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Cuando el Padre viene a tu encuentro

Del número de enero de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una de las razones por la cual la gente es tan receptiva a las parábolas de Jesús es que siempre están relacionadas con circunstancias humanas creíbles. Como ha sido indicado por eruditos de la Biblia‚ este hecho‚ por sí sólo‚ ayuda a comunicar las poderosas “buenas nuevas” del evangelio que Jesús nos trajo: que el reino de Dios está literalmente presente aquí y ahora‚ y que‚ mediante la obediencia y el amor‚ podemos llegar a comprender Su presencia aquí mismo‚ ahora mismo.

Esto difícilmente podría expresarse con tanto sentimiento como en ese supremo momento en la parábola del hijo pródigo‚ Vez Lucas 15:11–32. cuando el hijo‚ después de su larga estadía en “una provincia apartada”‚ por fin “volviendo en s픂 se encaminó hacia la casa de su padre. “Y cuando aún estaba lejos”‚ nos dice Jesús, “lo vio su padre‚ y fue movido a misericordia‚ y corrió‚ y se echó sobre su cuello y le besó”.

Se encuentran pocos momentos tan emotivos como éste en la literatura mundial‚ religiosa o de otra clase. Pero lo sorprendente es que estas situaciones humanas tan vívidamente imaginadas también correspondan a nuestras intuiciones más profundas sobre lo que significa experimentar la gracia‚ la misericordia y el poder del Amor. Porque el padre no esperó a que el hijo avanzara paso a paso en su camino de vuelta al hogar con las últimas fuerzas que le quedaban. El corrió a abrazarlo como hijo suyo.

Claro que esto sucedió sólo después que el hijo‚ disciplinado por sus durísimas experiencias‚ recapacitó‚ reconoció su pecado y su total desamparo; entonces comenzó su largo viaje de regreso. Pero su viaje fue más corto de lo que imaginó porque el amor de su padre fue más grande de lo que él podía concebir. A esta altura de los acontecimientos‚ aún más milagroso para el hijo debe haber sido el recibimiento que le dio el padre con todo su corazón‚ tan absolutamente misericordioso porque humanamente era inmerecido.

¿Acaso no es esta misma generosa misericordia la que sentimos del Amor divino cuando estamos dispuestos a abandonar las provincias lejanas del materialismo y el pecado para encaminarnos hacia el hogar de nuestro Padre‚ es decir‚ la consciencia divina? Toda verdadera experiencia cristiana da testimonio de la verdad tan vívidamente expresada en esa parábola: que cuando respondemos con humildad y obediencia al poder de Dios‚ realmente sentimos Su amor‚ el cual siempre nos sostiene. Cada uno de los momentos de iluminación espiritual que hemos atesorado de ese gozo incontenible que trae curación‚ ha sido un momento en el que hemos sentido la misericordia del Amor‚ hemos sentido que el Padre viene a nuestro encuentro y nos recibe como Sus hijos.

Ciertamente que no podríamos sentir esto si Dios fuera una fuerza ciega o un fría abstracción. Siendo meramente pasiva e inconsciente‚ tal fuerza abstracta sería incapaz de reconocer o rodear a su creación con un amor que todo lo sostiene. Pero ésta no es la naturaleza del Dios de Abraham‚ Isaac y Jacob o la del Padre de Cristo Jesús. Y no es la naturaleza del Dios a quien los Científicos Cristianos adoran. Los críticos que piensan o dicen lo contrario, tienen que volver a recapacitarlo.

Es cierto — maravillosamente cierto — que lo que la Sra. Eddy descubrió sobre la naturaleza de Dios‚ muestra que El no puede amoldarse a los limitados modelos humanos de personalidad. Pero este descubrimiento realmente abre el pensamiento a una experiencia más completa de la Persona infinita‚ del Amor consciente e inteligente‚ la única fuente de todo lo que es verdadero.

Esta Persona infinita‚ el Amor, nunca entra en el sueño humano de una existencia separada de Dios‚ como tampoco el padre en la parábola siguió al hijo a la “provincia apartada” donde sólo encontró miseria y degradación. Pero Dios sí conoce el amor que el hombre refleja de ese amor con el cual es amado. Y la gloriosa certeza de que somos‚ en efecto‚ conocidos y amados por Dios se vuelve cada vez más real para nosotros a medida que el sentido espiritual se eleva para contemplar el rostro del Padre.

