Todos los años, cuando se acerca la época de pagar los impuestos, es muy fácil sentirnos abrumados por las demandas que se hacen sobre nuestras reservas. Los impuestos parecen llegarnos de todas partes: impuestos sobre ventas, impuestos sobre las ganancias e impuestos territoriales. Algunas personas creen firmemente que los impuestos son muy elevados, que están distribuidos injustamente o que son innecesarios.
Cualquiera que sea nuestra opinión, hay una forma de abordar el asunto que pone a los impuestos personales sobre una perspectiva totalmente nueva. Esto significa reemplazar la presunción de que hay demasiadas exigencias sobre nuestras reservas personales, con la comprensión espiritual de que el hombre es el reflejo de Dios, infinitamente abastecido por El. Cuando comprendamos en cierta medida lo que esto implica, podremos comprender mejor que nos es posible cumplir con éstas y otras obligaciones de la forma apropiada. Veremos más claramente cómo seguir el ejemplo de Cristo Jesús al demostrar sus enseñanzas. El hecho de que nuestra individualidad real — nuestra identidad espiritual — es el hombre creado por Dios, libre de todo sentido de frustración o escasez, es de fundamental importancia en estas enseñanzas.
San Mateo nos dice que cuando Cristo Jesús se hallaba con Pedro en Galilea, los recaudadores vinieron a cobrar el impuesto del templo. Jesús aprovechó la ocasión para enseñar una lección acerca de la verdadera naturaleza de nuestras obligaciones. Pero luego prosiguió a pagar el impuesto allí mismo, y, al hacerlo, demostró la naturaleza esencial de la provisión espiritual. Dijo a Pedro: “Sin embargo, para no ofenderles, vé al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti”. Mateo 17:27. El ejemplo sanador del Cristo, la Verdad, está presente ahora mismo para guiarnos y bendecirnos.
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