Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Un “varón conforme a mi corazón”

Del número de julio de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Por qué cuando miramos a un atleta competir en los Juegos Olímpicos y ganar una medalla de oro nos sentimos emocionados y nuestro espíritu se eleva?

No es necesario que conozcamos al atleta. El o ella no tiene que ser de nuestro país necesariamente. No es preciso que hayamos tenido una experiencia personal en particular, ni siquiera interés en los deportes mencionados. Sin embargo, cuando vemos a ese individuo esforzarse y luego lograr la meta que se había propuesto, sentimos una admiración y alegría incontenibles que se manifiestan en una gran exclamación de entusiasmo, expresada audible o inaudiblemente.

Durante la crisis en las Islas Malvinas, la película británica Carros de fuego se estaba exhibiendo en la Argentina. El tema está basado en hechos reales acerca de los atletas británicos que compitieron en las Olimpíadas de los años 20. En diferentes momentos de la película, varios de los personajes principales ganan las competencias, después de superar toda clase de dificultades. Los atletas ganadores son todos británicos.

Es interesante recordar que en la Argentina en 1983 no había, por así decirlo, muchos argentinos agitando la bandera británica durante los desfiles. Pero noche tras noche, después de cada espectáculo, cada vez que esos atletas británicos corrían y ganaban, el público argentino estallaba en expresiones de entusiasmo sincero e incontenible. Era como una explosión de alegría y felicidad. Durante unos pocos segundos no había guerra, no había enemigos; sólo algo que provocaba el fervoroso entusiasmo de un conjunto muy diverso de hombres y mujeres. ¿Por qué era así?

No tiene que ser un acontecimiento atlético. Tal vez hayamos sentido lo mismo cada vez que presenciábamos buenas actuaciones: una ejecución musical, una actuación teatral o artística excepcionales. Pero, podría ser algo menos espectacular: la forma magnífica en que un granjero ha arado su campo; cómo una madre o un padre consuela a su hijo; cómo una esposa o un esposo ha preparado una cena exquisita. De alguna manera, cada vez que algo está realmente bien hecho, el observador perspicaz se siente bendecido más de lo que las palabras pueden expresar. Y cada vez que eso sucede, es importante que el observador se detenga a pensar para entender el porqué. Ya que ha tenido lugar un triunfo que va más allá de una medalla de oro olímpica o su equivalente.

El triunfo implica otro toque del Cristo, la Verdad salvadora que Cristo Jesús ejemplificó. A través del Cristo, Dios se da a conocer a nosotros en infinidad de maneras, y así también hace que nos conozcamos a nosotros mismos; pues nosotros somos Su expresión misma. Por ser Sus propias ideas, somos realmente semejantes a Dios, somos Su semejanza, Su imagen misma. Así es como realmente somos, a pesar de lo que el mundo equivocadamente quiera hacernos creer.

El Cristo se manifiesta mediante iluminadora comprensión, mediante vislumbres de la realidad. Por ejemplo, el Cristo se manifiesta dándonos a conocer el hecho de nuestra coincidencia con Dios, es decir, nuestra unión inseparable con El. Por consiguiente, en Cristo todo lo referente a nosotros es magnífico. Nuestra unidad — nuestro completo acuerdo — con Dios, significa que no hay nada en nosotros que sea inepto, falto de belleza, indigno, falto de capacidad, falto de importancia. Y podemos probar esto paso a paso como discípulos cristianos.

Dios nunca le da la espalda al hombre en señal de rechazo. Dios mira al hombre con deleite. El ama lo que ha creado. No hay nada que mejorar en la perfección infinita.

Si sentimos que todavía no estamos de acuerdo con estas verdades, ¿por qué creemos que es así?

Porque el magnetismo animal, o sea, el pensamiento material del mundo, pretende abatirnos. Tanto audible como silenciosamente nos sugiere que estamos separados de Dios por nuestra supuesta naturaleza pecadora; que El está terriblemente disgustado con nosotros, y que merecemos que lo esté porque, como incorregibles pecadores, somos una ofensa para El.

Aceptar esa clase de conceptos acerca de nosotros, cuando estamos esforzándonos por vivir de acuerdo con Su ley, es colocar enormes pesos en nuestros pies y, lo que es peor, en nuestro corazón. Entonces nos inclinamos a pensar que la razón por la cual parece tan difícil hacer algo bien es porque la mente mortal, o sea el pensamiento que no ha sido regenerado por el Cristo, la Verdad, duda que podamos hacer algo bien. ¿Qué sucede si ese pseudo pensamiento, que no está basado en el Cristo, cree en leyes imaginarias a las que podemos culpar si no hacemos algo bien? ¿Qué pasa si sugiere leyes de edad, accidente, habilidad “natural” (lo que en realidad susurra es falta de habilidad “natural”), azar, carácter humano, el cual, según se sugiere, se compone de unas pocas fuerzas y de muchísimas debilidades?