Es por eso que‚ cuando nuestras acciones están basadas en ese sentido espiritual‚ empezamos a sentir el amor que tiene Dios por nosotros‚ incluso ahora en nuestra existencia actual. Nuestro linaje espiritual con Dios es verdadero ahora mismo. Es el único hecho. Y cuando actuamos según el impulso de ese linaje, no estamos actuando según las limitaciones de la situación humana. Estamos actuando según las inmensas posibilidades espirituales de nuestra existencia presente revelada en la vida de Cristo Jesús. Por lo tanto, estamos aprendiendo lo que significa ser el genuino hombre espiritual‚ la imagen misma del Amor viviente. Y Dios que es Amor‚ siempre reconoce a los Suyos.

La Sra. Eddy escribe: “Esta es la doctrina de la Ciencia Cristiana: que el Amor divino no puede ser privado de su manifestación u objeto; que el gozo no puede convertirse en pesar, porque el pesar no es el vencedor del gozo; que el bien nunca puede producir el mal; que la materia jamás puede producir a la mente, ni la vida resultar en muerte. El hombre perfecto — gobernado por Dios‚ su Principio perfecto — es sin pecado y eterno”. Ciencia y Salud‚ pág. 304.

Debe ser cierto‚ entonces‚ que este Amor‚ que es el Principio perfecto del hombre perfecto‚ se exprese en amor activo. Y el Amor divino no perderá y no puede perder de vista a su expresión‚ ¡pues esa expresión es lo que el Amor ama! ¿Acaso no encontramos la acción del Amor descrita exactamente de esa manera en el Evangelio según San Lucas? El nos dice que justamente antes de relatar la parábola del hijo pródigo, Jesús preguntó a sus oyentes: “¿Qué hombre de vosotros‚ teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas‚ no deja las noventa y nueve en el desierto‚ y va tras la que se perdió‚ hasta encontrarla?” Lucas 15:4.

¿Qué mejor autoridad puede haber que la del Maestro en cuanto a la acción y el poder del Amor? Porque la manera en que Jesús expresó a Dios, momento a momento, mediante su amorosa obediencia hacia El, literalmente formó el curso total de su experiencia. Seguir a Jesús debe significar practicar el discipulado mediante el cual progresivamente aprendemos cuán espiritualmente natural es andar y hablar con Dios‚ y‚ como resultado‚ obtenemos la curación.

El verdadero tratamiento en la Ciencia Cristiana‚ que siempre es una forma de oración‚ es más espontáneo y eficaz cuando se entiende como una comunión con Dios‚ como una atenta obediencia. El punto en el que tan a menudo nos sentimos seguros de que la curación se está efectuando‚ es el punto en que esta comunión se siente más profundamente. Es entonces que sentimos la gracia y el amor de Dios‚ sentimos que el Padre viene a nuestro encuentro‚ asegurándonos que el hombre es realmente Su amado hijo en quien El tiene complacencia. Y quien esté necesitado, aquel que quiera volver al hogar — podríamos ser nosotros mismos u otro — es ni más ni menos que el hombre de Dios.

No es‚ pues‚ por nuestra “palabrería” o aserción metafísica que somos sanados. Es‚ en cambio‚ por la gracia de Dios‚ que se vierte en aquel pensamiento humano que está dispuesto a recibirla. Mantener el pensamiento en armonía con los hechos espirituales del ser‚ es un requisito fundamental para experimentar esta gracia‚ descrita por la Sra. Eddy como “el efecto de entender a Dios”. Christian Science versus Pantheism‚ pág. 10. Entender a Dios entraña escuchar Su voz. Por lo tanto‚ no es lo que estamos tratando de saber acerca de Dios sino lo que Dios sabe de nosotros‚ reflejado en nosotros‚ que trae como resultado el efecto sanador mismo.

La curación‚ entonces‚ es el resultado de recurrir sinceramente a Dios‚ y comprender que El está aquí. En la verdadera curación cristiana‚ por lo tanto‚ no estamos haciendo nada a nuestros dolores y temores. Por el contrario‚ los estamos dejando atrás — al igual que el hijo pródigo dejó atrás la pobreza y la degradación‚ o sea‚ la evidencia de que él había aceptado la sugestión mesmérica de que podía encontrar el verdadero sentido‚ fuera de la casa de su padre.

Sabemos en lo profundo de nuestro corazón que nuestro hogar verdadero no está en la “provincia apartada” de esta falsa creencia de vida separada de Dios. Es por eso que‚ en primer lugar‚ anhelamos la curación y somos impulsados a buscarla por medio del poder del Espíritu. Cuando buscamos la curación con ese espíritu verdadero‚ que es el espíritu de santidad‚ la encontramos; porque la verdadera oración tiene poder santo para elevarnos al punto en que sentimos el abrazo del Padre recibiéndonos como Su hijo.

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