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Mi mejor recuerdo: cuando se me pidió ayuda

Del número de junio de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando yo era niña, mi mamá no sabía muy bien cómo hacer galletitas o ropa de muñecas, ese tipo de cosas que yo hubiera querido que ella supiera hacer.

Sin embargo, ella podía hacer algo muy especial que superaba a todo lo demás: ella sabía cómo sanar a la gente. Era practicista de la Ciencia Cristiana, y la gente la llamaba por teléfono para pedirle que orara por ellos, y, a veces, para que fuera a verlos. Entonces ella iba a su estudio o se iba en el auto a ver a alguien, llevando consigo la Biblia, y Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy. Después, las personas la volvían a llamar para decirle que ya estaban bien.

Por lo que me acuerdo, mi mamá siempre fue practicista, y también mi papá. El alquilaba una oficina en el centro de la ciudad para su práctica, para que las personas de negocios pudieran ir a verlo. Siempre pensé que mi papá y mi mamá eran las mejores personas del mundo porque sabían cómo ayudar a las personas y hacerlas sonreír nuevamente, aun cuando los tiempos eran difíciles y mucha gente necesitaba saber que Dios los amaba y que ellos eran útiles y necesarios, tuvieran o no empleo.

Mamá y papá también sanaban a los que estaban enfermos, y sabían y explicaban que era el Cristo, la Verdad, quien hacía las curaciones. Ellos me dijeron que los practicistas necesitan escuchar lo que dice el Cristo, que es la verdad acerca de Dios y de Su hombre perfecto. Tratan de vivir esta verdad y así estar preparados cuando la gente los llama.

Como yo amaba a mi mamá y a mi papá, y ellos nos amaban a mi hermana y a mí, nos divertíamos mucho juntos; íbamos de excursión, visitábamos a mis abuelitos, hacíamos largas caminatas, jugábamos distintos juegos y leíamos. Nunca pensamos que no hacíamos cosas importantes debido a que ellos querían dedicar tiempo al estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud y a la oración.

Ellos nos enseñaron cómo curar. En realidad, el recuerdo más hermoso que tengo de mi niñez es la ocasión en que pude ayudar a mi papá cuando me necesitó. Esto ocurrió cuando regresábamos de un día de campo a varias horas de casa. Mientras él estaba ayudando a dos de nuestros primos a subir al automóvil, de alguna manera se le quedaron agarrados los dedos de la mano en la puerta cuando la cerraron.

Como él no quería preocupar a las otras personas que viajaban en nuestro automóvil, me pidió en voz baja que lo ayudara, para que él pudiera llevar a todos a sus casas. (Ninguno de ellos sabía manejar.) Además de lo que mis padres me habían enseñado, yo había aprendido en la Escuela Dominical cómo debía orar, de modo que yo sabía que no tenía que preocuparme, sino que debía recurrir a Dios. Mi descripción favorita de lo que es orar, es lo que escribió la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “Jesús oró; se retiró de los sentidos materiales para refrescar su corazón con vistas más luminosas, con vistas espirituales”.Ciencia y Salud, pág. 32. De modo que yo sabía que no necesitaba mirar lo que le había sucedido a la mano de papá, sino saber que él era la imagen y semejanza de Dios, que sólo podía verse a sí mismo tal como Dios lo veía: perfecto, sin ninguna lastimadura y sin temor. Pensé en el amor que él estaba expresando, y supe que este amor venía de Dios y que nada podía hacerle daño jamás.

El habló, se rió con nuestros primos y tías durante todo el camino a casa y, luego de haber dejado a todos en sus casas, me dijo que después de haberme pedido ayuda, se había sentido mejor y, más tarde, completamente bien. Yo sé que eso ocurrió cuando yo me sentí realmente segura de que todo estaba bien porque él era el hijo amado de Dios. (Esa era la forma en que él ayudaba a otras personas. El sabía que la oración, o sea el tratamiento, estaba completa cuando se sintió seguro de que Dios estaba en todas partes y que nada podía cambiar Su creación perfecta a algo imperfecto. Mi papá me dijo eso.)

Eso me mostró cómo mamá y papá nos habían ayudado para que pudiéramos ser practicistas nosotros también cuando se nos necesitara.

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