A través de la comunicación de Dios con nosotros — Su Cristo — aprendemos que estos conceptos no tienen por qué esclavizarnos. Cuando entendemos y probamos que nuestra innata semejanza con Dios los desaprueba, nos liberamos de ellos. En lo profundo de nuestro corazón reconocemos que, puesto que Dios hizo al hombre perfecto, podemos demostrar mediante disciplina cristiana, persistencia, perseverancia, orden y fidelidad a nuestro propósito, que somos ese hombre perfecto. La práctica cristiana deja de lado las mentiras, capacitándonos para ser lo que en realidad sabemos que somos. Cada vez que entendemos esto en mayor grado e insistimos en vivirlo en grado elevado, podemos demostrarlo. Se hace visible y tangible no sólo para nosotros, sino para otros corazones humanos que están hambrientos y deseosos de ser lo que realmente son. El resultado es un triunfo del espíritu humano; más exactamente, un triunfo del espíritu del Cristo dentro de nosotros.

Y es por eso que cuando vemos a uno de nuestros hermanos o hermanas llevar a cabo algo excepcional — ya sea una victoria olímpica, una cena excelente o cualquier otra cosa — levanta nuestro espíritu. Hemos visto otra vez un indicio de lo que sabemos que somos capaces de hacer — de hecho, de haber expresado, demostrado, en cierto grado, qué es la verdad. La mentira ha sido acallada, no sólo para el individuo que efectuó la proeza sino, en cierto sentido, para todos nosotros. Y queremos manifestar nuestro entusiasmo por ese individuo, sí, pero también por nosotros. En cierto sentido, al menos durante un momento muy significativo, es como si saliéramos de esa oscura presión del pensamiento mortal que nos quisiera hacer creer que somos unos torpes e indignos mortales.

Una vez, yo estaba observando cómo una profesora de baile enseñaba a un grupo del que mi hija formaba parte. A medida que escuchaba a esta excelente profesora y veía cómo demostraba lo que estaba enseñando, tuve que contenerme para no saltar de mi silla y tratar de hacer lo que ella indicaba. (Pienso que mi hija, una adolescente, quedó eternamente agradecida de que me contuviera.)

Pero en ese momento, quizás hubiera sido capaz de hacer exactamente lo que la profesora indicaba, aun cuando yo nunca había bailado. De lo que sí estoy seguro es que sentí una fuerza dentro de mí, algo que me llamaba, que me despertaba.

¿Acaso no deberíamos confiar en que somos capaces de hacer lo que nunca habíamos pensado que podíamos hacer? ¿Y acaso no se logrará eso cuando reconozcamos nuestra innata semejanza con Dios, que está pidiendo ser expresada aquí mismo, ahora mismo? ¿Y, acaso no necesitamos estar constantemente alerta para que nuestra innata capacidad y habilidad como la semejanza de Dios, no queden ocultas bajo esas mentiras del pensamiento material desordenado que sugiere que, algo, en alguna parte, está fuera del alcance del Cristo?

Hay un camino para comprender la universalidad del Cristo. Este es buscar y aplicar a consciencia la Ciencia divina, la Ciencia de Cristo. Porque las leyes sistemáticas de Dios son las que anulan las leyes irreales de la materia, esos falsos conceptos que, de otra manera, parecerían restringirnos, limitarnos, obstruir nuestro camino a cada paso.

Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana,Christian Science (crischan sáiens) escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “La palabra Ciencia, correctamente comprendida, se refiere únicamente a las leyes de Dios y a Su gobierno del universo, incluso el hombre. .. Un conocimiento de la Ciencia del ser desarrolla las habilidades y posibilidades latentes del hombre. Extiende la atmósfera del pensamiento, dando a los mortales acceso a regiones más amplias y más altas. Eleva al pensador a su ambiente natural de discernimiento y perspicacia”.Ciencia y Salud, pág. 128.

Debemos estar eternamente agradecidos de que Dios, por medio de Su Cristo, infaliblemente alimenta esa hambre universal en los corazones de la humanidad: un profundo anhelo de ser como El nos ha creado. El apóstol Pablo lo dice bien: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo. .. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios”. Rom. 8:16, 17, 19. O según la versión de J. B. Phillips: “El Espíritu mismo aprueba nuestra íntima convicción de que realmente somos hijos de Dios. Piensa lo que esto significa. Si somos sus hijos entonces somos herederos de Dios, ¡y todo lo que Cristo hereda pertenecerá también a todos nosotros!. .. La creación entera con impaciencia hasta tener el maravilloso entendimiento de los hijos de Dios reconociéndose a sí mismos como tales”.

¡Entonces defendamos y demostremos nuestra magnificencia creada por Dios! La magnificencia ya es nuestra. Eso es un hecho. Dios cuida de ello. Pero si queremos experimentarla y expresarla aquí y ahora, primero tenemos que reconocerla, y después defenderla hasta ver que las mentiras realmente nunca alteraron ni un ápice nuestro ser verdadero.

Cuando lo hagamos así, sentiremos la aprobación de Dios, como la Biblia menciona la aprobación que Dios dio a David: “... varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero”. Hechos 13:22. Y también seremos ese hombre que nuestro corazón anhela ser.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / julio de 1986

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.