Llegar a tener todo lo que necesitamos a veces parece ser una esperanza elusiva. Pero no tiene que ser así. Somos completos debido a qué y quiénes somos verdaderamente, y la comprensión de este hecho espiritual llena nuestras vidas con un propósito y una realización nuevos.
En realidad somos reflejo. El hombre es realmente espiritual, el reflejo o imagen del Espíritu, Dios. Como tal, el hombre expresa todo el bien que Dios incluye, y Dios incluye todo el bien, porque El es el bien infinito. Para ilustrar el caso: si un hombre de negocios que lleva un traje de tres piezas se parase frente a un espejo, a su reflejo no le faltaría una pierna del pantalón. De la misma manera, el hombre, como imagen de Dios, refleja la totalidad de Dios, y no le falta nada.
De modo que nuestra compleción descansa sobre una base radicalmente diferente del concepto material de compleción. Para el sentido humano, el hombre es finito y físico, separado del Espíritu, la fuente divina. Por lo tanto, el sentido humano presenta al hombre como en un estado de carencia innata y recurre a una variedad de fuentes finitas para obtener compañía, empleo, hogar, provisión, etc. El afianzarnos a este concepto material equivale a estar dormidos. Cuando no estamos conscientes de la fuente divina y de nuestra totalidad real y espiritual, aquello que es sólo una ilusión, o un sueño, nos parece concreto y real.
Al comprender en cierta medida la realidad espiritual, empezamos a ver que la totalidad caracteriza la individualidad real de cada uno de nosotros y que es un hecho demostrable. Si parece haber un vacío en nuestras vidas, no tenemos que apresurarnos a llenarlo. Pero sí necesitamos discernir con una mayor amplitud la verdad espiritual del hombre, cambiar el concepto que tenemos de nosotros mismos — no superficial sino profundamente — y dejar que esta verdad acerca del hombre dé forma a nuestras acciones. Esto puede significar que tengamos que echar de lado la obstinación y el temor, y que tengamos que expresar mayor paciencia, pureza y generosidad en nuestros trabajos, hogares y relaciones actuales. Mas este esfuerzo es bendecido por el Amor divino.
Al ser reflejos, somos puramente espirituales. No somos criaturas materiales, sino la expresión del Espíritu, la evidencia del Amor. El hombre es la idea de Dios, la imagen divinamente mental de Su propia naturaleza, siempre manifestando la totalidad de Su ser. Y como Dios concibe a esta imagen — es Su fuente — ninguna circunstancia puede amenazar nuestra compleción. Esta imagen emana de la Mente divina.
En Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy hace una declaración reveladora: “Dios expresa en el hombre la idea infinita, que se desarrolla eternamente, que se amplía y eleva más y más desde una base ilimitada. La Mente manifiesta todo lo que existe en la infinitud de la Verdad”.Ciencia y Salud, pág. 258. ¡Qué promesa tan consoladora de que la compleción está en constante desarrollo! Como la Mente manifiesta todo “lo que existe en la infinitud de la Verdad”, al hombre nunca le falta nada. La Mente que todo lo sabe expresa en cada uno de nosotros todo lo que es necesario para nuestro bienestar.
El bien, por lo tanto, no es algo que se nos tiene que añadir. El bien es inherente a nuestro ser real. El empleo, por ejemplo, en realidad no es algo que existe fuera del hombre. Dios no solamente nos provee a cada uno de nosotros, como Su idea, con cualidades y aptitudes espirituales, sino que también impulsa la expresión de estas cualidades. Si el hombre no pudiera ser lo que Dios creó, sería una idea inexpresada; y esto es una imposibilidad espiritual.
El hogar, también, es algo que cada uno de nosotros en realidad incluye, porque el hombre lo expresa. El verdadero sentido del hogar, es espiritual, y todo lo que este concepto verdadero implica — incluso el Amor infinito que circunda al hombre — se evidencia en el hombre. Toda idea espiritual expresa el verdadero sentido de hogar, y cuando se comprende y demuestra, esta verdad opera como una ley en nuestra experiencia, proveyendo un hogar en cualquier forma que satisfaga nuestra necesidad actual.
En cuanto a lo que tiene que ver con las relaciones, si esperamos que nuestras amistades nos hagan completos, puede que lleguemos a tener más problemas con nuestras relaciones, y puede que la vida a veces nos parezca vacía. El deseo de tener amistades y un sentido de familia que nos apoye, es normal. La mayoría de nosotros necesita esta evidencia humana del cuidado del Amor divino para con el hombre. Pero nuestras relaciones con los demás son más satisfactorias y seguras cuando surgen de la comprensión de nuestra propia auto-compleción en Dios. El amor sincero por Dios y el hombre, es lo que nos hace felices, aun cuando estemos solos. Cuando el amor mora en nosotros, sentimos el apoyo de nuestro Padre-Madre, Dios, y naturalmente traemos a nuestras relaciones las cualidades espirituales que nos sostienen y que son duraderas y purificadoras.
Jamás tenemos que sentir el temor de que lleguemos a estar separados de la compañía, el hogar o empleo que necesitamos. Cristo Jesús prometió: “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Mateo 6:8. Todo lo que es verdaderamente bueno y normal en la experiencia humana, tiene su base en la realidad espiritual, y cuanto más claramente discernamos la realidad espiritual y pongamos este discernimiento en actividad en nuestras vidas, tanto más abundantemente estarán nuestras vidas llenas del bien.
La Sra. Eddy escribe: “Nunca pidáis para el mañana; es suficiente que el Amor divino es una ayuda siempre presente; y si esperáis jamás dudando, tendréis en todo momento todo lo que necesitéis”.Escritos Misceláneos, pág. 307. La compleción es un hecho eterno, y cada momento puede dar testimonio precioso de esto cuando esperamos en el Amor, y reconocemos y expresamos por medio de la oración, nuestra totalidad como reflejo de Dios.
