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La inocencia: ¿debilidad o fortaleza?

Del número de julio de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En el mundo de hoy en día menudo escuchamos de casos en que los inocentes sufren. Pareciera que fueran víctimas de las circunstancias. En muchos casos los niños son víctimas inocentes del crimen. Es obvio que se necesita un método mejor de protección, una mejor manera de defender al inocente de los abusos, de los lobos en nuestra sociedad.

Jamás debemos admitir que estamos desamparados ante el mal. Toda la Biblia nos impele a superar el mal con el bien. Cristo Jesús es simbolizado como el Cordero de Dios, el representante de la inocencia verdadera. No obstante, él venció al mundo, a la carne y al diablo. Al referirse a la destrucción del mal descrita en el Apocalipsis, la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “La bestia y los falsos profetas son la lujuria y la hipocresía. Esos lobos vestidos de oveja son descubiertos y muertos por la inocencia, el Cordero del Amor”.Ciencia y Salud, pág. 567. ¿Cómo podemos hacer práctica esta declaración en nuestra experiencia actual?

La respuesta comienza con una comprensión de la presencia y del poder de Dios y de la relación del hombre con El. La Ciencia Cristiana enseña que Dios es todopoderoso; que El es el bien absoluto; que El ha creado al hombre a Su semejanza, completamente libre de cualquier mácula de mal. Por lo tanto, el hombre, como hijo de Dios, es totalmente inocente de todo mal. Puesto que Dios lo ha creado todo y lo llamó bueno, no hay lugar para el mal. Fue mediante la comprensión del poder y de la realidad de Dios, el bien, y de la irrealidad del mal, que Jesús pudo llevar a cabo sus maravillosas demostraciones al protegerse y liberarse de sus enemigos. De manera que, al aplicar la Ciencia Cristiana, estamos tratando de establecer esta misma comprensión en nuestra consciencia y hacerla evidente en nuestra experiencia. Cuando percibimos la irrealidad del mal, estamos bien encaminados para vencerlo y para lograr nuestra liberación de sus imposiciones.

Una de las enseñanzas básicas de la Ciencia Cristiana es que nuestra consciencia es el factor determinante de nuestra experiencia. Lo que aceptamos en nuestros pensamientos se manifiesta en cierta forma en nuestra experiencia. Podemos examinar diariamente nuestros pensamientos mediante el estudio y la oración para ver si creemos en la realidad del mal, si lo estamos expresando en nuestras vidas, si creemos que el hombre es susceptible a los abusos o que la verdadera inocencia pueda jamás ser víctima de instintos criminales. La pureza de la Mente divina, o Dios, es reflejada en el hombre por ser éste la semejanza de Dios, y esta reflexión de pureza tiene que ser percibida como la fuente de la verdadera inocencia y como el hecho concerniente a toda individualidad.

El temor al mal indica que hay una creencia en el mal y una falta de comprensión de la totalidad de Dios. Para proteger nuestra experiencia del mal, debemos purificar nuestro pensamiento de falsas creencias. Tenemos que negar la pretensión de que el hombre pueda ser manipulado por sugestiones malévolas. El mal es una mentira, un impostor, un sentido hipnótico. Negamos el mal sobre la base de su irrealidad. Cuando lo excluimos completamente de nuestra consciencia, no puede afectar nuestra experiencia. Con las verdades básicas del bien, del poder y de la presencia de Dios, desafiamos la creencia en el mal y destruimos el temor que nos infunde.

La inocencia no es debilidad, sino fortaleza. No es un estado de pensamiento que puede perderse para jamás recuperarlo. La inocencia tampoco está limitada a la niñez. Es, en realidad, un concepto maduro de la liberación de la creencia en el mal. Es el resultado de la oración consagrada. Cuando oramos diligentemente para comprender la totalidad de Dios y para reconocer que la naturaleza de Dios como Verdad y Amor divinos es reflejada en el hombre, estamos purificando nuestra consciencia de la creencia en el mal. Estamos estableciendo que nuestra inocencia es una realidad acerca de nuestro verdadero ser. Algunas referencias bíblicas que vienen al caso nos afirman: “¿Qué inocente se ha perdido?”, y, “El libertará al inocente, y por la limpieza de tus manos éste será librado”. Job 4:7; 22:30.

