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Hace muchos años tuve una enfermedad que fue diagnosticada...

Del número de junio de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace muchos años tuve una enfermedad que fue diagnosticada como artritis reumática. Tenía entonces doce años de edad. Después de haber pasado dos años de intenso sufrimiento y haber estado bajo constante tratamiento médico, los médicos, incluso un especialista, informaron a mis padres que las articulaciones habían comenzado a osificarse. Los médicos afirmaron que la medicina no conocía ningún medio para hacer revertir este proceso.

Llena de ansiedad y desesperación, mi madre recordó que hacía dos años, poco después de que yo quedara postrado en cama, una querida amiga le había hecho mención de la eficacia curativa de la Ciencia Cristiana. Esta amiga era estudiante de esta Ciencia. Mi madre le había agradecido su preocupación, pero le contestó que no pensaba que se pudiera hacer por mí más de lo que ya se estaba haciendo. Yo estaba recibiendo un tratamiento médico de lo mejor, además de las oraciones del pastor de la iglesia a la que concurríamos.

Ahora que mi caso había sido desahuciado por los médicos, mi madre se comunicó con su amiga y le dijo que estaba lista para saber acerca de la Ciencia Cristiana. Esta querida amiga vino en seguida, trayendo consigo un ejemplar del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, junto con ejemplares del The Christian Science Journal y del Christian Science Sentinel. Ella nos explicó un poco sobre las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Además, nos habló de los practicistas de la Ciencia Cristiana y de su trabajo sanador, y nos mostró los anuncios de practicistas, de las filiales de la Iglesia de Cristo, Científico, y de las Sociedades de la Ciencia Cristiana.

Mi madre se volvió y me preguntó si deseaba recibir tratamiento en la Ciencia Cristiana, y yo consentí con entusiasmo. Mi padre apoyó esta decisión. Descartamos toda la medicina que había estado tomando y llamamos a un practicista para pedirle ayuda por medio de la oración, la cual me brindó con mucho afecto. Pronto me fue posible dejar la cama con la ayuda de muletas (algo que no había podido hacer durante muchos meses), a fin de visitar al practicista en su oficina. Pronto las muletas fueron descartadas, y pude caminar con la ayuda de un bastón. Poco tiempo después, dejé el bastón y pude caminar nuevamente sin ayuda alguna, aunque con un notorio cojeo.

Tan pronto como pude dejar la cama, me inscribí en la Escuela Dominical en la iglesia filial a cuyos servicios religiosos mi madre concurría regularmente. También concurrimos juntos a las reuniones de testimonios de los miércoles, en donde oímos muchos relatos convincentes de curaciones. En la Escuela Dominical me imbuí de las enseñanzas acerca de la perfección espiritual del hombre y de su unidad con Dios.

Mi madre me leía a menudo de la Biblia y de Ciencia y Salud, y yo leía, estudiaba y aprendía de memoria muchas verdades espirituales maravillosas, tales como esta declaración de Cristo Jesús (Mateo 5:48): “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Este pasaje de Ciencia y Salud resultó también de ayuda (pág. 14): “Estad conscientes por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales — que no están en la materia ni proceden de ella — y el cuerpo no proferirá entonces ninguna queja. Si estáis sufriendo a causa de una creencia en la enfermedad, os encontraréis bien repentinamente”.

A medida que llenaba mi consciencia con estas potentes verdades, el cojeo se hizo cada vez menos notorio, hasta que finalmente desapareció por completo. ¡Estaba libre! La curación ha sido permanente.

Otra de las curaciones que tuve fue la de una hernia, por la que, desde niño, tenía que usar constantemente una faja. Oré específicamente en la Ciencia Cristiana sobre este problema, e inmediatamente comenzó a disminuir. A medida que crecía mi entendimiento, pude desechar la faja, y este problema desapareció gradualmente. Años más tarde, cuando tuve que hacerme un examen físico completo en relación con mi trabajo, el médico me preguntó, como parte de su rutina, si alguna vez había tenido alguna hernia. Cuando le dije que sí, pero que había sido curada, me examinó cuidadosamente, buscando una evidencia de la misma. Se asombró al no encontrar evidencia alguna de que alguna vez hubiera habido una hernia.

Por éstas y muchas otras curaciones y demostraciones de la omnipresencia de Dios; por la guía divina, la protección, la paz y el gozo que las enseñanzas de la Ciencia Cristiana traen a nuestras vidas, estoy sumamente agradecido.


Es un placer verificar el testimonio de mi esposo. Aunque todavía no lo conocía cuando tuvo las curaciones que ha relatado, no ha tenido recaídas de esas dificultades a través de todos los años que hemos estado casados.

Estoy muy agradecida por las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, las que he conocido durante treinta y cinco años; por ser miembro de La Iglesia Madre; y por las enseñanzas que nuestros hijos recibieron durante sus años en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.

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