reservas personales, con la comprensión espiritual de que el hombre es el reflejo de Dios, infinitamente abastecido por El. Cuando comprendamos en cierta medida lo que esto implica, podremos comprender mejor que nos es posible cumplir con éstas y otras obligaciones de la forma apropiada. Veremos más claramente cómo seguir el ejemplo de Cristo Jesús al demostrar sus enseñanzas. El hecho de que nuestra individualidad real — nuestra identidad espiritual — es el hombre creado por Dios, libre de todo sentido de frustración o escasez, es de fundamental importancia en estas enseñanzas.

San Mateo nos dice que cuando Cristo Jesús se hallaba con Pedro en Galilea, los recaudadores vinieron a cobrar el impuesto del templo. Jesús aprovechó la ocasión para enseñar una lección acerca de la verdadera naturaleza de nuestras obligaciones. Pero luego prosiguió a pagar el impuesto allí mismo, y, al hacerlo, demostró la naturaleza esencial de la provisión espiritual. Dijo a Pedro: “Sin embargo, para no ofenderles, vé al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti”. Mateo 17:27. El ejemplo sanador del Cristo, la Verdad, está presente ahora mismo para guiarnos y bendecirnos.

Una amiga me contó que sentía espanto por los impuestos territoriales. A menudo se sentía frustrada y “acorralada” por estas obligaciones; un sentimiento indeseable que venía acompañado por el temor a la escasez.

Cierto año, cuando se cumplía el tiempo de pagar los impuestos, le vino nuevamente esa sensación de opresión. Pero mi amiga decidió reemplazar esta sensación con las verdades que había aprendido en la Ciencia Cristiana acerca de Dios y de Su provisión infinita para con el hombre. Comenzó por rechazar la insuficiencia y el resentimiento. Meditó sobre esta declaración en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “En la relación científica entre Dios y el hombre, descubrimos que todo lo que bendice a uno bendice a todos, como lo demostró Jesús con los panes y los peces — siendo el Espíritu, no la materia, la fuente de provisión”.Ciencia y Salud, pág. 206.

Mi amiga razonó de esta manera: “Puesto que el Espíritu es la fuente de la provisión del hombre, mis obligaciones legítimas las cumple el Espíritu infinito, Dios. En el Espíritu no hay escasez ni temor de ella, y, de este modo, el Espíritu, la Mente, excluye el sentido agobiante de limitación. Así, la suficiencia del Espíritu debe prevalecer. Siendo el reflejo de Dios, el hombre expresa la dádiva infinita del bien y el orden de la Mente. La solvencia es el resultado de aceptar estas verdades espirituales. Aún más, la demostración de mi unidad con Dios, el Espíritu, bendice a todos individual y colectivamente — a la comunidad y a mí— por medio de una mayor comprensión de la naturaleza individual del hombre como reflejo del Espíritu”.

A medida que empezó a aceptar su verdadera identidad, libre de gravámenes, se dio cuenta de que el pago de los impuestos anuales se había convertido en una manifestación externa de la provisión del Amor para ella y para el resto de la comunidad. Ella esperaba esta provisión, y ésta se manifestó: fue una prueba del Amor infinito. Comprendió que, en realidad, no se trataba de que ella, personalmente, proveía a la comunidad con los recursos para pagar los servicios públicos, tales como la educación y la protección, sino que Dios bendecía a los demás a través de su demostración individual.

Se dio cuenta de que el estar dispuesta a satisfacer las necesidades de los demás de esta manera, era servir verdaderamente a Dios. Y, servir mejor a Dios, era bendecir más a la comunidad. Sabía que ella también estaría incluida en esta bendición.

Esta oración fue para ella una nueva inspiración y sanó la resistencia a compartir su demostración de la provisión de Dios. Descubrió que quería dar más a la iglesia, a las actividades de la comunidad y a otras instituciones de caridad.

San Pablo nos instruye de esta manera: “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios". 2 Cor. 3:4, 5. Nuestro caudal del bien es en proporción a nuestro reconocimiento individual, aceptación y demostración de la verdad acerca del cuidado infinito que Dios tiene para con cada uno de Sus hijos.

Si sabemos esto, podemos dejar de temer a esas razonables obligaciones financieras, y si nuestras comunidades tienen leyes y reglamentos injustos, nuestras oraciones pueden aportar medidas correctivas. Esto sucede cuando reemplazamos los erróneos conceptos materiales con la comprensión espiritual de que Dios es nuestro proveedor infinito. Entonces, descubriremos que el dar ilimitado de Dios se reflejará en nuestra experiencia, y todas nuestras necesidades y obligaciones serán satisfechas. Además, estaremos mejor preparados para ayudar a los demás en nuestra comunidad para que despierten al hecho de que la provisión del hombre depende realmente sólo de Dios, que es infinita, está a disposición de todos, y a nuestro alcance.


Mi Dios. .. suplirá todo lo que os falta
conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.

Filipenses 4:19

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