¿Cómo puede aplicarse esto a nuestros hijos? Lo más temprano posible se les debe enseñar a comprender y demostrar por sí mismos el poder de Dios, el bien, y la irrealidad del mal. Pero, entretanto, están bajo el cuidado atento de los padres, y, por cierto que no queremos ser negligentes en esta responsabilidad o depender de ninguna forma en la casualidad. No los exponemos a las influencias del mal. Pero los padres no están imposibilitados de ayudar a sus hijos cuando éstos están lejos del hogar. La consciencia de la presencia y el gobierno de Dios son una protección vital para el niño. Mediante la oración comprendemos que cada persona es verdaderamente la expresión perfecta de Dios, circundada por el amor de Dios, protegida por la ley de Dios, “al abrigo del Altísimo”. El Salmo noventa y uno tiene muchas ideas poderosas acerca del cuidado y de la protección de Dios. Una de ellas es: “Escudo y adarga es su verdad”. Salmo 91:1, 4.

No tenemos que ser víctimas de las circunstancias. A medida que comprendemos, mediante una correcta manera de pensar y orar, que toda situación está sujeta al gobierno divino, demostramos que no hay nada fuera del alcance de la Mente divina y que nada está más allá de la ley de Dios. Cuando reflejamos la Mente divina, el mal no nos impresiona; no creemos en él. Y cuando establecemos nuestra inocencia sobre la creencia que sostiene que el hombre puede ser una víctima, no podemos ser alcanzados por el mal. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, nos dice: “Los pensamientos y propósitos malos no tienen más alcance ni hacen más daño, de lo que la creencia de uno permita. Los malos pensamientos, las concupiscencias y los propósitos malévolos no pueden ir, cual polen errante, de una mente humana a otra, encontrando alojamiento insospechado, si la virtud y la verdad construyen una fuerte defensa”.Ciencia y Salud, págs. 234-235.

La inocencia no es simplemente la ausencia de culpas. La inocencia es una fuerza divina, una cualidad de Dios, una condición del ser del hombre creado a la imagen de Dios. Es una característica del hombre que se puede demostrar. Podemos reclamarla y merecerla. Y podemos demostrarla en nuestras vidas.

La comparación tradicional que se hace entre la inocencia y el cordero ha sido mal entendida por el que es de mente mundana, pues para él significa debilidad o desamparo. No obstante, la inocencia es una de las fuerzas espirituales más potentes que uno pueda reflejar. La inocencia y el amor de Jesús lo capacitaron para superar la malicia y el odio de sus enemigos y vencer sus atentados para matarlo.

Cuando comprendamos que nada puede manifestarse en nuestra experiencia a no ser que se manifieste primero en nuestro pensamiento, veremos cómo aquellos de consciencia inocente pueden protegerse a sí mismos. Jesús enseñó que el reino de Dios está dentro de nosotros. Demostró que Dios es Todo-en-todo, y que la consciencia de la inocencia pura es inviolable. Los pensamientos de Jesús fueron protegidos por su innata pureza, y así demostró ser invulnerable al mal. La Sra. Eddy dice: “Los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestidos de ella, estáis completamente protegidos contra los ataques del error de toda clase. Y no sólo vosotros mismos estáis a salvo, sino también todos aquellos en quienes pensáis”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 210.

Jesús no se apoyó en un sentido mundano de fortaleza o poder. No vino como un rey o gobernador, y no se apoyó en el poderío militar, la fuerza muscular o la influencia política. Fue el poder del Cristo, la verdadera idea de Dios, lo que él demostró; y al reflejar a Dios, el Amor divino, fue sostenido. Fue el poder del Amor sobre el odio, el poder de la Verdad sobre el error. El Cordero de Dios tenía recursos espirituales desconocidos para los de mente mundana.

Tales recursos los tenemos presentes con nosotros hoy en día. Nuestro estudio y oración sacan a luz el reino de los cielos ya establecido en el hombre. Llegamos a comprender que la omnipresencia de Dios protege a todos, incluso al niño y al inocente. El hombre, como la imagen de Dios, no está sujeto al mal. La virtud y la verdad por cierto que “construyen una fuerte defensa”.

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