La conmiseración y la compasión pueden ser dos cosas muy diferentes. ¿Nos vemos abrumados sintiendo conmiseración, que sencillamente se apiada con desesperación, o nos mueve la compasión? La respuesta determina hasta que punto podemos ser útil a quien necesite ayuda y al mundo.
Cuando sentimos solamente conmiseración, sin dar ayuda a otro en su desgracia, tendemos a participar de ese sufrimiento. Tal vez estemos afligidos con un sentido de desesperación. Y, aunque parezca que alguien con problemas busca nuestra conmiseración, esto no lo beneficiará necesariamente. La respuesta que permanece sólo a nivel de lástima humana, no es una respuesta sanadora.
Por otra parte, la compasión cristiana viene del corazón, del amor desinteresado por la humanidad, y lleva consigo el profundo deseo de hacer algo, de dar una ayuda verdadera, de sanar. Por medio de las narraciones en las Escrituras acerca del ministerio de Jesús, obtenemos un claro sentido de la compasión dinámica del Maestro. En varias partes de los Evangelios vemos que Jesús verdaderamente “tuvo compasión”. Y cuando el Maestro sentía esa gran compasión, el resultado era la curación.
En el Evangelio según San Mateo leemos que en una ocasión la muchedumbre salía de las poblaciones para seguir a Jesús, y que él “vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos”. Mateo 14:14.
El Evangelio según San Marcos nos relata que en otra ocasión Jesús respondió a la súplica de un solo hombre. Este era leproso e imploraba fervientemente al Maestro: “Si quieres, puedes limpiarme”. La respuesta sanadora — no fue mera lástima, sino amor espiritual que él sentía profundamente — fue instantánea: “Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio”. Marcos 1:40–42.
La Ciencia Cristiana, al seguir el supremo ejemplo del Maestro, ofrece a la humanidad la más pura compasión. Cuando la Sra. Eddy escribe acerca de su descubrimiento de la Ciencia de la curación por medios espirituales, habla sencillamente del cristianismo fundamental de esta Ciencia: “La llamé Cristiana porque es compasiva, útil y espiritual”.Retrospección e Introspección, pág. 25.
En otra parte de los escritos de la Sra. Eddy, particularmente en el libro de texto, Ciencia y Salud, ella explica claramente que es el Amor divino lo que da poder y vitalidad a la Ciencia. El Amor es el corazón mismo de la Ciencia Cristiana. El capítulo del libro de texto dedicado específicamente a la práctica de la curación por la Ciencia Cristiana, abunda en tierna atención para satisfacer las necesidades humanas.
El capítulo comienza relatando una historia de la Biblia. Leemos cómo Jesús tiernamente ofreció perdón a una pecadora quien ha sido, algunas veces, conocida como María Magdalena. Más adelante en ese capítulo, se nos muestra claramente la necesidad que todos tenemos de demostrar arrepentimiento sincero, y de practicar la curación cristiana con genuino amor y consagración. Leemos que la enfermedad cede inmediatamente cuando el Amor divino llega al necesitado. Y el libro de texto declara: “Si el Científico posee suficiente afecto de la calidad del Cristo para lograr su propio perdón y ese elogio de Jesús del que se hizo merecedora la Magdalena, entonces es lo suficientemente cristiano para practicar científicamente y tratar a sus pacientes con compasión; y el resultado corresponderá con la intención espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 365.
El Amor divino es Dios. En verdad, el universo, incluso el hombre, expresa constantemente este Amor, pues Dios es el poder gobernante — la omnipotencia — que crea y mantiene toda la realidad para manifestar Su naturaleza divina sin interrupción. Los Científicos Cristianos oran para comprender la identidad verdadera del hombre como el reflejo perfecto, la manifestación completa del Amor divino. En la oración escuchan para percibir esta verdad, la afirman humildemente y se regocijan en ella; y se esfuerzan por vivirla.
En cualquier grado que comprendamos este hecho central del ser — el hombre como el reflejo puro del Amor — nos damos cuenta de que la verdad de la revelación naturalmente trae al corazón humano la compasión cristiana. Llegamos a amar a otros más tiernamente, como hijos de Dios y genuinamente deseamos ayudarles para que sepan más acerca de su verdadera identidad espiritual.
El resultado, en parte, puede ser que llevemos una comida caliente a un vecino, proveamos ropa para ser distribuida en un centro en la comunidad o, sencillamente, demos un abrazo a alguien. Pero el resultado de nuestro creciente entendimiento y compasión espirituales, también se verá en nuestra prontitud y buena voluntad para ofrecer la mejor y más práctica ayuda disponible, es decir, la curación mediante la Ciencia Cristiana, que no sólo nos libera de la enfermedad física, sino que combate toda clase de escasez y limitaciones, regenera la consciencia humana y redime del pecado.
El expresar compasión es, en realidad, un gozoso deber cristiano. Cuando nos lleva al punto de la oración científica, hemos sido verdaderamente movidos a hacer el bien. Y cuando oramos en la forma en que la Ciencia Cristiana enseña — entendiendo con reverencia la naturaleza divina de Dios, quien es Mente perfecta, y dándonos cuenta de la identidad espiritual del hombre, que es la idea perfecta de la Mente — se efectúa la curación. Entonces, el mundo también se mueve, aunque muy lentamente, hacia el conocimiento del Cristo, la Verdad. La compasión siempre tiene todo el valor que le demos.
