“La honradez es la norma perfecta”. Esto es más que un cliché; es una ley moral que podemos comprobar en los negocios en beneficio propio y de los demás.
Por ejemplo, ¿cuál es nuestra reacción cuando un contrato no se cumple? Por lo general, ambas partes sienten que han sido bastante perjudicadas. A veces, el incumplimiento de un contrato fomenta el intercambio de palabras airadas y amargas, y esto puede llegar a convertirse en una escena desagradable. Los ánimos encendidos son una señal de que no estamos pensando o actuando de una manera propia del Cristo. Tenemos que detenernos y pensar. ¿Hemos sido obedientes a la ley moral? Si hemos de hablar con absoluta autoridad, nuestra integridad tiene que ser constante e irreprochable.
Si pensamos que hemos sido honrados y consecuentes en nuestros negocios, ¿tenemos el derecho de enojarnos? ¡No! Tenemos que saber que la ley omnipotente de Dios está en efecto y que sólo estamos sujetos a esta ley del bien, que está siempre presente en todas partes. Este tranquilo conocimiento en medio de un argumento violento, es oración, y evoca la influencia divina del Cristo siempre presente. No importa qué clase de desatinos se vociferen a nuestro derredor, podemos estar seguros de que la armonía siempre reina porque la autoridad de Dios está presente ahora mismo y puede demostrarse.
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