Mi esposo y yo pertenecemos a la quinta generación de Científicos Cristianos en nuestra familia. Esto quiere decir que, por cerca de cien años, miembros de nuestra familia han confiado en Dios para la curación. Los frutos de esta confianza se han confiado en vidas prósperas y felices, y en curaciones muy numerosas para ser relatadas en un solo testimonio.
Desde mi niñez, estudié para ser bailarina. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajé como artista aproximadamente tres años y medio con la USO (Organizaciones Unidas en pro de las Fuerzas Armadas). La mayor parte de ese tiempo lo pasé en el extranjero en varios teatros de guerra. Frecuentemente estaba distante de iglesias filiales, Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana y de otros Científicos Cristianos. Fue durante esos años, que aprendí a hacer mi propio trabajo de oración y a tomar una posición radical en favor de la verdad espiritual.
Tuve maravillosos momentos de protección y jubilosas curaciones. Pero lo más significativo para mí, fue el haber conocido a un Científico Cristiano de toda la vida, quien ha sido mi esposo por casi cuarenta años. Tomamos instrucción en clase de Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) cuando regresamos a los Estados Unidos, nos casamos, juntos abrimos una escuela de baile, y criamos a tres hermosos hijos. Después que los niños crecieron y abandonaron el hogar para seguir sus propias carreras, nosotros continuamos administrando la escuela. Yo bailaba, y enseñaba entre cinco y seis clases al día, y disfrutaba del respeto de otros, quienes comentaban de lo que yo podía hacer “a su edad”.
Sin embargo, un sábado por la mañana, súbitamente me sentí enferma. Por medio de mis propias oraciones, pude continuar con mis actividades por dos días completos. Entonces, el lunes por la mañana, se presentaron otros síntomas, por lo que tuve que llamar prontamente a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara. Los síntomas eran variados y severos. Apenas podía sostenerme en pie. La habilidad de retener alimentos o líquidos fue interrumpida. Y llegó un punto en que perdí el control de las funciones naturales del cuerpo. Aunque la enfermedad nunca fue diagnosticada médicamente, los síntomas eran los mismos que los que había tenido un familiar, cuya condición había sido diagnosticada y médicamente tratada. Este familiar subsecuentemente falleció de esa enfermedad.
Sentí que me iba a morir. En ese momento, recordé una declaración de Jesús en Mateo 16:25: “... todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. Yo estaba más determinada que nunca en confiar en la Ciencia Cristiana para la curación.
Como ya no podía estar de pie en frente de mis clases, y mucho menos bailar, me sentaba y oralmente conducía las clases. En unos treinta y siete años jamás había tenido que sentarme para enseñar. Esto ocasionó mucha preocupación, y algunos me instaron a que obtuviera un diagnóstico médico. No estaba atemorizada, pero sí quería mucho ver a nuestros hijos, y tener un quieto cambio del ambiente en que yo estaba trabajando y viviendo.
Tuve la ayuda y apoyo amoroso de mi esposo. Una semana después de haberme sentido enferma, él me ayudó para tomar el avión, y juntos fuimos a pasar algún tiempo con dos de nuestros hijos en California. Yo llevaba una pequeña grabadora con un audífono. Esto me permitió escuchar cassettes de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy (producidas por La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts) durante las cuatro horas de vuelo. (También escuché las cassettes durante las noches siguientes en casa de mi hija, cuando no podía dormir.)
Cuando llegamos a Los Angeles, nuestro hijo e hija nos esperaban. Ellos no se habían enterado de mi situación, y la expresión de tierna compasión en la cara de mi hija, me conmovió profundamente. Nuestro hijo inmediatamente estuvo a la altura de la ocasión. Con vigor juvenil e inspiración espiritual, alentó a la familia para que reconociéramos que ésta era una maravillosa oportunidad de probar el poder de Dios para sanar. Me recordó que, en mi verdadero ser, yo era el reflejo de Dios, y que yo podía ahora demostrar ese hecho. En aquella semana, él estaba en medio de los exámenes en la universidad, y no lo vimos con frecuencia; pero la fortaleza y el sentido de regocijo que él había expresado por la oportunidad que teníamos, permanecieron con nosotros y fueron un gran apoyo y ayuda.
Llamamos a un practicista de la localidad, quien oró por mí y vino a la casa todos los días. (Después de nuestra llegada a Los Angeles, yo había descontinuado la ayuda del primer practicista.) Viví con esta declaración de Ciencia y Salud (pág. 113): “No hay dolor en la Verdad, y no hay verdad en el dolor... ” Trabajé diligentemente noche y día, buscando citas en la Biblia y en los escritos de la Sra. Eddy, leyendo las publicaciones de la Ciencia Cristiana, y orando. Era muy dulce y consolador cuando mis hijos me cantaban himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, algo que mi esposo y yo habíamos hecho con mucha frecuencia para ellos durante los problemas de su niñez.
Durante nuestro cuarto día en California, el practicista sugirió que yo tomara un “día de reposo” (ver Exodo 20:8–11). El dijo que habíamos hecho el trabajo, y que éste había sido diligente y completo. Me alentó a que simplemente amara el movimiento de la Ciencia Cristiana, y a estar agradecida por todas las iglesias y todos los trabajadores en ésta y otras tierras.
Esa sugerencia hizo surgir en mí un desborde de jubilosas memorias por los trabajadores que yo había conocido en varias partes del mundo, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial. En particular, dos miembros de la iglesia a quienes llegué a conocer bien y amar. Estas personas, casi solas, mantuvieron abierta una iglesia filial en Italia durante el régimen fascista, y durante el avance de los Ejércitos Aliados a través de su ciudad y país. Otro trabajador, un capellán, quien también fue conferenciante de la Ciencia Cristiana durante muchos años después de la guerra, estuvo estacionado en la parte meridional de Italia. Estos fieles trabajadores, y la pequeña iglesia que acabo de mencionar, fueron un oasis para mí durante mis dos años en una Italia devastada por la guerra.
Cuando miré hacia el pasado, mi pensamiento se llenó de gratitud por ellos, y por aquellos en nuestro movimiento que no tienen las ventajas de tener cultos religiosos en una iglesia, Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana, publicaciones de la Ciencia Cristiana, ni un practicista que esté cerca a quien puedan llamar. Estas personas deben confiar solamente en las preciosas verdades espirituales de que Dios es todo y que el hombre es Su reflejo. Mi gratitud por todos los constantes y fieles trabajadores en la Ciencia Cristiana, me hizo sentir un gran gozo y apoyo. Me quedé dormida profundamente por primera vez en casi dos semanas. Me desperté a la mañana siguiente sintiéndome lozana, y pude tomar un buen desayuno, algo que no había hecho en muchos días.
De ahí en adelante mi progreso fue estable, y pude regresar a casa y reanudar mi trabajo en más o menos cuatro días. Fue maravilloso poder bailar otra vez, disfrutar del ambiente de mi trabajo, y del aprecio de mis amigos y estudiantes. Estoy agradecida a Dios por mi curación, y por el amor y apoyo de mis familiares cercanos. Pero, más importante aún, estoy agradecida porque he obtenido un mayor concepto del amor, la fortaleza y el apoyo que expresa la “familia” de Científicos Cristianos en todas partes del mundo.
Houston, Texas, E.U.A.
