Llegar a tener todo lo que necesitamos a veces parece ser una esperanza elusiva. Pero no tiene que ser así. Somos completos debido a qué y quiénes somos verdaderamente, y la comprensión de este hecho espiritual llena nuestras vidas con un propósito y una realización nuevos.
En realidad somos reflejo. El hombre es realmente espiritual, el reflejo o imagen del Espíritu, Dios. Como tal, el hombre expresa todo el bien que Dios incluye, y Dios incluye todo el bien, porque El es el bien infinito. Para ilustrar el caso: si un hombre de negocios que lleva un traje de tres piezas se parase frente a un espejo, a su reflejo no le faltaría una pierna del pantalón. De la misma manera, el hombre, como imagen de Dios, refleja la totalidad de Dios, y no le falta nada.
De modo que nuestra compleción descansa sobre una base radicalmente diferente del concepto material de compleción. Para el sentido humano, el hombre es finito y físico, separado del Espíritu, la fuente divina. Por lo tanto, el sentido humano presenta al hombre como en un estado de carencia innata y recurre a una variedad de fuentes finitas para obtener compañía, empleo, hogar, provisión, etc. El afianzarnos a este concepto material equivale a estar dormidos. Cuando no estamos conscientes de la fuente divina y de nuestra totalidad real y espiritual, aquello que es sólo una ilusión, o un sueño, nos parece concreto y real.
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