La paloma sentada
en la orilla del techo
me mira por la ventana,
como interrogando:
¿Qué hacía yo delante de tantos libros,
entre ellos la Biblia y Ciencia y Salud?
Me sumergía en lo divino. Oraba.
La miro sonriente, y me acuerdo
del bautismo de Jesús.
Oigo al Padre decir:
“Este es mi Hijo amado...”
Me doy cuenta de la inmensa importancia
de esta declaración, y de la poderosa
presencia del Espíritu que rodea al Hijo.
La paz se cierne sobre mí.
No tardo en oír al Padre decir:
“....en quien tengo complacencia”.
¡Humildad... silencio... bautismo... revelación!
Tierna relación del Padre e hijo.
¡Oh sí, vi el cielo abierto!
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