Cada uno de nosotros posee maravillosos talentos otorgados por Dios. Nuestros talentos son recursos de gran valor, y el mundo es bendecido cuando los usamos correctamente. Pero si no apreciamos su valor, poco es lo que se beneficiará la sociedad, y, con el tiempo, nuestra propia experiencia parecerá secarse, al igual que el lecho de un río cuyas aguas han sido mal encauzadas.
Hay un talento que todos poseemos y que necesita ser cultivado de una manera especial. Proviene de nuestra relación con Dios. Cuando lo descubrimos y utilizamos para la gloria de Dios, nuestra vida comienza a florecer como un jardín que es regado por la fuente abundante del amor de nuestro Padre. Este talento es la curación cristiana, y, para los que se dan cuenta de su gran valor y propósito, no existen lechos secos en sus vidas.
Muchos cristianos devotos están practicando la curación cristiana allí mismo en donde se encuentran, cualesquiera que sean sus ocupaciones. Están logrando un cambio profundo en el mundo. Es posible que, para el Científico Cristiano, una práctica más amplia y pública surja de manera natural del trabajo de curación que está realizando; trabajo que está demostrando, de una forma eficaz, el poder de la verdad espiritual en la vida diaria.
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