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[Original en francés]

En cierta ocasión, hice un viaje de turismo a Israel.

Del número de enero de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En cierta ocasión, hice un viaje de turismo a Israel. Me siento especialmente agradecida por una curación que tuve durante el viaje.

El programa de actividades incluía una expedición de cinco días al Monte Sinaí [Horeb], con otro grupo. El primer día, hicimos una parada para bañarnos en el Mar Rojo. Luego, nos bañamos nuevamente usando gafas de buceo, y vimos peces bellísimos. Cuando salí del agua, una de las personas del grupo me dijo que debía cubrirme la espalda porque se me había quemado mucho con el sol. Así lo hice, pero olvidé que lo más importante era la protección que da la oración.

Aquella noche no me sentí muy bien, pero, al día siguiente, pude ir a la expedición al Monte Sinaí. Tuvimos que escalar la montaña durante tres largas horas, y de vez en cuando las quemaduras de la espalda me dolían. Sin embargo, el descenso de la montaña a la luz de la luna fue algo inmensamente inspirador. Allí, Moisés estuvo en comunión con Dios y había sido receptivo a un sentido más elevado de vida cuando recibió los Diez Mandamientos. Me puse a reflexionar en las razones por las cuales éste era también un lugar glorioso para mí. No fue ese lugar histórico ni mis propias emociones que me hicieron experimentar este sentido tan elevado de admiración. Fue el reconocimiento de la aplicación práctica de estos Mandamientos, como los comprendemos en la Ciencia Cristiana. El obedecer estas leyes nos ayuda a sentir la cercanía de Dios y a demostrar la Verdad y el Amor. De esta forma, podemos sanar toda clase de problemas humanos. La comprensión de esto me llenó de un profundo sentido de paz y gozo.

Continué orando con respecto al problema de las quemaduras. No obstante, al día siguiente, el dolor era tan intenso que tuve que ponerme ropa muy ligera para el viaje, y no podía reclinarme contra el asiento del vehículo. Me sentía desconsolada y sola. Viajábamos en un ómnibus viejo y ruidoso. Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero continué declarando persistentemente la “exposición científica del ser”. Esta comienza así (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 468): “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”. Aquella noche, hubo una maravillosa luna llena, y, de pronto, me sentí tranquila. Comencé a cantar en voz baja los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana que sabía de memoria.

Al día siguiente, me sentí mejor y tomé un avión para París, donde me quedé dos días con unos amigos que son Científicos Cristianos. La primera noche que pasé allí, las ampollas drenaron naturalmente, y cuando vi a mi familia, ya había sanado por completo.

Fue maravilloso sentir que obtuve esta curación mediante mis propias oraciones al poner toda mi confianza en Dios. Fui tan inspirada por ello que, durante largo tiempo después de experiencia, me sentí rebosante de luz y de gozo.


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