Cuando yo era niña, mi mamá no sabía muy bien cómo hacer galletitas o ropa de muñecas, ese tipo de cosas que yo hubiera querido que ella supiera hacer.
Sin embargo, ella podía hacer algo muy especial que superaba a todo lo demás: ella sabía cómo sanar a la gente. Era practicista de la Ciencia Cristiana, y la gente la llamaba por teléfono para pedirle que orara por ellos, y, a veces, para que fuera a verlos. Entonces ella iba a su estudio o se iba en el auto a ver a alguien, llevando consigo la Biblia, y Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy. Después, las personas la volvían a llamar para decirle que ya estaban bien.
Por lo que me acuerdo, mi mamá siempre fue practicista, y también mi papá. El alquilaba una oficina en el centro de la ciudad para su práctica, para que las personas de negocios pudieran ir a verlo. Siempre pensé que mi papá y mi mamá eran las mejores personas del mundo porque sabían cómo ayudar a las personas y hacerlas sonreír nuevamente, aun cuando los tiempos eran difíciles y mucha gente necesitaba saber que Dios los amaba y que ellos eran útiles y necesarios, tuvieran o no empleo.
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