La verdadera posición no se obtiene por medios materiales como: un empleo, títulos, fama, casamiento, etc. La verdadera posición del hombre es su identidad espiritual como hijo amado de Dios.
La Sra. Eddy valientemente refutó el prestigio personal y su influencia, así como todo concepto humano de posición y dijo: “Es valiente a toda prueba el que se atreve en esta época a refutar el testimonio de los sentidos materiales con las verdades de la Ciencia, y por ello llegará al estado verdadero del hombre”.Escritos Misceláneos, pág. 183.
La evidencia básica del sentido material que debe refutarse, es la aparente condición de que el hombre es carne y hueso, y que es un mortal. A menos que un individuo empiece a ver lo ilusorio de esto, está sujeto a pasarse la vida recorriendo caminos errados, tratando de alcanzar una posición en cualquier dirección, menos la correcta.
A medida que comenzamos a refutar la falsa evidencia de que el hombre es material y comprendemos los hechos espirituales del ser, dejamos de mirarnos como mortales que tienen mucho de esto y poco de aquello. Nos vemos, en cambio, como realmente somos: la perfecta expresión espiritual de Dios, plena y completa, no fragmentada y por siempre en paz.
Comenzamos a ver que el hombre — la verdadera identidad de cada uno — está creado únicamente a semejanza de Dios, a semejanza del Espíritu y, por lo tanto, permanece para siempre en el Espíritu. La identidad del hombre, entonces, nunca está en la materia, ni puede ser determinada por medidas materiales.
Por medio del crecimiento espiritual y de la purificación de los motivos, empezamos a entender que el hombre que Dios creó no necesita agregados o correcciones materiales, ni alabanza personal, ni adoración por parte de los demás para sentirse perfecto y satisfecho. Por ser la semejanza de Dios, el hombre ya es perfecto, imperturbable, incontaminado y está fuera del alcance de toda circunstancia material. Ni la acumulación ni la pérdida de lo material, incluso posición y título, pueden cambiar este innegable hecho espiritual.
Supongamos que estamos trabajando en nuestro empleo, pero hay tantos altercados, calumnias y luchas por alcanzar posiciones altas, que ya no podemos soportarlo. Nos gustaría hacer un cambio en algún sentido, algo como, ¡salir de allí y pronto!
Pero sabemos que eso es escapar. “Refutar el testimonio de los sentidos materiales con las verdades de la Ciencia”, es tener el valor moral de orar por cada situación angustiante, y mantenernos firmes, viendo al hombre como realmente es: la idea espiritual e inmortal, no un mortal a quien los demás tratan de engañar o dominar.
Al aceptar los hechos espirituales como la verdad del ser, percibimos al Cristo, la Verdad, que está en nuestra consciencia. Sentimos su poder redentor y su alentadora inspiración. Cuando somos regenerados por el Cristo, se efectúa la curación. Si lo que se necesita es un cambio en nuestro empleo, se producirá. O se nos presentará algo mejor.
Una vez, trabajé en un lugar donde la gente, por mantener lo que ellos pensaban que era su posición, se prestaban a intrigas y maquinaciones de toda clase. Había continuas disputas, falta de respeto e indiferencia hacia los demás. Mediante la oración, pude ver que Dios no era responsable de la discordia que había allí. Comprendí también que yo, como Científico Cristiano, podía ayudar a sanar la confusión, viendo, como no la había visto antes, la verdad del ser real del hombre. Este fue un período de crecimiento espiritual para mí.
Dejé de sentir lástima de mí mismo y comencé a refutar la evidencia de los sentidos físicos con los hechos de la Ciencia, reemplazando cada concepto mortal equivocado acerca del hombre, que se me presentaba allí mismo, con la verdad inmortal del ser del hombre, que es la perfecta expresión de Dios.
No fue fácil. Pero a medida que perseveraba en la oración, sabiendo que Dios estaba conmigo, como está con cada uno, vi cómo se producían cambios en mi empleo. Mis compañeros empezaron a trabajar mejor juntos y a mostrar un mayor respeto. Comenzaron a valorar la contribución única que cada persona podía hacer.
Pero lo más interesante para mí fue que yo estaba en paz. Vi claramente que la posición del hombre no dependía de circunstancias humanas. Ni la gente ni las situaciones podían darme mi posición o quitármela. Y mi trabajo era sanar, dar testimonio sólo de la verdad del hombre como la perfecta creación de Dios.
Finalmente, la situación se resolvió; todo lo feo y desagradable acerca del trabajo desapareció. Y encontré una atmósfera de amor y respeto.
Ahora bien, estos mismos hechos espirituales también se aplican a la curación de la discordancia corporal. ¿Cómo podría la enfermedad, que es material, alojarse en el hombre, que es completamente espiritual? A medida que dejamos que las verdades de la Ciencia divina, reveladas por el Cristo, la Verdad, corrijan nuestra creencia de que el hombre es un mortal que sufre y se enferma, ya ninguna señal de enfermedad nos impresionará. No ignoraremos la enfermedad, pero sí veremos que es imposible que exista o que pueda aferrarse al hombre espiritual — nuestra verdadera identidad — creado únicamente a la semejanza de Dios.
Es así que refutamos la falsa evidencia de los sentidos físicos en nuestra consciencia. Y es allí donde siempre comenzamos: en nuestro pensamiento. ¿Cuál es el resultado de adherirnos tan firmemente a esas verdades espirituales? La curación. Cada vez que somos regenerados y sanados, nuestro diario vivir toma un nuevo impulso. Nuestra vida adquiere una nueva dirección y propósito. Comenzamos a compartir cada vez más la curación cristiana.
Muchos llegan a este punto pero no avanzan porque continúan preocupándose por lo que les está sucediendo humanamente. A menudo, esto los lleva a comparar su vida, su salud, su casamiento, su empleo, con los demás.
Las comparaciones humanas pueden ser una forma de codicia, codicia de posesiones, orgullo, prestigio, poder. Esto sólo conduce a la presunción, a la envidia o al menosprecio de sí mismo, y nada de ello hace bien a nadie. Cuando superamos la creencia de que necesitamos más cosas materiales para que nuestra vida sea más satisfactoria y completa, nos sentimos impulsados a empezar a caminar en la dirección correcta.
Pedro le hizo una pregunta a Cristo Jesús sobre otro de los discípulos: “Señor, ¿y que de éste?”. (¿Cuántas veces hemos hecho esa pregunta; a nosotros mismos o a otros?) La respuesta que dio Jesús es tan válida hoy en día como entonces: “¿Qué a ti? Sígueme tú”. Juan 21:21, 22.
Cuando seguimos las enseñanzas de Cristo, despertamos espiritualmente al concepto correcto e inmortal, de nosotros mismos y de los demás. Vemos al hombre ya satisfecho y completo por ser la semejanza espiritual y perfecta de Dios. Entonces dejamos de contemplar la materia en busca de posición de cualquier clase, y recurrimos a Dios y sólo a Dios, quien, como Mente divina, gobierna constante y perfectamente a toda Su creación.
La Sra. Eddy declara: “La Ciencia de la curación por la Mente muestra que es imposible que algo que no sea la Mente pueda dar testimonio verídico o muestre el estado real del hombre. Por lo tanto, el Principio divino de la Ciencia, invirtiendo el testimonio de los sentidos físicos, revela que el hombre existe armoniosamente en la Verdad, lo cual es la única base de la salud; y así la Ciencia niega toda enfermedad, sana a los enfermos, destruye la falsa evidencia y refuta la lógica materialista”.Ciencia y Salud, pág. 120.
Refutando la lógica materialista y anulando la evidencia falsa, percibimos diariamente nuestra verdadera posición. Y la posición material nos impresiona cada vez menos. La sabiduría nos muestra que nuestro estado espiritual es lo único verdadero o importante.
Cuando, con alegría y gratitud, avanzamos bajo la dirección de la Mente, cada día nos presenta infinidad de maneras de servir a la humanidad en forma única. ¿Puede usted pensar en alguna manera mejor de vivir, algo que traiga una satisfacción más profunda y completa? Yo no.
